Analfabetismo espiritual y la evolución del Patito feo

Patito feo
     
Magistral forma de expresar nuestra realidad. Tavo Jiménez de Armas nos relata exquisitamente en este precioso libro, los secretos que se esconden en nuestro espíritu y lo mucho que necesitamos cuidarlo para poder evolucionar junto a él.


ANALFABETISMO ESPIRITUAL Y LA EVOLUCIÓN DEL PATITO FEO
   
Introducción
 
Aquí no se exponen técnicas de meditación, ni otras disciplinas vinculadas de un modo u otro con la espiritualidad individualmente experimentada. Para obtener esos contenidos hay amplia bibliografía y variadas escuelas. Debo aclarar que no he bebido –premeditadamente- de las fuentes de la espiritualidad orientalista, las iglesias de mi comunidad, ni de filosofías ocultas preservadas por grupos organizados. Lo que aquí encontrarás son reflexiones resultado del día a día, de alguna lectura pasajera que mencionó la palabra precisa para detonar las capas durmientes de mi subconsciente. De todo ello extraje lo que me hizo reflexionar. Lo filtré con sentido común, lo pulí, asimilé y ajusté a mi realidad. Una realidad que intuyo es compartida, patrimonio de muchos que anhelan hallar un lugar en el tiempo y la materia, en los que desarrollar sus aptitudes sintiéndose integrados en la gran causa común: la evolución. De ese modo, se comprenderá que cuando mencione la palabra espiritualidad estaré hablando de evolución.
  
Escribo para quienes aún no han sabido poner palabras a unos sentimientos de desarraigo que los empuja a no aclimatarse a lo socialmente establecido. No desean adaptarse al modo de vida que recibieron como herencia. Son feos patos que desprecian el atavismo (tendencia a continuar e imitar costumbres y formas de vida arcaicas), reniegan de la tradición, y no aceptan respuestas absurdas a cuestiones que, para ellos, son fundamentales y de gran calado. Se diría -y no estamos exagerando- que quieren subvertir la realidad aparente hasta dejarla reducida a escombros. Vivieron la rebeldía propia de la adolescencia y no la dejaron atrás. Más aun, reivindican –al menos en sus sentimientos no explicitados- que todo lo indigno del ser humano (empezando por ellos mismos) debe caer y quedar atrás. No importa si ello conlleva hacer saltar por los aires cuanto hace mundo al planeta Tierra, es a eso a lo que aspiran.
  
He tratado de verbalizar los sentimientos y ansias de una corriente más, dentro del cúmulo de vías que da forma a los hartos del Sistema imperante; los que pretenden unir al hombre con su espíritu, sin tener que recibir las directrices de aquellos que habitan templos de piedra. Ellos son el templo mismo.
 
He ahí la propuesta: proporcionar material que favorezca la oportunidad que tienen los descontentos (los que buscan manifestar su mundo interior), de tomar conciencia sobre sí mismos. Porque un ser en libertad y activo en todas sus capacidades, libre de condicionamientos de cualquier tipo, promete ser fecundo para sí y para los demás. Y eso es lo que hoy -más que nunca- nuestra Tierra necesita. Ellos, no tengo la menor duda, son la vanguardia del mundo que está por venir.
  
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Imaginemos por un momento, que cada uno de nosotros se encuentra encerrado en una celda mental de una gran prisión. Si previamente, y con detenimiento, hemos observado el mundo, el ejercicio que sugiero no exigiría demasiado esfuerzo. Esa gran prisión toma forma en el Sistema de Control que articula nuestro mundo. Ese Sistema se materializa en prisiones más pequeñas, más cercanas, hasta llegar a la celda mental de cada individuo, donde los carceleros reciben instrucciones (muchas de las cuales son sutiles, codificadas) de la autoridad externa. Esos carceleros no son sino procesos mentales, generalmente muy básicos, que no suelen discutirse, pues no se nos ha educado para ello.
   
Se diría que los carceleros son los procedimientos que se llevan a cabo en la psique, encaminados a integrar al individuo dentro de una sociedad de esclavos, cuyos cimientos son aceptados por un consenso que no se ha expresado formalmente; es decir, se trata de un acuerdo tácito.
  
Cimientos que, desde ya debemos aclarar, se hicieron fuertes gracias a diversos factores, entre ellos, ignorancia, apatía, mutismo interesado, desequilibrio de fuerzas, etc. Lo cierto es que hay un vacío asentado en la generalidad de la sociedad, y no es otro que el espacio que correspondería a una saludable actitud crítica. Ese hueco parece estar ocupado por una insana confianza en las autoridades (de cualquier tipo), que también podría traducirse como la pereza propia de quienes no desean hacer uso de su discernimiento.
Además, es habitual el convencimiento de muchos, en que sólo esas autoridades están capacitadas para emitir determinados juicios.
  
Sin embargo, una vez somos conscientes de que el Sistema actúa hostilmente sobre la mayor parte de sus integrantes (aunque se muestre leve y perspicaz en sus modos), sólo caben dos opciones: conformarnos con ello -y condicionar nuestra mente y forma de vida para aceptarlo-, o tratar de idear un proyecto realizable para romper esos límites, aunque nos vaya la vida en ello. Esa segunda opción es hija de la evolución, y nos tomará toda la vida realizarla. Algo lógico, por otra parte, puesto que evolucionar es cuestión cotidiana, ilimitada, que apuesta por crear sin pensar en lo inmediato, y con la mirada fija más allá de lo físico y evidente.
  
La mente -en los términos en los que estamos acostumbrados a operar en el Sistema- tiene su metafórico punto de atracción en la tierra, en el automatismo y la irreflexión, mientras que la Conciencia lo tiene en el cosmos, en el sentido crítico, lo indómito, el inconformismo.
  
Cuerpo e imagen son conceptos análogos que nos sirven para entender la idea de realidades superpuestas: hablando en términos del ser que somos, la imagen portadora de nuestra realidad sensible (Conciencia) es el cuerpo-templo. La imagen que nos manifiesta materialmente, el cuerpo, no es nociva en sí misma; como tampoco lo son sus necesidades.
  
Lo pernicioso, entiendo, llega con la insensata exaltación de las necesidades fisiológicas, en detrimento de la causa espiritual (evolución, Conciencia), única portadora de un sentido de la vida que nos diferencia de los animales, y de aquellos individuos que se sienten cómodamente acogidos por el sistema carcelario y sus reglas. Es la irracional sumisión a los dictados que exigen la satisfacción de nuestras necesidades orgánicas, por encima del más elemental código ético, la que involuciona al ser humano.
 
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Observando el escenario. El primer paso que da un individuo que busca estar en sintonía con la evolución -que deje atrás el analfabetismo espiritual-, es el análisis del espacio en el que se encuentra, y que le sirve como marco de referencia. Un marco que, entiendo, no le satisface; un marco que está en disonancia (antónimo de armonía) con su personal manera de entender y experimentar la vida.
Propongo que el modo de acercarnos al estudio de la realidad sea prudente (con tiempo, sin precipitación), aceptando que las conclusiones son siempre provisionales, pendientes de ser perfiladas, pulidas, definidas con mayor precisión.
     
Nos educaron para no observar la realidad desde múltiples perspectivas, sino desde una visión única y limitada. Domados para ser leales a un sistema operativo que no tolera los virus que desafían su autoridad y ponen en duda su naturaleza y propósitos.
Todavía más: la cultura imperante ha pretendido hacernos creer que aquello que llamamos realidad, nos es conocida; presunción completamente falsa.
  
Observemos con prudencia, con permanente y paciente análisis, tanto de lo que acontece en el exterior, como del desarrollo de los procesos que se llevan a cabo en nuestra psique. De ese modo, observando y reflexionando sobre nuestro rol dentro del Sistema, podremos comenzar la ardua labor de 'desprogramación', que nos devuelva los atributos propios de un ser humano comprometido con la evolución. En esa tarea introspectiva y de observación externa, advertiremos cuáles son los condicionantes que limitaron nuestra percepción de la realidad.
 
Condicionantes que operan de manera sutil, instalándose en nuestro subconsciente durante años. Ello explica la complejidad de la labor de quienes pretendemos actuar sobre una mente subordinada (en niveles profundos), a intereses externos que se oponen a los del individuo. Esos condicionantes, como si de píldoras de información tóxica se tratasen, iban siendo almacenados en los sótanos de nuestra psique, sin que hubiese filtro alguno que les pusiera freno. Entraban con el beneplácito de una mente que no había sido edificada desde el cuestionamiento, sino desde el acatamiento.
    
Una de las vías de acceso de ese material tóxico, es la imitación del comportamiento que nos rodea. Lo vemos cuando el discernimiento es suprimido por la obediencia; y en la admiración hacia roles sugerentes pero carentes de nutriente didáctico, por no decir que se trata de roles tóxicos.
En ambientes familiares -en los que sus miembros orbitan sumisamente alrededor de una férrea autoridad, que se identifica a sí misma como una extensión de todas las demás autoridades externas-, una de las consecuencias más comunes, es que ese modelo se perpetúe en la imitadora descendencia.
   
Puesto que en esos climas impregnados de coerción, miedo y obediencia forzada, no se ha dejado lugar al debate o a la espontaneidad, es fácil entender que la materia prima adecuada para la evolución no abunde.
Al menos, mientras el interesado no se sumerja en los profundos océanos de su psique, y haga inventario y limpieza de lo que allí se ha acumulado.
Su Conciencia recién activada, actuará como el propietario de un hogar del que ha estado ausente por años; hogar, entretanto, ocupado por unos extraños poco higiénicos que acumulaban basura involucionista.
      
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Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que, al menos actualmente, la concepción que –en términos generales- tenemos de la vida, excluye el propósito evolutivo. Paradójicamente, a mayores niveles en la calidad de vida, no se registra un más amplio interés por el crecimiento personal. Esto parece ser así si excluimos aquellas terapias alternativas que, aun siendo consideradas como elementos del aprendizaje evolutivo, generalmente son un complemento que se limita a atenuar estresantes consecuencias emocionales, sin entrar en las causas que las provocan.
  
El analfabetismo espiritual no se suprime por arte de magia. Tampoco únicamente aprendiendo cómo funcionan los motores del Sistema. El conocimiento de uno mismo y la comprensión del entorno han de ir de la mano, y no pueden excluir un factor imprescindible, el tiempo.
  
Si nos precipitamos en la creencia errónea de haber hallado todas las respuestas -todas las piezas integrantes del puzzle-, sin haber madurado a través del curso del tiempo, los resultados serán deficientes. Si no dedicamos tiempo para re-educarnos, no habrá evolución. Pues nunca es poco insistir, la evolución es asunto meramente individual.
  
Los procesos mentales, que debieran ser útiles herramientas para la plena realización del individuo, que busca manifestarse como el ser que es, son –en opinión de éste que escribe- la raíz hasta la que hay que llegar para operar exitosamente. Todo aquello que se quede en la superficie sin llegar hasta el tuétano, podrá aportar más o menos paz, pero difícilmente podrá romper el absolutista poder que la mente más densa y atada al molde del Sistema, ejerce sobre las realidades más sensibles, la Conciencia.
  
Los procesos mentales que cotidianamente nos relacionan con el entorno, como si fueran autopistas virtuales, los hemos adquirido y defendido como propios, sin cuestionarnos qué justifica su existencia en nosotros. No los hemos sometido a un análisis riguroso. Nadie nos dijo que hubiera que hacerlo. A la autoridad, sea en el nivel y de la naturaleza que fuera, jamás le ha interesado una sociedad ilustrada. Ojo, que se puede ser académico y no ser ilustrado.
  
A la autoridad le ha convenido que las masas fuesen obedientes. Esa obediencia puede obtenerse por medio de una acción hostil, pero -sobretodo- desarmando a las gentes de su sentido crítico. Sentido que bien puede considerarse como elemento integrante de la Conciencia, y que se elimina de nuestra psique mediante una oportuna acción condicionante, desde todos los ámbitos en los que se expresa el humano.
  
Las mentiras (en el más amplio sentido del término) a las que hemos sido sometidos, poseen muchas capas, y no podemos caer en el engaño de creer que la desprogramación mental que pretendemos, es tarea sencilla y rápida. Estamos, si se me permite la analogía, en una carrera de fondo -de muy larga distancia-, y no en los 'cien metros obstáculos'; lo esencial es la actitud en el recorrido, sin pensar en metas, menos aun inmediatas.
  
Ecuanimidad: Actitud equilibrada e imparcial. A la hora de comenzar la introspección (observación interna de los pensamientos, sentimientos o actos) debe haber juego limpio, sin dopajes. Honestidad es la palabra que mejor lo define. El temperamento moderado y prudente con el que se observa y analiza la realidad, es un elemento primordial.
Flexibilidad: Que las conjeturas sobre la realidad en la que estamos no se conviertan en estáticos dogmas, ni conclusiones a las que nos aferremos ciegamente.
   
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Nuestro trabajo debe servir para permanecer inmutables en el objetivo (establecimiento de una conciencia elevada), pero los detalles son material móvil que deja tras de sí un reguero de preguntas, más que de respuestas. En definitiva, estamos siempre en movimiento, madurando constantemente en el tiempo, no dando nada por sentado o concluido.
  
Mientras el Sistema se describe a sí mismo en términos de entumecimiento evolutivo, el analítico observador puede abstraerse de dicha parálisis y pensar en términos más extensos. Por ejemplo, no excluyendo los elementos que –si bien dan forma a la realidad- el Sistema ha decidido no escrutar, caso de la inteligencia suprahumana, a la que popularmente se conoce como inteligencia extraterrestre; y a la que yo prefiero denominar inteligencia alienígena, con todas sus negativas connotaciones, habida cuenta del engaño que se halla tras ella.
  
La evolución, como yo la entiendo, no se trata de una mera cuestión de supervivencia ante un hipotético evento futuro, sino de dignidad, y salud mental y emocional ante el presente. Aun sin circunstancias excepcionales en el horizonte, el sujeto tiene motivos más que suficientes que justifican y estimulan el viaje interior emprendido.
 
Dicho esto, hay elementos actuales que podríamos considerar como excepcionales que, en efecto, parecen conducirnos hacia un período de mayor deshumanización, razón de más para apostar por evolución / conciencia:
  
*El progreso tecnológico que nos ha conducido a la frontera espacial, y a la robotización cotidiana que cada vez nos hace más dependientes de la tecnología.
  
*La actualización del mito, que muestra una tendencia clara hacia la oficialización de la existencia de inteligencia sobrehumana, con ropaje extraterrestre. Hasta el día de hoy, el mito era una parte de la prisión planetaria que se encuadraba dentro del espacio religioso y folclórico. Reciclado en formato 'extraterrestre' lo seguirá siendo.
  
*El Sistema centraliza su poder -cada vez más- en menos manos, con una aparentemente escasa presencia de sentido crítico por parte de la masa social. El discurso del poder se ha vuelto cada vez más técnico, adulterando semánticamente los conceptos, y sofisticando los medios que conducen al cumplimiento de sus propósitos.
  
En definitiva, si bien toda la historia humana está marcada por el término conflicto, nuestro tiempo lo está de forma más evidente. Así mismo, parece que muchos de los descontentos -que los ha habido siempre- han optado en esta ocasión por no plegarse a las vías habituales, para expresarse y fortalecer sus demandas. Parecieran incómodos y desilusionados con esos medios ya establecidos, y se deciden por mantener una autonomía muy característica, concomitante con la Conciencia. No obstante, muchos de los esos desilusionados han caído en las sutiles redes de la Nueva Era, donde el espíritu crítico brilla por su ausencia.
 
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Quienes no se someten al Sistema, ni a la Nueva Era, aparecen representados en el encabezamiento de esta obra: patitos feos que personifican el compromiso marginal y honesto con la evolución y que -por tanto-, no encuentran su espacio en un mundo (Sistema / Nueva Era) demasiado complaciente, entretenido en otras cosas, o simplemente confuso. Patos feos que rehúsan aceptar la concepción que de la realidad se les ha entregado, y deciden participar activamente en su propia búsqueda de respuestas, que otorguen algún claro a sus penumbras e insatisfacciones.
  
El Patito Feo es un cuento de hadas escrito por Hans Christian Andersen, publicado por primera vez en 1843, que sirve como instrumento para enseñar a los niños que los elementos diferenciadores que –en principio-, dificultan la aceptación y la integración en el entorno, deben ser apreciados y defendidos.
  
Profundizando en la figura alegórica, diré que El Patito Feo pone el acento en la problemática surgida en la excesiva observación de la apariencia, mediante la cual se discrimina y excluye a quienes no participan de los estándares (no sólo físicos) comúnmente aceptados. El culto a la apariencia no es sino la consecuencia de procesos mentales inmaduros.
  
Andersen nos cuenta… ‘En los campos circundantes de una vieja y aristocrática mansión, había un foso rodeado de agreste vegetación. Allí mismo vivía una pata que estaba a la espera de que eclosionaran los huevos que hacía tiempo empollaba. Y así ocurrió, naciendo sus hijos. Todos los patitos se reunieron con su mamá, pero uno de ellos aun no había roto la cáscara que le separaba del mundo, por lo que la pata siguió dándole su calor.
  
Entretanto, una vieja pata se le acercó a la mamá y, viendo el huevo que aun quedaba en el nido, le advirtió que la criatura que quedaba por nacer no era sino un pavo. Añadió que los pavos eran un problema, pues no eran semejantes en su comportamiento a los patos.
  
Finalmente, el huevo se resquebrajó y salió de él un patito mucho más grande que sus aparentes hermanos. No obstante, el amor de madre no le faltó, y se reunió con los demás patitos a nadar junto a su mamá. Más tarde, visitando los alrededores, otros patos, gallinas y pavos del corral, trataron con desprecio a aquel desproporcionado y feo patito que no se parecía en nada a los demás. Incluso sus hermanos se burlaban de él, y hasta una niña de la casa le dio un puntapié. Fue entonces cuando el patito feo se acercó al cercado que ningún pato había atravesado nunca, y lo cruzó en busca de paz.
En su huida se encontró con otras aves, pero todas ellas seguían tratándolo con desprecio. Durante mucho tiempo halló grandes y variados peligros, se sintió triste y solo, hasta que –finalmente- descubre el reflejo de su rostro en el agua, y advierte que es un precioso cisne. Hasta entonces ha vivido grandes penalidades, pero sus semejantes -los cisnes- lo acogen cálidamente, otorgándole la felicidad buscada y merecida.
  
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El riesgo al que se expone todo patito feo, no es otro que pretender encajar (con todas las limitaciones que ello supone) en el patrón predominante. Cuando ese patrón, hablando ya en términos de evolución, tiene sus bases sobre la ignorancia y la apatía, el cisne no tiene sino dos opciones: travestirse para aparentar ser uno más -aceptando la insoportable levedad del pato-, o bien reconocer su singularidad (y manifestarla contra todo obstáculo), e ir en busca de sus afines. No hay otra.
  
El drama del patito feo queda atrás desde el mismo momento en que rompe con la falta de autoestima, y reconoce el valor de su singular idiosincrasia. Ha reconocido que él es un cisne (lo cual no significa ser mejor o superior que nadie), ensanchando más aun los márgenes mismos de la realidad, que ya había comenzado a cuestionar en el momento en que se atrevió a ir más allá del cercado. Las duras condiciones del medio ambiente en el que llega al mundo, se convierten en oportunidades de maduración, precipitando que se despoje del uniforme (la condición de pato feo acomplejado) que atentaba contra su propia naturaleza de cisne.
  
Nótese que primero alcanza la identificación real de su condición -cuando observa su reflejo en el agua-, y luego recibe la compañía de los suyos. Ese es el camino lógico de quienes nacen en un clima hostil, en el que las condiciones ambientales no son las adecuadas para los cisnes, pero sí propician la identificación de los mismos.
  
En el sendero emprendido para atravesar el cercado que conduce a la Conciencia / Evolución, los elementos se conjuran para que el patito feo -el cisne que busca a los suyos- obtenga el conocimiento de sí mismo. Todo ello, mediante la introspección (mirándose en el espejo del agua), complementada con la observación de un escenario -la granja-, que le sirve de referente para –al menos- saber dónde no quiere pasar el resto de sus días.
  
Conozco mucha gente que recién ha emprendido su despertar espiritual y, no obstante, no es consciente de dónde está. En algunos casos permanecen distraídos, sin haber visto el reflejo de su rostro en el agua, consumiendo información deliberadamente envenenada o caducada (Nueva Era); se llega al erróneo extremo de creer, que conocer cierta información sobre la granja es sinónimo de ejercitar la Conciencia. En otras ocasiones, los patitos feos viven sumidos en la apatía, a la espera de que el orden establecido caiga como un castillo de naipes. Todos esos casos los mantienen paralizados, sin lograr emprender el vuelo del cisne.
  
Lo que llamamos realidad nos es desconocida. En la vertiente más evidente y cotidiana, debemos admitir que desconocemos las motivaciones de las autoridades -de cualquier naturaleza- en todas sus decisiones, en la creación de cada evento histórico. La cúspide de la pirámide no tiene los mismos intereses que la base de la misma, motivo que justifica sobradamente el secretismo con que actúa el poder. En consecuencia, todo ello legitima el recelo que debiera surgir en las mentes críticas de la sociedad.
  
Aquellas partes excluidas de la aparente realidad, por su naturaleza irracional (caso de la inteligencia alienígena), deben ser objeto de estudio, en tanto que son –muy posiblemente- elementos de gran influencia sobre el estancamiento evolutivo del ser humano. Marginada la espiritualidad real, gracias a la religiosidad grupal, se consolidan un racionalismo (la realidad es racional, comprensible a través de la razón) y un materialismo (tendencia a dar importancia primordial a los intereses materiales), que se dan de bruces con sus propias limitaciones congénitas.
      
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Todo esfuerzo por describir íntegramente la realidad (la física y la inmaterial) será insuficiente; se quedará en un ejercicio aproximativo lo suficientemente práctico para el desarrollo del objetivo primordial: reconocer las trampas tendidas alrededor de la mansión solariega, y saber dónde está y cómo recorrer el sendero que conduce al vallado. En esa tarea, el cuento, el arquetipo, será un utensilio didáctico de enorme valor.
   
Al contrario de lo que ocurre con la Realidad Oculta (donde mora la inteligencia suprahumana), cuando se trata de acercarnos a la Realidad Evidente (el mundo físico), los medios de aproximación son más sencillos; y contundentes las conclusiones. Es comprensible, pues al analizar lo sobrenatural el estudio se hace sobre un terreno movedizo, casi impalpable; se diría con bastante acierto que se trata de una parte de la realidad que juega con nosotros al juego del gato y el ratón.
  
Pero en ese caso, una vez más, la aproximación y el análisis tienen como finalidad obtener un modelo teórico –todo lo preciso que las circunstancias adversas permiten-, que sea práctico, que facilite la mayor comprensión del medio ambiente en el que el cuerpo se mueve.
   
Toda la información obtenida sobre los condicionantes externos, unida a la que el individuo adquiere mediante la introspección, son la materia prima de nuestra particular labor.
La observación interna conduce a reconocer las bondades del ser humano, pero también las deficiencias que hasta hoy lo han condenado a ser una triste versión de lo que podría llegar a ser.
Conocer al hombre y la mujer, analizar cómo son nuestras materias-vehículos, es la puerta de acceso al escenario individual al que la Conciencia del ser ha de enfrentarse.
  
El ser humano -es decir, nosotros- es perezoso, interesado, infantil, inconstante, fácilmente influenciable, etc. Todo lo que podamos decir del humano se puede resumir en que es un ser contradictorio. Lo que dice sentir se contradice con lo que hace. Hay un problema en la traducción de sus emociones, cuando se densifican en los hechos. Esa deficiencia es, precisamente, la que pretendemos tratar, como parte que es de la realidad.
  
‘Por sus hechos los conoceréis’, nos dicen los textos considerados sagrados en nuestra cultura religiosa, cuando nos hablan de los seres congruentes que han superado las contradicciones, y han ceñido sus procesos mentales, emocionales y físicos, a la autoridad de la Conciencia.
   
Si por un instante buscásemos un referente en los cuentos arquetípicos, que nos mostrase más plásticamente esas contradicciones a resolver, acudiríamos al Pinocho (1882) de Carlo Collodi, donde se narran las peripecias de una marioneta que ansía convertirse en un niño de verdad.
  
El conflicto del muñeco de madera reside en que sus actuaciones contradicen a sus bondadosos sentimientos, y que sus responsables promesas acaban en saco roto. Todo ese recorrido no es sino el conjunto de experiencias que Pinocho ha de vivir (orientado por el Hada de Cabellos Turquesa y el Grillo Parlante, que representan a la Conciencia) para superar la inmadurez, y resolver la incoherencia entre lo que siente y lo que finalmente –desoyendo a su conciencia- hace.
  
Se podría decir que el buscador, en tanto que cuerpo-templo que va al encuentro de su evolución, lo que inconscientemente manifiesta es una tendencia a superar dicho estado contradictorio. Profundizando esto, diremos que el interesado aspira a restar jurisdicción, dominio, a su materia-cuerpo, para entregar esa potestad a la Conciencia, por arriesgado y marginal que esto sea.
  
Quizás, una de las evidencias más obvias de que el ser humano es un esclavo (de unos procesos mentales y emocionales, cuyo punto de gravedad se encuentra en la materia), es la ausencia de tiempo para lograr el equilibrio suficiente como para cuestionar la realidad. Su tiempo está hipotecado por mil responsabilidades y distracciones, de las cuales sólo unas pocas pasarían el exigente tamiz de la madura Conciencia del ser.
  
Hemos estado tan perdidos, tan posesos de nuestra condición de esclavos, que hemos llamado vida a la existencia de seres humanos que, en el mejor de los casos, viven para producir su sustento material.
 
Nuestra jornada está administrada por largas y laboriosas tareas físicas y/o productivas, y por un tiempo para el descanso que se convierte en zona residual de lo vivido el resto del día. Lógicamente, lo que el esclavo desea al final de la jornada es desconectarse. En definitiva, no hay espacio, tiempo, ganas, para el cultivo espiritual. Nos hemos convertido en meros gestores de las circunstancias cotidianas que el Sistema nos ha dado.
  
El Sistema imperante está construido expresamente para que corramos, para que no dediquemos ni un minuto a pensar. Cada uno de los tiempos del individuo del primer mundo, está ocupado al milímetro para lograr ese objetivo tan poco noble. Entretenido en una rueda semejante a la que tienen ciertos roedores enjaulados, el ser humano entiende vivir como trabajar, engendrar, consumir frenéticamente, adeudar y –finalmente, antes de reiniciar el estresante ciclo- descansar. Esa es, básicamente, la rueda que hemos de superar.
 
Tavo Jiménez de Armas

       
Su libro, Analfabetismo espiritual y la evolución del Patito feo, lo puedes encontrar aquí:
 
    
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