No rompas el silencio si no es para mejorarlo


versió en català

A veces me pregunto qué hubiese sucedido si nuestros antepasados homo hubiesen desarrollado y evolucionado un sistema complejo de comunicación basado en señas antes de desarrollar un lenguaje oral. Una lengua de señas, o lenguaje de signos, como el que en la actualidad se utiliza casi exclusivamente entre personas con sordera, hubiese sido suficiente para transmitir la mayoría de conocimientos de la época entre congéneres, lo que hubiese hecho innecesaria la evolución de las cuerdas vocales. Huelga decir que, teóricamente, evolucionó el mejor sistema. El sistema actual de comunicación nos permite, por ejemplo, conducir un vehículo mientras mantenemos una conversación con el de al lado, con el sistema gestual esto sería imposible.


¿Pero estábamos preparados para este sistema de comunicación? ¿Sabemos utilizarlo?

Hay muchas situaciones en la vida en las cuales los protocolos de relación inter-personal no están bien definidos, no nos enseñan en el colegio ni en casa a saber qué decir en todas las circunstancias que se nos pueden presentar. Aun siendo totalmente honestos con nuestro interlocutor, el mismo se puede sentir agredido ya que, tal vez, tampoco tenía el protocolo para encajar dicha información. Todos vamos aprendiendo sobre la marcha, tenemos la referencia de la primera vez que nos pasó aquello o lo otro, y usamos esa información para mejorar en la siguiente vez.

Además, con la comunicación oral está el tono, la forma de decir las cosas, no solo hay que escoger las palabras adecuadas proporcionalmente a la importancia del mensaje que queremos transmitir, sino que además, deberemos usar un tono de voz determinado para cada situación, lo que potencialmente puede distorsionar nuestro mensaje (para bien o para mal).

Luego están los silencios, esos incómodos silencios que solo se normalizan con relaciones de mucha confianza y de largo tiempo. El sistema de comunicación oral, tal y como ha ido evolucionando dentro de nuestra avanzada sociedad, nos obliga a rellenar los espacios vacíos en casi cualquier situación, produciendo situaciones de incomodidad cuando no se rellenan. Un ejemplo claro estaría en los ascensores, en los que mucha gente prefiere una conversación trivial, antes que pasar en silencio unos pocos segundos al lado de otro homo sapiens. “No rompas el silencio si no es para mejorarlo” se suele decir.

Además, el lenguaje oral nos impide pensar, las fases contemplativas de un ser humano se producen en momentos de silencio, normalmente también en soledad. Todos deberíamos tener derecho a tomarnos nuestros segundos antes de contestar una pregunta o de seguir con la conversación, si no, se producen conversaciones convulsivas, sin reflexión, vacías…

El lenguaje de signos no permite tanta simultaneidad, pero hubiese tenido otras muchas ventajas, no solo nos permitiría hablar con la boca llena o bajo el agua, sino que nos descargaría de la carga emocional que pueda llevar impreso un mensaje por haberlo expresado con gritos o por no haber escogido bien las palabras. Es cierto que las expresiones faciales y corporales también matizan los signos en la lengua de señas, pero el margen es mucho menor. Pero lo más importante es que nos descargaría de la obligación de decir algo cuando quizás no haya nada que decir, permitiría a los seres humanos disponer de más tiempo de introspección, más tiempo para pensar…

De acuerdo que no hubiésemos llegado a niveles de exquisitez como con la poesía, la literatura, o la ópera, pero también es cierto que no existiría la retórica, esa facultad innata de la clase política que consiste en hablar pero sin decir nada.

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