El libro de la vida

vida
        
“¿Por qué queremos ser estudiantes de libros, en lugar de ser estudiantes de la vida? Averigüen qué es falso en el medio que los rodea, con todas sus opresiones y crueldades, y entonces descubrirán qué es lo verdadero”.
  
Jiddu Krishnamurti
   
   
Si comprendes la totalidad de la sabiduría que guarda este libro, tu vida será mucho más plena y comprenderás que para cambiar el mundo debes empezar por ti.
   
El Libro de la Vida presenta pasajes sobre un tema nuevo para cada semana del año, y cada tópico se desarrolla a través de siete días.
Estas citas se identifican por su fuente bibliográfica, y se hace referencia a ésta en cada pie de página. Los lectores que se interesen en explorar a mayor profundidad temas específicos, están invitados a acudir a los textos completos contenidos en los libros de los cuales dichos temas han sido extractados.
  
  
EL LIBRO DE LA VIDA
Meditaciones diarias con Krishnamurti


  
ENERO
El escuchar.El aprender.La autoridad.El conocimiento propio
   
  
enero
  
¿Alguna vez se ha sentado usted muy silenciosamente, no con la atención fijada en algo, no haciendo un esfuerzo para concentrarse, sino con la mente muy quieta, realmente silenciosa?

¿Cómo escucha usted? ¿Escucha con sus proyecciones, a través de lo que proyecta, a través de sus ambiciones, deseos, temores, ansiedades, escuchando únicamente lo que desea escuchar, lo que será satisfactorio, lo que habrá de gratificarlo, lo que le brindará consuelo, lo que aliviará momentáneamente su sufrimiento?

Escuchar es importante sólo cuando no estamos proyectando nuestros propios deseos por medio de aquello que escuchamos. ¿Puede uno dejar de lado todas estas pantallas a través de las que escucha, y escuchar realmente?
El escuchar es un arte que no se obtiene fácilmente, pero en él hay belleza y gran comprensión. Sólo cuando uno escucha, oye la canción profunda de las palabras.

Usted tiene que escucharse a sí mismo y no al que le habla. Si escucha al que le habla, él se vuelve su líder, su método para comprender, lo cual es un horror, una abominación, ya que así ha establecido la jerarquía de la autoridad.
Pero si dice: «Me veo tal como soy, y tiene que haber un cambio», entonces comienza a elaborar su propia comprensión, ese escuchar hace que la mente se sane, se fortalezca. Sin obedecer ni resistir, se torna despierta, intensa. Únicamente un ser humano así puede dar origen a una nueva generación, a un mundo nuevo.

Uno aprende únicamente cuando entrega todo su ser a algo. Cuando uno dedica todo su ser a las matemáticas, aprende; pero cuando se halla en un estado de contradicción, cuando no quiere aprender pero es obligado a aprender, entonces el aprender se vuelve un mero proceso de acumular.
Así, para aprender acerca de la hoja, de la flor, de la nube, de la puesta del sol, o acerca de un ser humano, uno debe mirar con toda intensidad.
Si usted ha de descubrir por sí mismo qué es lo nuevo, de nada sirve llevar la carga de lo viejo, especialmente el conocimiento -el conocimiento de otro, por importante que sea el otro-.

La función de la mente es investigar y aprender. Por aprender no entiendo el mero cultivo de la memoria o la acumulación del conocimiento, sino la capacidad de pensar clara y sanamente, sin ilusión alguna, comenzar desde hechos y no desde creencias e ideales. No hay aprender posible si el pensamiento se origina en conclusiones previas. Adquirir meramente información o conocimiento no es aprender. Aprender implica amar la comprensión y hacer una cosa por amor a la cosa misma que uno hace. El aprender es posible sólo cuando no hay coerción de ninguna clase. Y la coerción adopta muchas formas, ¿no es así? Está la coerción ejercida por la influencia, por el apego o por la amenaza, por el estímulo persuasivo o por formas sutiles de recompensa.
La mayoría de las personas piensa que el aprender es alentado mediante la comparación, mientras que de hecho es lo contrario. La comparación genera frustraciones y tan sólo alienta la envidia; eso es llamado competencia. Como otras formas de persuasión, la comparación impide el aprender y engendra miedo.

La sabiduría es algo que ha de ser descubierto por cada uno, y no es el resultado del conocimiento. El conocimiento y la sabiduría no marchan juntos. La sabiduría llega cuando hay madurez en la percepción de nosotros mismos. Si no nos conocemos a nosotros mismos, el orden no es posible y, por lo tanto, no hay virtud.

La autoridad impide el aprender -el aprender que no es la acumulación de conocimientos como memoria-. La memoria responde siempre en patrones, no hay libertad. Un hombre cargado de conocimientos, de enseñanzas, agobiado por las cosas que ha aprendido, jamás es libre. Puede ser extraordinariamente erudito, pero su acumulación de conocimientos le impide ser libre; por lo tanto, es incapaz de aprender.
¿Puede la mente estar libre de la autoridad, lo cual implica que está libre de temor y, por lo tanto, ya no es susceptible de seguir a nadie? En tal caso, ello pone fin a la imitación, que es algo mecánico.
Tal como no podemos cultivar la humildad ni podemos cultivar el amor, así tampoco la virtud puede ser cultivada; y en ello hay una gran belleza. La virtud jamás es mecánica, y sin virtud no hay base para el claro pensar.

¿Es posible para la mente que ha sido tan condicionada -educada en innumerables sectas, religiones, y en toda clase de supersticiones y temores-, romper consigo misma y, de tal modo, dar origen a una mente nueva? [...]. La vieja mente es, en esencia, la mente que se halla atada por la autoridad.
Tal autoridad puede ser la autoridad de una idea autoimpuesta o la así llamada idea religiosa de Dios, la cual no tiene realidad alguna para la persona religiosa. Una idea no es un hecho, es una ficción. La idea de Dios es una ficción; ustedes pueden creer en ella, pero sigue siendo una ficción. Para encontrar a Dios uno debe destruir por completo la ficción, porque la vieja mente es la mente temerosa, ambiciosa, la que tiene miedo de la muerte, del vivir y de la relación; consciente o inconscientemente, está siempre buscando permanencia, seguridad.
Anhelamos estar seguros, tener razón, éxito, saber; y este deseo de certidumbre, de permanencia, desarrolla dentro de nosotros la autoridad de la experiencia personal, mientras que exteriormente crea la autoridad de lo social, de la familia, de la religión y demás.
lo que ansía la mayoría de nosotros es gratificación en diferentes niveles. Lo importante no es cómo reconocer a alguien que está liberado, sino cómo comprendernos a nosotros mismos.
Ninguna autoridad, ni aquí ni en el más allá, puede darle a uno el conocimiento de sí mismo; sin ese conocimiento propio no es posible liberarse de la ignorancia, del dolor.

La percepción alerta es ardua, y puesto que la mayoría de nosotros prefiere un modo fácil, ilusorio, introducimos la autoridad para que moldee nuestra vida y le fije pautas. Puede ser la autoridad de lo colectivo, del Estado; o puede ser la autoridad personal, el Maestro, el salvador, el gurú. La autoridad, de cualquier clase que sea, nos ciega, engendra irreflexión; y como la mayoría de nosotros encuentra que ser reflexivo es sufrir, nos entregamos a la autoridad. La autoridad engendra poder, y el poder se centraliza siempre y, por eso, corrompe por completo; corrompe no sólo a la persona que lo ejerce, sino también a quien la sigue. La autoridad del conocimiento y de la experiencia pervierte, tanto si le ha sido conferida al Maestro, a su representante o al sacerdote. Lo importante es la propia vida de cada uno, este conflicto aparentemente interminable, y no el modelo o el líder. La autoridad del Maestro y del sacerdote nos separa de la cuestión fundamental, que es nuestro conflicto interno.
Uno debe conocerse tal como es, no como quisiera ser, lo cual es tan sólo un ideal y, por lo tanto, es algo ficticio, irreal; sólo lo que es puede ser transformado, no lo que uno desearía ser.

La transformación del mundo resulta de la transformación de uno mismo, porque uno mismo es producto y parte del proceso total de la existencia humana.

Si no nos comprendemos a nosotros mismos, nuestro pensamiento carece de base; sin el conocimiento propio, lo que pensamos no es verdadero.
Yo y el mundo no somos dos entidades diferentes con problemas separados; yo y el mundo somos uno. Mi problema es el problema del mundo. Yo puedo ser el resultado de ciertas tendencias, de influencias ambientales, pero en lo fundamental no soy diferente de otro. Internamente somos todos muy semejantes: a todos nos impulsa la codicia, la mala voluntad, el miedo, la ambición, etc. Nuestras creencias, esperanzas, aspiraciones, tienen en todos una base común. Somos todos uno, somos una sola humanidad, aunque nos dividan las fronteras artificiales de la economía, la política y el prejuicio. Si mato a otro, me estoy destruyendo a mí mismo. Uno es el centro de lo total; si no se comprende a sí mismo, no puede comprender la realidad.


FEBRERO
El devenir.La creencia.La acción.El bien y el mal
  
febrero
   
La vida tal como la conocemos, nuestra vida cotidiana, es un proceso de devenir, de llegar a ser. Soy pobre y actúo con un objetivo en perspectiva, el cual es llegar a ser rico. Soy feo y quiero volverme atractivo. Por lo tanto, mi vida es un proceso de llegar a ser alguna cosa. La voluntad de ser es la voluntad de devenir, en diferentes niveles de conciencia, en diferentes estados; en ello hay reto, respuesta, hay un nombrar, un registrar. Ahora bien, este devenir es lucha, es dolor, ¿verdad? Es un esfuerzo constante: soy esto, y quiero llegar a ser aquello.

La mente tiene una idea, quizás agradable, y quiere ser como esa idea, la cual es una proyección de su deseo. Usted es esto, que no le agrada, y quiere llegar a ser aquello, que le agrada. El ideal es una autoproyección.
Usted lucha por llegar a ser algo, y ese algo es parte de usted mismo. El ideal es su propia proyección. Vea cómo la mente se ha
jugado un truco a sí misma. Usted se está esforzando tras las palabras, persigue su propia proyección, su propia sombra. Es violento y lucha por llegar a ser no violento, el ideal; pero el ideal es una proyección de lo que es. Sólo que bajo un nombre diferente.
Observe su propia mente y verá que en el instante en que deja de pensar en términos de llegar a ser alguna cosa hay una cesación de la actividad, cesación que no es estancamiento; es un estado de atención total, el cual es bondad.
  
¿Puede la mente vulgar volverse sensible? Si digo que mi mente es vulgar, y trato de volverme sensible, el esfuerzo mismo de volverme sensible es vulgaridad. Por favor, vea esto. No se sienta perplejo, obsérvelo. Mientras que, si reconozco que soy vulgar, sin tratar de cambiar eso, sin procurar volverme sensible, si empiezo a comprender qué es la vulgaridad, si la observo en mi vida de día en día, si observo mi modo voraz de comer, la rudeza con que trato a la gente, el orgullo, la arrogancia, la tosquedad de mis hábitos y pensamientos, entonces esa observación misma transforma lo que es.

La búsqueda de poder, de posición, la autoridad, la ambición y demás, son formas del «yo» en todas sus diferentes expresiones. Pero lo que importa es comprender el «yo».
¿Saben ustedes qué entiendo por el «yo»? Entiendo por el «yo» la idea, el recuerdo, la conclusión, la experiencia, las diversas formas de las intenciones, tanto las que se pueden nombrar como las innombrables, el esfuerzo consciente de ser o de no ser esto o aquello, la memoria acumulada del inconsciente: lo racial, el grupo, el individuo, el clan, y la totalidad de ello, ya sea proyectado exteriormente en la acción o proyectado espiritualmente como virtud; el esforzarse tras todo esto es el «yo». Ello incluye la competencia, el deseo de ser. Ese proceso íntegro es el «yo»; y cuando nos enfrentamos con él, sabemos realmente que es algo maligno. Uso la palabra maligno intencionalmente, porque el «yo» es divisivo; el «yo» lo encierra a uno en sí mismo; sus actividades, por nobles que sean, separan y aíslan. Sabemos todo esto. También sabemos cuán extraordinarios son los momentos en que el «yo» se halla ausente, en que no hay sentido alguno de esfuerzo; ello ocurre cuando hay amor.

Un hombre rico en riquezas mundanas, o un hombre rico en creencias y conocimientos, jamás conocerán nada sino oscuridad, y serán centro de todo daño y de toda desdicha. Pero si ustedes y quien les habla, como individuos, podemos ver todo este funcionamiento del «yo», sabremos qué es el amor. Les aseguro que ésa es la única reforma que puede cambiar al mundo. El amor no es el «yo»; el «yo» no puedo reconocer el amor. Uno dice «yo amo», pero entonces, en el decirlo mismo, en el propio
experimentarlo, está ausente el amor. Cuando amamos, el «yo» está ausente. Donde existe el amor, no existe el «yo».

Ciertamente, un hombre que comprende la vida, no necesita creencias. Un hombre que ama no tiene creencias; ama.

Una mente contundida en lo falso jamás puede encontrar la verdad. Por lo tanto, debo comprender qué es falso en mis relaciones, en mis ideas, en las cosas que hay a mí alrededor, porque percibir la verdad exige que se comprenda lo falso. Sin eliminar las causas de ignorancia, no puede haber iluminación; buscar la iluminación cuando la mente se debate en la ignorancia es absolutamente vano y sin sentido. Por consiguiente, debo empezar a ver lo falso en mis relaciones con las ideas, con la gente, con las cosas. Cuando la mente ve lo que es falso, se manifiesta lo verdadero; entonces hay éxtasis, hay felicidad.

¿Necesitamos, acaso, una creencia, de cualquier clase que sea? Si así fuera, ¿por qué es necesaria? Ése es uno de los problemas involucrados. No necesitamos «creer» que existe la puesta del sol, que existen las montañas, los ríos. No necesitamos «creer» que reñimos con nuestras esposas. No necesitamos «creer» que la vida es una desdicha terrible con su angustia, su conflicto y su constante ambición; eso es un hecho. Pero necesitamos una creencia cuando queremos escapar de un hecho hacia una irrealidad.

La religión de ustedes, su creencia en Dios, es un modo de escapar de la realidad; por lo tanto, no es religión en absoluto.

En tanto no comprendamos la relación con nuestro prójimo, con la sociedad, con nuestra esposa y nuestros hijos, tiene que haber confusión; y la mente confundida, haga lo que hiciere, sólo creará más confusión, más problemas y conflictos. Una mente agitada por la creencia no conocerá la verdad. Pero la mente que comprende su relación con la propiedad, con la gente, con las ideas, que ya no lucha más con los problemas que genera la relación, una mente para la que la solución no es el retiro, sino la comprensión del amor, sólo una mente así puede comprender la realidad.

Nos damos cuenta de que la vida es desagradable, dolorosa, triste; deseamos alguna clase de teoría, alguna clase de especulación o satisfacción, alguna clase de doctrina que explique todo esto, y así quedamos atrapados en explicaciones, palabras, teorías, y gradualmente las creencias echan raíces muy profundas y se vuelven inconmovibles, porque detrás de esas creencias, de esos dogmas, está el miedo constante a lo desconocido.
Pero jamás miramos ese miedo; le volvemos la espalda. Cuanto más fuertes son las creencias, más fuertes los dogmas. Y cuando examinamos estas creencias: la cristiana, la hindú, la budista, etcétera, encontramos que dividen a la gente. Cada dogma, cada creencia tiene una serie de rituales, de compulsiones que atan y separan a los seres humanos.

Una sociedad condenará a los que creen en Dios, y otra sociedad condenará a los que no creen. Ambas son la misma cosa. Así pues, la religión se vuelve una cuestión de creencia; y la creencia actúa y ejerce su influencia sobre la mente. De ese modo la mente jamás puede ser libre.

Uno puede ver cómo las creencias políticas, religiosas, nacionales, y otros tipos diversos de creencias, separan de hecho a los seres humanos, generan conflicto, contusión y antagonismo, lo cual es obvio; sin embargo, no estamos dispuestos a abandonarlas.
¿Es, entonces, posible vivir en este mundo y no tener creencia alguna? No cambiar de creencias, no sustituir una creencia por otra, sino estar enteramente libres de todas las creencias, a fin de que nos enfrentemos a la vida de un modo nuevo a cada instante. Esto, después de todo, es la verdad: ser capaces de afrontarlo todo de una manera nueva, afrontarlo de instante en
instante sin la reacción condicionadora del pasado, de modo tal que no exista el efecto acumulativo que actúa como una barrera entre uno mismo y lo que es.

El mundo está siempre próximo a una catástrofe. Pero ahora parece estar más próximo. Al ver esta catástrofe que se acerca, la mayoría de nosotros busca refugiarse en una idea. Pensamos que esta catástrofe, esta crisis, puede ser resuelta por una ideología. La ideología es siempre un impedimento para la relación directa, lo cual obstaculiza la acción. Queremos paz sólo como una idea, no como un hecho. Deseamos la paz en el nivel verbal, o sea, solamente en el nivel del pensar, aunque lo llamemos orgullosamente el nivel intelectual. Pero la palabra paz no es la paz. Sólo podrá haber paz cuando cese la contusión que generan unos y otros. Estamos apegados al mundo de las ideas y no a la paz. Vamos en busca de nuevos modelos sociales y políticos y no en busca de la paz. Nos ocupamos de conciliar los efectos y no de desechar la causa de la guerra.
    
MARZO
La dependencia.El apego.La relación.El miedo

marzo
   
¿Alguna vez ha investigado usted el problema de la dependencia psicológica? Si lo investiga a fondo, hallará que casi todos somos terriblemente solitarios. La mayoría de nosotros tiene mentes muy superficiales y frívolas.
Muy pocos sabemos qué significa amar. Así, a causa de esa soledad, de esa insuficiencia, de esa privación vital, estamos apegados a algo, apegados a la familia; dependemos de ella. Y cuando la esposa o el marido nos vuelven la espalda, cuando se apartan de nosotros, nos sentimos celosos.
Los celos no son amor; pero el amor que la sociedad admite en la familia se considera respetable. Eso es otra forma de defensa, otra manera de escapar de nosotros mismos. Por lo tanto, la resistencia en cualquiera de sus formas engendra dependencia. Y una mente que depende jamás puede ser libre.
Ustedes necesitan ser libres, porque verán que una mente libre contiene en sí la esencia de la humildad. Esa mente libre y, por consiguiente, humilde, es la que puede aprender; no así una mente que ofrece resistencia. El aprender es algo extraordinario; aprender, no acumular conocimientos. Acumular conocimientos es una cosa por completo diferente. Lo que llamamos conocimiento es comparativamente fácil, porque es un movimiento de lo conocido a lo conocido. Pero aprender es un movimiento desde lo conocido a lo desconocido. Sólo así aprende uno, ¿verdad?

¿Por qué dependemos? Psicológicamente, internamente, dependemos de una creencia, de un sistema, de una filosofa; pedimos a otro que nos indique una forma de conducta; buscamos instructores para que nos muestren un estilo de vida que pueda brindarnos cierta esperanza, cierta felicidad. Así, siempre vamos en busca de alguna clase de dependencia, de seguridad, ¿no es así?
¿Puede la mente liberarse alguna vez de este sentido de dependencia?

Jamás hemos cuestionado todo el asunto, por qué cada uno de nosotros busca alguna clase de dependencia. ¿No es porque, en el fondo, lo que realmente exigimos es permanencia, seguridad? Hallándonos en un estado de confusión, anhelamos que alguien nos saque de esta confusión. Por eso, estamos siempre interesados en cómo escapar del estado en que nos encontramos, o en cómo evitar tal estado. En el proceso de evitarlo, estamos obligados a crear alguna clase de dependencia, la cual se convierte en nuestra autoridad.
Quizá si pudiéramos, inteligentemente, con plena percepción alerta, investigar esta cuestión, seríamos capaces de descubrir que la dependencia no es en absoluto el problema, que ella es tan sólo un modo de escapar de un hecho más profundo.

Poseemos porque sin la posesión nada somos. Las posesiones son muchas y muy variadas. Uno que no posee cosas mundanas puede estar apegado al conocimiento, a las ideas; otro puede estar apegado a la virtud, otro a la experiencia, otro al
nombre y a la fama, etc. Sin posesiones, el «yo» no existe; el «yo» es la posesión.
La buena disposición a ser nada no es una cuestión de renunciamiento, de esfuerzo interno o externo, sino de ver la verdad de lo que es. El hecho de ver la verdad de lo que es nos libera del miedo a la inseguridad, del miedo que engendra apego y nos lleva a la ilusión del desapego, de la renunciación. El amor a lo que es, es el principio de la sabiduría. Sólo el amor comparte, sólo en el amor hay comunión; pero el renunciamiento y el autosacrificio son los caminos del aislamiento y de la ilusión.

Sólo existe el apego; no hay tal cosa como el desapego. La mente inventa el desapego como una reacción a las penas del apego. Cuando reaccionamos al apego volviéndonos «desapegados», nos apagamos a alguna otra cosa.
Por lo tanto, todo ese proceso es un solo proceso de apego. Nos apagamos a nuestra esposa o a nuestro marido, a nuestros hijos, a las ideas, a la tradición, a la autoridad y demás; y nuestra reacción a ese apego es el desapego. El cultivo del desapego es la consecuencia del dolor, de la pena. Queremos escapar del sufrimiento que genera el apego, y nuestro escape consiste en encontrar algo a lo que pensamos que podemos apegarnos. Así que sólo existe el apego, y es una mente tonta la que cultiva el desapego. Todos los libros dicen: «Desapégate», pero ¿cuál es la verdad en esto? Si uno observa su propia mente, verá una cosa extraordinaria: que al cultivar el desapego, la mente termina por apegarse a alguna otra cosa.
Trate simplemente de prestar atención a su condicionamiento.

Para evitar el sufrimiento cultivamos el anhelo. Estando prevenidos de que el apego tarde o temprano acarrea dolor, queremos desapegarnos. El apego es satisfactorio, pero al percibir el dolor que lleva en sí, queremos satisfacernos de otra manera, por medio del desapego. El desapego es lo mismo que el apego en tanto depare satisfacción. Lo que realmente buscamos, pues, es satisfacción; anhelamos estar satisfechos por cualquier medio que sea.

¿Puede nuestro anhelo satisfacerse alguna vez o es un abismo sin fondo? Ya sea que anhelemos lo bajo o lo alto, el anhelo es siempre anhelo, una llama ardiente, y lo que puede ser consumido por ella, pronto se convierte en cenizas; pero el anhelo de satisfacción permanece ahí, ardiendo siempre, consumiendo siempre; no termina jamás. El apego y el desapego atan por igual, y ambos deben ser transcendidos.

Sólo en la relación se revela el proceso de lo que uno es, ¿verdad? La relación es un espejo en el que me veo tal como soy; pero como a muy pocos nos gusta ver lo que somos, comenzamos a disciplinar, positiva o negativamente, lo que percibimos en el espejo de la relación.
Empiezo, pues, a modificar lo que no me gusta, lo que percibo como desagradable.
Deseo cambiarlo, lo cual significa que ya tengo un modelo de lo que yo debería ser. Tan pronto hay un modelo de lo que uno debería ser, no hay comprensión de lo que uno es. En el momento en que tengo una imagen de lo que deseo ser, o de lo que debo ser, o de lo que no debo ser -un patrón conforme al cual deseo cambiarme a mí mismo es obvio que no comprendo lo que soy en el instante de la relación.
Pienso que es de veras importante comprender esto, porque entiendo que es aquí donde casi todos nos extraviamos. No queremos saber lo que realmente somos en un momento dado de la relación. Si sólo nos interesa nuestro propio mejoramiento, no hay comprensión de nosotros mismos de lo que es.

El sentido de la relación es revelar, en totalidad, el estado de nuestro propio ser. La relación es un proceso de autorrevelación, de conocimiento de nosotros mismos. Esta autorrevelación es dolorosa, exige un ajuste constante, flexibilidad del pensamiento-emoción. Es una lucha penosa, con períodos esclarecidos de paz... Pero la mayoría de nosotros evita las tensiones en la relación, prefiriendo la tranquilidad y la comodidad o la satisfactoria dependencia, la seguridad exenta de retos, un ancladero confiable. Así, la familia y otras relaciones se convierten en un refugio, el refugio de la negligencia.

Así pues, la relación entre dos individuos, ya sea que vivan muy cerca o muy lejos, es una relación de imágenes, símbolos, recuerdos. Y en eso, ¿cómo puede haber verdadero amor?

Para comprender la relación, tiene que haber una percepción alerta y pasiva, la cual no destruye la relación. Por el contrario, la torna más vital, mucho más significativa. Entonces, en esa relación hay una posibilidad de verdadero afecto; hay calidez, un sentido de cercanía que no es mero sentimiento o sensación. Y si pudiéramos abordarlo todo de esa manera, o estar en una relación así con todo, entonces nuestros problemas serían fácilmente resueltos -los problemas de la propiedad, los problemas de la posesión-. Porque somos aquello que poseemos.

Si no llenamos nuestra vida con muebles, con música, con conocimientos, con esto o aquello, somos cáscaras vacías. Esa cáscara hace mucho ruido, y a ese ruido lo llamamos vivir; y nos satisfacemos con eso. Y cuando se produce una interrupción, una ruptura de eso, hay dolor, porque súbitamente nos descubrimos tal como somos: una cáscara vacía, sin mucho sentido. La
acción consiste, pues, en darnos cuenta de todo el contenido de la relación; y, a partir de esa acción, es posible una relación verdadera, es posible descubrir la gran profundidad, el inmenso significado de esa relación y saber qué es el amor.

Sin relación, no hay existencia; ser es estar relacionado [...]. La mayoría de nosotros no parece darse cuenta de esto: que el mundo es mi relación con otros, ya sea con uno o con muchos. Mi problema es el problema de la relación. Lo que soy es lo que proyecto, y, desde luego, si no me comprendo a mí mismo, toda mi relación es una confusión cuyos círculos se amplían cada vez más.

En un mundo de vastas organizaciones, enormes movilizaciones de personas, grandes movimientos de masas, tememos actuar en pequeña escala; nos atemoriza ser personas sin importancia que limpian y despejan su propia parcela. Nos decimos: «¿Qué puedo hacer personalmente? Para poder hacer reformas debo unirme a un movimiento de masas». Por el contrario, la verdadera
revolución tiene lugar no por obra de movimientos de masas, sino por medio de una revolución interna de la relación; sólo ésa es una verdadera reforma, una revolución radical y constante. Tememos comenzar a actuar en una escala pequeña. Debido a que el problema es tan vasto, pensamos que debemos encararlo con gran cantidad de personas, con una gran organización, con movimientos de masas.
Tenemos que empezar a abordar el problema a una escala pequeña, y la escala pequeña es el «yo» y el «tú». Cuando me comprendo a mí mismo, comprendo al otro, gracias a esa comprensión adviene el amor. El amor es el factor ausente; hay falta de afecto, de calidez en la relación. A causa de que nos falta ese amor, esa ternura, esa generosidad, esa piedad en la relación,
escapamos hacia la acción de masas, la cual produce más confusión, más desdicha. Llenamos nuestros corazones con planes para la reforma del mundo, y no prestamos atención a ese único factor resolutivo, que es el amor.

¿Puede la mente vaciarse a sí misma y por completo del miedo? El miedo de cualquier clase engendra ilusión, embota la mente, la torna superficial. Donde hay miedo, es obvio que no hay libertad, y sin libertad no hay amor.
Casi todos tenemos alguna forma de miedo, miedo a la oscuridad, a la opinión pública, miedo a las serpientes, al dolor físico, miedo a la vejez, miedo a la muerte. Tenemos literalmente docenas de miedos. Y Es posible estar por completo libres de miedo?
Podemos ver lo que el miedo nos hace a cada uno de nosotros. Nos hace mentir, nos corrompe de distintas maneras; torna a la mente vacua, trivial. En tanto uno tenga miedo, habrá en la mente rincones oscuros que jamás podrán ser investigados y expuestos. La autoprotección física, el impulso instintivo de mantenernos lejos de la serpiente venenosa, de retroceder ante el precipicio, de evitar caer bajo el tranvía, etc., es cuerdo, normal, sano.
Pero yo me estoy preguntando acerca de la autoprotección psicológica que a uno le hace tener miedo de la enfermedad, de la muerte, de un enemigo. Cuando buscamos, en cualquier forma que sea, nuestra propia realización personal, ya sea mediante la pintura, la música, la relación, o lo que prefiera, hay siempre temor. Lo importante, pues, es darse cuenta de todo este proceso de uno mismo, observar, aprender al respecto, y no preguntar cómo podemos librarnos del miedo. Cuando uno desea tan sólo librarse del miedo, encontrará medios y arbitrios para escapar de él, y así jamás podremos vernos libres del miedo.

¿Por qué hacemos todo esto: obedecer, seguir, copiar? ¿Por qué? Porque le tenemos miedo a la incertidumbre interna. Deseamos estar seguros, seguros financieramente, seguros moralmente; deseamos que nos aprueben, poder gozar de una posición segura, no tener que enfrentarnos jamás con la dificultad, con la pena, con el sufrimiento; queremos estar cercados por una valla de seguridad.
Así, el miedo nos hace obedecer, consciente o inconscientemente, al Maestro, al líder, al sacerdote, al gobierno. El miedo también ejerce control sobre nosotros para que no hagamos algo que podría perjudicar a otros, puesto que seríamos castigados. Así que detrás de todas estas acciones, de estas búsquedas, de esta codicia, se esconde el deseo de certidumbre, de sentirnos a salvo. Por lo tanto, sin resolver el miedo, sin liberarnos de él, el mero obedecer o ser obedecido significa muy poco; lo que tiene sentido es comprender este miedo de día en día y ver cómo se revela en sus diferentes formas. Sólo cuando nos liberamos del miedo existe esa cualidad interna de la comprensión, esa soledad creativa en la que no hay acumulación de conocimientos o de experiencias; únicamente eso nos da una claridad extraordinaria en la búsqueda de lo real.

Lo que da origen al miedo es mi opinión, mi idea, mi experiencia, mi conocimiento acerca del hecho. En tanto haya verbalización del hecho, en tanto dé al hecho un nombre y, por consiguiente, lo identifique y lo condene, en tanto el pensamiento, como observador, esté juzgando el hecho, tiene que haber miedo. El pensamiento es producto del pasado; sólo puede existir gracias a la verbalización, a los símbolos, a las imágenes; mientras el pensamiento esté considerando o interpretando el hecho, el miedo es inevitable.
Lo que importa, pues, no es «¿cómo puedo librarme del miedo?». Si usted busca un medio, un método, un sistema para desembarazarse del miedo, estará preso en el miedo a perpetuidad. Pero si comprende el miedo, lo cual sólo puede ocurrir cuando entra en contacto directo con él -tal como está en contacto con el hambre, tal como está directamente en contacto cuando se halla a punto de perder su empleo-, entonces hace algo. Sólo así encontrará que cesa todo el miedo; quiero decir todo el miedo, no un miedo de esta clase o de aquella clase.
  
Debemos comprender la palabra aceptación. No uso esa palabra con el significado del esfuerzo hecho para aceptar. Cuando percibo lo que es, no es cuestión de aceptar. Cuando no veo claramente lo que es, introduzco el proceso de la aceptación. Por consiguiente, el miedo es la no-aceptación de lo que es.
   
ABRIL
El deseo.El sexo.El matrimonio.La pasión
  
abril
   
Conocemos, ¿no es así?, el deseo, el cual se contradice a sí mismo, se tortura, empuja en direcciones diferentes; conocemos la pena, el trastorno, la ansiedad del deseo, y los intentos de disciplinarlo, de controlarlo. Y en la perpetua batalla que sostenemos con él lo retorcemos fuera de toda forma reconocible; pero está ahí, constantemente vigilando, aguardando, apremiando. Haga uno lo que hiciere, sublime el deseo, escape de él, lo rechace, lo acepte o le dé rienda suelta... está siempre ahí.
¿Qué ocurre si no condenamos el deseo, si no lo juzgamos como bueno o malo, sino que simplemente nos damos cuenta de él? Me pregunto si ustedes saben qué significa darse cuenta de algo. La mayoría de nosotros no se da cuenta, por que nos hemos acostumbrado a condenar, juzgar, evaluar, identificar, optar. La opción nos impide, obviamente, darnos cuenta, porque siempre optamos como resultado de un conflicto. El darse cuenta de las cosas cuando uno entra a una habitación, el ver todos los muebles, la alfombra o su ausencia, etcétera, el sólo ver, el percibir todo ello sin sentido alguno de juicio, es algo muy difícil. ¿Alguna vez ha intentado usted mirar a una persona, una flor, una idea, una emoción, sin optar, sin juzgar en absoluto?
¿Y si uno hace lo mismo con el deseo, si uno vive con él, sin negarlo ni decir: «¿Qué haré con este deseo? Es tan desagradable, tan imperioso, tan violento…», sin darle un nombre, un símbolo, sin cubrirlo con una palabra, entonces, ¿sigue existiendo la causa del desorden? En consecuencia, ¿es el deseo algo que debe ser sacrificado, destruido? Queremos destruirlo, porque un deseo acomete contra otro creando conflicto, desdicha y contradicción; y uno puede ver cómo intenta escapar de este conflicto interminable. Entonces, ¿puede uno darse cuenta de la totalidad del deseo? Lo que entiendo por totalidad no es un deseo o muchos deseos, sino la cualidad total del deseo en sí.

Vemos una bella puesta del sol, un árbol hermoso, el movimiento amplio y curvo de un río, o un bello rostro, y mirar eso nos da un gran placer, nos deleita. ¿Qué hay de malo en ello? A mí me parece que la confusión y la desdicha empiezan cuando ese rostro, ese río, esa nube, esa montaña se convierten en un recuerdo, y ese recuerdo exige entonces una continuidad mayor del placer; deseamos que tales cosas se repitan. Todos conocemos esto. He tenido cierto placer, o usted ha experimentado cierto deleite en algo, y queremos que eso se repita. Ya sea que se trate de algo sexual, artístico, intelectual, o de otro carácter, queremos que se repita; y yo pienso que ahí es donde el placer comienza a nublar la mente y a crear valores falsos, irreales.
Lo que importa es comprender el placer, no tratar de librarnos de él; eso es demasiado tonto. Nadie puede librarse del placer. Pero es esencial comprender la naturaleza y estructura del placer; porque si nuestra vida es tan sólo placer, y eso es lo que deseamos, entonces con el placer llegan la desdicha la confusión, las ilusiones, los valores falsos que creamos, en consecuencia, no hay claridad.
El deseo surge, lo cual es una reacción, una reacción sana, normal; de lo contrario, estaría muerto. Veo algo hermoso y digo: «Por Dios, deseo eso». Si así no fuera, estaría muerto. Pero en la constante persecución de ello hay dolor. Ese es mi problema: al igual que placer, hay dolor.
¿qué es lo que da continuidad al placer?
Obviamente, es el pensamiento, el pensar al respecto [...].
Pienso en ello. Ya no es la relación directa con determinado objeto, la cual es deseo, sino que ahora el pensamiento aumenta ese deseo pensando en el objeto, creando imágenes, representaciones, ideas [...].
Interviene el pensamiento y dice: «Por favor, debes poseerlo; eso es desarrollo; eso es importante; eso no es importante; esto es esencial para tu vida; esto no es esencial para tu vida».
Pero puedo mirar eso, tener un deseo, y ahí termina todo, sin que interfiera el pensamiento.

¿Han tratado ustedes de morir voluntariamente, no forzadamente, para un placer? Por lo general, cuando uno muere no desea hacerlo; la muerte viene y nos lleva; no es un acto voluntario, excepto en el suicidio. ¿Pero alguna vez han tratado de morir voluntariamente, fácilmente, han tenido esa sensación de abandonar un placer?
¡Obviamente, no! Al presente, sus idea les, sus placeres, sus ambiciones son las cosas que dan a la vida la así llamada significación, pero no tienen significación alguna. Es el «yo» el que les está dando significación. La vida es el vivir, es abundancia, plenitud, entrega de sí mismo; no es sentir que «yo» tengo significación. Eso es tan sólo un concepto. Si ustedes experimentan muriendo para las pequeñas cosas, eso es suficiente. Sólo mueran para los pequeños placeres, háganlo con facilidad, cómodamente, con una sonrisa; eso basta porque entonces verán que su mente es capaz de morir para muchas cosas, morir para todos los recuerdos.
Las máquinas, las computadoras, están tomando a su cargo las funciones de la memoria, pero la mente humana es algo más que un hábito meramente mecánico de asociación y memoria.

El sexo es un problema porque parecería que en ese acto hay completa ausencia del «yo». En ese instante uno es feliz, ya que hay una cesación de la conciencia de sí mismo; y, al desear más de ello, más de la abnegación del «yo», en la cual hay felicidad completa sin pasado ni futuro, al exigir esa felicidad completa por medio de la fusión total, de la integración, es natural que ello se convierta en algo de suma importancia. ¿No es así? Por ser algo que ofrece un júbilo genuino, un completo olvido de nosotros mismos, queremos más y más de ello. Ahora bien, ¿por qué quiero más de ello? Porque en todo lo demás estoy en conflicto, porque en todos los otros niveles de la existencia hay fortalecimiento del «yo». Económica, social y religiosamente, hay un constante espesamiento de la conciencia de mí mismo, el cual implica conflicto. Después de todo, uno es consciente de sí mismo sólo cuando hay conflicto. La autoconciencia es, en su naturaleza misma, el resultado del conflicto [...].
De modo que el problema no es, ciertamente, el sexo, sino cómo estar libre del «yo». Uno ha experimentado, por unos pocos segundos o por más tiempo, esa condición en la que el «yo» está ausente; y cuando el «yo» está ahí, hay conflicto, desdicha, lucha. En consecuencia, existe el constante anhelo por más de ese estado libre del «yo».

Los cines, las revistas, las novelas, la forma como visten las mujeres, todo intensifica sus pensamientos acerca del sexo. ¿Por qué la mente aumenta el problema, por qué piensa tanto en el sexo? ¿Por qué, señoras y señores? Es el problema de ustedes. ¿Por qué? ¿Por qué se ha vuelto una cuestión fundamental en sus vidas? Habiendo tantas cosas que reclaman, que exigen su
atención, conceden atención completa al pensamiento sobre el sexo. ¿Qué sucede, por qué sus mentes están tan ocupadas con eso? Porque ésa es la vía del máximo escape, ¿no es así? Es un modo de olvidarnos completamente de nosotros mismos. Por ahora, al menos por el momento, uno puede olvidarse de sí mismo -y no hay otro modo de olvidarse de sí mismo-. Todo lo demás que ustedes hacen en la vida acentúa el «yo». Sus negocios, sus religiones, sus dioses, sus líderes, sus actividades políticas, económicas y sociales, sus escapes, su afiliarse a un grupo y rechazar otro, todo eso da énfasis y fuerza al «yo» [...]. Cuando hay una sola cosa en sus vidas que constituye una vía de máximo escape, de completo olvido de sí mismos, así sea por unos cuantos segundos, se aferran a ella porque es el único momento en que son felices.

¿Por qué convertimos la vida en un problema? Trabajar, tener sexo, ganar dinero, pensar, sentir, experimentar... Ustedes saben, toda la cosa del vivir, ¿por qué es un problema? ¿No es, acaso, porque siempre pensamos desde un punto de vista particular, desde un punto de vista fijo? Estamos siempre pensando desde un centro hacia la periferia, pero la periferia es el centro para la mayoría de nosotros, y así todo cuanto tocamos es superficial. Pero la vida no es superficial, requiere ser vivida de un modo completo, y debido a que sólo la vivimos superficialmente, no conocemos sino la reacción superficial. Todo cuanto hacemos en la periferia debe, inevitablemente, crear un problema, y eso es nuestra vida:
vivimos en lo superficial y estamos satisfechos de vivir allí con los problemas de lo superficial. Así pues, los problemas existen en tanto seguimos viviendo en lo superficial, en la periferia, siendo la periferia el «yo» y sus sensaciones, las que pueden ser exteriorizadas o permanecer en lo subjetivo, o bien pueden identificarse con el universo, con el país o con alguna otra cosa elaborada por la mente. Así, mientras vivamos dentro del campo de la mente, tendrá que haber complicaciones, problemas. Y eso es todo cuanto conocemos.

Nosotros conocemos el amor como sensación, ¿no es así? Cuando decimos que amamos, conocemos los celos, el miedo, la ansiedad. Cuando ustedes dicen que aman a alguien, todo está implicado: envidia, deseo de poseer, de adueñarse, de dominar, temor de perder, etc. Todo esto es lo que llamamos amor, y no conocemos el amor sin miedo, sin envidia, sin posesión; ese estado de amor que no contiene miedo, tan sólo lo verbalizamos, lo llamamos impersonal, puro, divino, o Dios sabe qué más; pero el hecho es que somos celosos, dominadores, posesivos.
Conoceremos ese estado de amor sólo cuando lleguen a su fin los celos, la envidia, el afán posesivo, el deseo de dominar; en tanto poseamos, jamás habremos de amar.

... Cuando hay amor, no hay «deberes». Cuando uno ama a su esposa, lo comparte todo con ella: su propiedad, sus dificultades, su ansiedad, su alegría. Uno no ejerce dominio. Uno no es el hombre y ella la mujer para ser usada y descartada, una especie de máquina engendradora destinada a dar continuidad al apellido del hombre. Cuando hay amor, la palabra deber desaparece.
El amor no es mero pensamiento; los pensamientos son tan sólo una actividad externa del cerebro. El amor es mucho más hondo, mucho más profundo, y la profundidad de la vida puede ser descubierta sólo en el amor. Sin amor, la vida no tiene sentido, y ésa es la parte triste de nuestra existencia. Avanzamos en años y seguimos siendo inmaduros; nuestros cuerpos envejecen, engordan, se tornan desagradables, y permanecemos tan irreflexivos como siempre. Aunque leemos y hablamos al respecto, jamás hemos conocido el perfume de la vida. El mero leer y verbalizar indica una falta total de esa calidez humana del corazón, la cual enriquece la vida; y sin esa calidad del amor, hagan ustedes lo que hicieren, ya sea que ingresen en alguna sociedad, que elaboren alguna norma, etc., no resolverán este problema.

La mayoría de nosotros emplea la pasión sólo en relación con una cosa: el sexo; o bien uno sufre apasionadamente, o trata de resolver ese sufrimiento. Pero yo uso la palabra pasión en el sentido de un estado de la mente, un estado del ser, un estado de nuestra esencia interior -si es que hay tal cosa- que siente con mucha fuerza, que es altamente sensible, tan sensible a la suciedad, a la escualidez, a la pobreza, como a las enormes riquezas con su corrupción, a la belleza de un árbol, de un pájaro, del fluir del río, del estanque que refleja sobre sí el cielo nocturno. Es indispensable sentir todo esto intensamente, enérgicamente. Porque sin pasión la vida se torna vacua, superficial, y no tiene mucho sentido. Si usted no puede ver la belleza de un árbol y amar ese árbol, si no puede sentir afecto por él, usted no está viviendo.


MAYO
La inteligencia.Los sentimientos.Las palabras.El condicionamiento
       
mayo
     
¿Cómo surgen las emociones? Muy simple. Surgen por obra de los estímulos, por la acción de los nervios.
Usted me clava un alfiler y salto; me lisonjea y estoy encantado; me insulta y eso no me gusta. Las emociones surgen a través de nuestros sentidos.
¿Qué papel juega la emoción en la vida? ¿Comprende? El amor, ¿es placer, es deseo? Si el amor es emoción, hay algo que cambia todo el tiempo, ¿verdad? ¿No conoce usted todo eso?
Uno ha de darse cuenta, pues, de que las emociones, el sentimentalismo, los entusiasmos, el sentir que uno es bueno y todas esas cosas, no tienen nada que ver con el verdadero afecto, con la compasión. Todo sentimiento personal, toda emoción, se vincula con el pensamiento; por lo tanto, resulta en placer y dolor. El amor no sufre, no experimenta dolor, porque no es la consecuencia del placer o del deseo.

Lo primero que debemos hacer, si se me permite sugerirlo, es descubrir por qué pensamos de cierta manera, por qué sentimos de cierta manera. No trate de cambiar eso, no intente analizar sus pensamientos y sus emociones; tome conciencia de por que esta pensando dentro de determinada rutina y desde qué motivo actúa.
Aunque pueda descubrir el motivo por medio del análisis, lo que fuere que descubra por medio del análisis, ello no será lo real. Lo que descubra será real sólo cuando usted esté intensamente alerta al instante en que funcionan sus pensamientos y emociones; entonces verá qué extraordinaria sutileza, qué delicadeza tienen.

En tanto tenga usted un «debo» y un «no debo», esta compulsión hará que jamás descubra el veloz movimiento errático de los pensamientos y las emociones. Y estoy seguro de que todos ustedes han sido educados en la escuela de los «debo» y «no debo»; por eso han destruido su pensar y sentir. Han sido limitados y mutilados por sistemas y métodos, así como por sus instructores. Abandone, pues, todos esos «debo» y «no debo». Esto no quiere decir que tenga que haber libertinaje, sino que debe estar alerta a la mente que siempre está diciendo «debo» y «no debo». Entonces, tal como una flor se abre y florece en la mañana, así ocurre con la inteligencia: está ahí, funciona creando comprensión.

Educar el intelecto no da como resultado la inteligencia. Antes bien, la inteligencia adviene cuando uno actúa en perfecta armonía, tanto intelectual como emocionalmente. Hay una vasta diferenciación entre intelecto e inteligencia. El intelecto es tan sólo el pensamiento funcionando independientemente de la emoción. Cuando el intelecto, sin tener en cuenta la emoción, es educado en una dirección determinada, uno puede poseer un gran intelecto, pero no por eso tiene inteligencia, porque la inteligencia contiene la inherente capacidad tanto de sentir como de razonar; en la inteligencia, ambas capacidades están por igual presentes de una manera intensa y armónica.
Hasta que de hecho aborden ustedes toda la vida con inteligencia, en vez de hacerlo meramente con el intelecto, ningún sistema en el mundo salvará al hombre del incesante afán por el dinero.

Sentir las cosas con grandeza, profundamente, agudamente, es muy difícil para la mayoría de nosotros, debido a la gran cantidad de problemas que tenemos. Cualquier cosa que tocamos parece convertirse en un problema. Y, aparentemente, no hay un final para los problemas del hombre, quien parece completamente incapaz de resolverlos, ya que cuanto más aumentan los problemas existentes, más disminuyen nuestros sentimientos.
El sentimiento por la belleza, el sentimiento por una palabra, por el silencio entre dos palabras, la capacidad de escuchar con claridad un sonido, todo eso genera profundidad en el sentir. Y es esencial tener sentimientos intensos, porque sólo el sentir con profundidad y grandeza torna a la mente sensible en alto grado.

No hay sentimiento sin pensamiento; y detrás del pensamiento está el placer; por lo tanto, esas cosas marchan juntas el placer la palabra, el pensamiento, el sentimiento; no están separadas. La observación pura, sin pensamiento, sentimiento ni palabra, es energía. La energía se disipa a causa de la palabra, la asociación, el pensamiento, el placer y el tiempo; en consecuencia, falta energía para mirar, observar.
Cuando la mente no piensa en función de palabras, símbolos, imágenes, no hay pensador separado, el pensamiento, el cual es la palabra. Entonces la mente está quieta, ¿no es así? -no aquietada, sino que está quieta-. Cuando está de verdad quieta, los sentimientos que surgen pueden ser encarados de inmediato. Sólo cuando damos nombres a los sentimientos y, de tal modo, los fortalecemos, los sentimientos tienen continuidad; se almacenan en el centro, desde el cual les asignamos nuevos rótulos, ya sea para fortalecerlos o para comunicarlos.

Ustedes jamás permanecen con un sentimiento, un sentimiento puro y simple, sino que siempre lo rodean con la parafernalia de las palabras. La palabra lo distorsiona; el pensamiento, remolineando en torno de él, lo arroja a la oscuridad, lo abruma con miedos y anhelos gigantescos. Uno jamás permanece con un sentimiento, sin agregarle nada más: con un sentimiento de odio, o con ese sentimiento extraño de la belleza. Cuando brota el sentimiento de odio, decimos que es malo; están la compulsión, la lucha por vencerlo, la agitación del pensamiento respecto de ese odio [...].
Trate de permanecer con un sentimiento y vea qué sucede. Encontrará eso asombrosamente difícil. Su mente no dejará en paz al sentimiento; irrumpirá con sus recuerdos, sus asociaciones, sus «debes» y «no debes», su perpetuo parloteo.
Levante del suelo un caparazón abandonado. ¿Puede contemplarlo, maravillarse ante su delicada belleza, sin decir «¡qué bonito es!», o «¿a qué animal pertenecerá?». ¿Puede mirar algo sin el movimiento de la mente? ¿Puede vivir con el sentir que hay detrás de la palabra, sin el sentimiento que la palabra provoca? Si puede hacerlo, descubrirá una cosa extraordinaria, un movimiento más allá de la medida del tiempo, una primavera que no conoce veranos.

Usted y yo nos damos cuenta de que estamos condicionados. Si usted dice, como muchas personas, que el condicionamiento es inevitable, entonces no hay problema; usted es un esclavo y ahí se terminó todo. Pero en caso de que comience a preguntarse si es de algún modo posible romper con esta limitación, con este condicionamiento, entonces hay un problema, entonces tiene que investigar todo el proceso del pensar, ¿no es así? Si se limita a decir: «Debo tomar conciencia de mi condicionamiento, debo pensar al respecto, analizarlo a fin de comprenderlo y destruirlo», está ejerciendo fuerza. Su pensar, su analizar, siguen siendo el resultado de su trasfondo, de modo que por medio de su pensar no puede usted romper con el condicionamiento del cual el pensar forma parte.
Primero limítese a ver el problema, no pregunte cuál es la respuesta, la solución. El hecho es que estamos condicionados, y que todo pensar destinado a comprender este condicionamiento será siempre parcial; por lo tanto, jamás hay una comprensión total. Y sólo en la comprensión total del proceso íntegro del pensar hay libertad. La dificultad es que siempre estamos funcionando dentro del campo de la mente, la cual es el instrumento del pensar, ya sea éste racional o irracional; y, como hemos visto, el pensamiento es siempre parcial.

Para liberar a la mente de todo condicionamiento, debemos ver la totalidad de éste sin que intervenga el pensar. Esto no es un asunto difícil; experimenten con ello y lo verán.

Si emprendo deliberadamente la tarea de liberarme de mi condicionamiento, ese deseo crea su propio condicionamiento. Puedo destruir una forma de condicionamiento, pero quedo atrapado en otra. En cambio, si comprendo el deseo mismo, que incluye el deseo de liberarme, entonces esa misma comprensión destruye todo condicionamiento. La libertad respecto del condicionamiento es un producto secundario; no es importante. Lo que importa es comprender qué es lo que da origen al condicionamiento.



JUNIO
La energía.La atención.La percepción alerta y sin opciones.La violencia
  
junio
   
Tal vez ha notado usted otro hecho interesante y muy simple: que en el momento en que de veras quiere hacer algo, tiene la energía para hacerlo [...]. Esa energía misma se vuelve el medio de autocontrolarse, de modo que uno no necesita ninguna disciplina externa. En la búsqueda de la realidad, la energía crea su propia disciplina. El hombre que busca la realidad se convierte espontáneamente en la clase correcta de ciudadano, la cual no responde al patrón de ninguna sociedad o gobierno en particular.

El conflicto de cualquier clase -físico, psicológico, intelectual- es un desperdicio de energía. Por favor, es extraordinariamente difícil comprender esto y estar libre del conflicto, porque a casi todos nos han educado para luchar, para esforzarnos. Cuando vamos a la escuela, eso es lo primero que nos enseñan: que debemos esforzarnos.
Y esa lucha, ese esfuerzo, son sostenidos a lo largo de toda la vida; es decir, para ser buenos debemos luchar, debemos combatir el mal, debemos resistir, controlar.
... Por consiguiente, en todas partes estamos desperdiciando energía. Y ese desperdicio de energía es, en esencia, conflicto: el conflicto entre los «debería» y «no debería», los «debo» y «no debo». Una vez creada la dualidad, el conflicto es inevitable. Uno ha de comprender, pues, todo este proceso de la dualidad; no es que no haya hombre y mujer, verde y rojo, luz y oscuridad, alto y bajo; todos esos son hechos. El desperdicio de energía tiene lugar en el esfuerzo que dedicamos a esta división entre el hecho y la idea.

Si usted dice: «¿Cómo he de ahorrar energía?», ha creado el modelo de una idea -el modo de ahorrar energía-, y entonces conduce su vida conforme a ese modelo; en consecuencia empieza otra vez una contradicción. Mientras que si percibe por sí mismo dónde se malgastan sus energías, verá que la principal fuerza de desgaste es el conflicto, el conflicto de tener un problema y no resolverlo jamás, de vivir con el recuerdo nocivo de algo ya muerto, de vivir en la tradición. Uno tiene que comprender la naturaleza de la disipación de energía, y esta comprensión no surge conforme a Shankara, el Buda o algún santo, sino en la observación real de nuestro conflicto en la vida cotidiana. Así pues, el desperdicio principal de energía es el conflicto, lo cual no quiere decir que uno haya de sentarse cómodo y dejar perezosamente que la vida transcurra. El conflicto existirá siempre en tanto la idea sea más importante que el hecho.
Una mente tiene que profundizar en los hechos, debe hallarse en un estado en el que no sea esclava del pensamiento. Al fin y al cabo, todo pensamiento dentro del tiempo es invención; todos los artefactos, los aviones, los refrigeradores, los cohetes espaciales, la exploración dentro del átomo, todo eso es resultado del conocimiento, del pensar. Estas cosas no son creación, la invención no es creación, la capacidad no es creación; el pensamiento jamás puede ser creativo, porque el pensamiento está siempre condicionado y nunca puede ser libre. Sólo es creativa esa energía que no es producto del pensamiento.

Usted sabe qué es el espacio. Hay espacio en esta habitación. La distancia que hay desde aquí al lugar donde se hospeda, entre el puente y su casa, entre esta orilla del río y la otra, todo eso es espacio. Ahora bien, ¿hay también espacio en su mente? ¿O ésta se halla tan atestada que no contiene espacio alguno? Si su mente dispone de espacio, entonces en ese espacio hay silencio y de ese silencio proviene todo lo demás, porque entonces usted puede escuchar, puede prestar atención sin resistencia alguna. Por eso es muy importante contar con espacio en la mente. Si la mente no se halla atestada, incesantemente ocupada, puede escuchar a ese perro que ladra, escuchar el sonido de aquel tren que cruza el puente distante, y también estar plenamente atenta a lo que dice una persona que habla aquí. Entonces la mente es algo vivo, no una cosa apagada, muerta.

Si usted puede prestar atención completa sin estar absorto en algo y sin sentido alguno de exclusión, entonces descubrirá qué es meditar; porque en esa atención no hay esfuerzo, ni división, ni lucha, ni búsqueda de un resultado. De este modo, la meditación es un proceso por el cual la mente se libera de todos los sistemas, y puede conceder atención sin estar absorta en algo y sin hacer esfuerzo alguno para concentrarse.

¿Puede practicarse la humildad? Por cierto, ser consciente de que uno es humilde implica no ser humilde.
Usted quiere saber que ha «llegado». Esto indica, ¿no es así?, que escucha con el fin de alcanzar un estado especial, un lugar donde jamás se vea perturbado, donde pueda encontrar la felicidad perpetua, una bienaventuranza permanente. Pero, como dije antes, no hay tal llegar, sólo existe el movimiento del aprender, y en eso radica la belleza de la vida. Si usted ha llegado, ya no hay nada más. Y todos ustedes han llegado o desean llegar, no sólo en sus negocios, sino en todo lo que hacen; por eso se sienten insatisfechos, frustrados, infelices. Señor, no hay lugar alguno al cual llegar, sólo existe este movimiento del aprender, el cual se vuelve penoso únicamente cuando hay acumulación. Una mente que escucha con atención completa jamás buscará un resultado, porque está abriéndose, desplegándose constantemente; como un río, se halla siempre en movimiento. Una mente así es por completo inconsciente de su propia actividad, en el sentido de que no hay perpetuación de un «sí mismo», de un «yo», que busca llegar, alcanzar un objetivo.

El permitir que florezca un pensamiento o un sentimiento exige atención, no concentración. Entiendo por el florecer de un pensamiento darle libertad para ver qué ocurre, qué es lo que tiene lugar en nuestro pensar, en nuestro sentir. Todo lo que florece debe tener libertad, debe tener luz; no se lo puede restringir. Usted no puede asignarle valor alguno, no puede decir: «Eso es bueno, eso es malo; esto debe ser y aquello no debe ser»; de ese modo, limita el florecer del pensamiento. Y éste sólo puede florecer en la percepción alerta. Por lo tanto, si lo investiga muy profundamente, descubrirá que este florecer del pensamiento es la terminación del pensamiento.

Cuando uno observa en silencio un problema, sin condenar ni justificar, adviene la percepción pasiva. En esta percepción pasiva, el problema es comprendido y disuelto.
En la percepción alerta no hay un devenir, no hay objetivo alguno que alcanzar. Hay observación silenciosa sin opción ni condena, y en ella surge la comprensión.
Nuestra dificultad está en hacer que la mente funcione despacio, de modo que cada pensamiento-sentimiento pueda ser seguido y comprendido. Lo que se ha comprendido profundamente y por completo no se repetirá.

Cuando el individuo está en conflicto dentro de sí mismo, inevitablemente debe crear conflicto afuera; sólo él puede originar paz en sí mismo y, por consiguiente, en el mundo, porque él es el mundo.


JULIO
La felicidad.La pesadumbre.La herida psicológica.El dolor
 
julio
  
¿Qué es lo que busca la mayoría de nosotros? ¿Qué es lo que desea cada uno de nosotros? Especialmente en este mundo inquieto, donde todos tratan de encontrar alguna clase de paz, de felicidad, un refugio, es importante, sin duda, averiguar qué es lo que intentamos buscar, qué es lo que intentamos descubrir. ¿No es así?
Probablemente, la mayoría de nosotros busca cierta clase de felicidad, cierta clase de paz; en un mundo dominado por la confusión, las guerras, las disputas, las luchas, anhelamos un refugio donde pueda haber algo de paz. Creo que eso es lo que desea la mayoría de nosotros. Y así proseguimos, yendo de un líder a otro, de una organización religiosa a otra, de un instructor a otro.
Ahora bien, lo que buscamos, ¿es la felicidad, o buscamos alguna clase de satisfacción, de la cual esperamos obtener la felicidad? Hay una diferencia entre felicidad y satisfacción. ¿Puede uno buscar la felicidad? Quizá pueda encontrar satisfacción, pero es obvio que no podrá encontrar la felicidad. La felicidad es derivativa, es la consecuencia de algo más. Por lo tanto, antes de entregar nuestras mentes y nuestros corazones a algo que exige una gran dosis de seriedad, atención, reflexión, cuidado, debemos descubrir, ¿no es así?, qué es lo que buscamos: si es felicidad o satisfacción.

Muy pocos de nosotros disfrutamos plenamente de algo.
A medida que envejecemos, aunque queremos disfrutar de las cosas, lo mejor ya nos ha abandonado; deseamos deleitarnos con otra clase de sensaciones: pasiones, lujuria, poder, posición. Aunque sean superficiales, éstas son las cosas normales de la vida; no son para ser condenadas ni justificadas, sino que debemos comprenderlas y darles su exacto lugar. Si uno las condena por carentes de valor, por sensuales, estúpidas o poco espirituales, destruye todo el proceso del vivir...
Para conocer el júbilo, uno debe ir mucho más a lo profundo. El júbilo no es mera sensación. Requiere un refinamiento extraordinario de la mente, pero no el refinamiento del «yo» que acumula más y más para sí mismo.

Algunos dirán que la felicidad consiste en obtener lo que deseamos. Si lo consigo, soy feliz; si no lo consigo, soy desdichado.
En el instante en que estamos conscientes de que somos felices, ¿es felicidad eso? Tan pronto tenemos conciencia de que somos felices, eso ya no es felicidad.
En el momento en que tenemos conciencia de que somos humildes, no somos humildes. Así pues, la felicidad no es cosa que podamos perseguir: llega. Pero si la buscamos, nos evadirá.
El pensamiento es sensación, y la sensación no es felicidad. Las sensaciones están siempre buscando satisfacerse. El objetivo es la sensación, pero la felicidad no es un objetivo; no es posible ir en busca de ella.
Para descubrir el verdadero significado de la felicidad debemos explorar el río del conocimiento propio. El conocimiento propio no es un fin en sí mismo. ¿Tiene un origen el río? Cada gota de agua, desde el principio al fin, hace al río. Imaginar que encontraremos la felicidad en el origen es un error. Ha de ser hallada allí donde nos encontramos en el río del conocimiento propio.
Podemos movernos de un refinamiento a otro, de una sutileza a otra, de un disfrute a otro; pero en el centro de ello está el «yo», el «yo» que disfruta, que desea más felicidad, el «yo» que escudriña, que busca, que anhela la felicidad, el «yo» que lucha, el «yo» que se torna más y más refinado, pero al que jamás le agrada llegar a su fin.
Sólo cuando el «yo» en todas sus formas sutiles llega a su fin, hay un estado de bienaventuranza que no es posible tratar de adquirir, un éxtasis, un verdadero júbilo libre de todo sufrimiento, de toda corrupción [...].
Si podemos comprender el proceso de la vida, comprenderlo sin condenar, sin decir que es bueno o malo, entonces surge una felicidad creadora que no es «suya» ni «mía». Esa felicidad creadora es como la luz del Sol. Si usted desea conservar la luz del Sol para sí mismo, ése ya no es más el claro, cálido Sol dador de vida. De igual manera, si desea la felicidad porque está sufriendo o porque ha perdido a alguien o porque no ha tenido éxito, entonces eso es tan sólo una reacción. Pero cuando la mente puede ir más allá, hay una felicidad que no pertenece a la mente.

¿Por qué preguntamos «qué es la felicidad»? ¿Es ése el enfoque correcto? ¿Es ésa la correcta manera de investigar? No somos felices. Si fuéramos felices, nuestro mundo sería por completo diferente.
¿De qué sirve, cuando estoy sufriendo, preguntar si existe la felicidad? ¿Puedo comprender el sufrimiento?
Ese es mi problema, no cómo ser feliz. Soy feliz cuando no estoy sufriendo, pero tan pronto tengo conciencia de que soy feliz, eso ya no es felicidad [...]. Debo, pues, comprender qué es el sufrimiento.

No hay duda, es el sufrimiento el que nos torna insensibles, debido a que río comprendemos el sufrimiento, nos tornamos indiferentes a él. Sí comprendo el sufrimiento, entonces me vuelvo sensible al sufrimiento, estoy despierto a todas las cosas, no sólo a mí mismo, sino a la gente que me rodea, a mi esposa, a mis hijos, a un animal, a un mendigo. Pero nosotros no queremos comprender el sufrimiento y, al escapar del sufrimiento, nos embotamos; por consiguiente, nos volvemos insensibles. Señor, el problema es que el sufrimiento, cuando no es comprendido, entorpece la mente y el corazón; y nosotros no comprendemos el sufrimiento, porque deseamos escapar de él, por medio del gurú, de un salvador, de mantras, de la reencarnación, de las ideas, de la bebida y de toda clase de aficiones; cualquier cosa para escapar de lo que es [... ].
  
La verdad acerca de lo que la felicidad es, llegará si sé cómo escuchar. Debo saber cómo escuchar al sufrimiento, si puedo escuchar al sufrimiento, puedo escuchar a la felicidad, porque soy eso.
Una mente interesada en comprender qué es la compasión, el amor y todo eso debe indudablemente comprender qué es el miedo y qué es el dolor.
Para terminar con el dolor, uno debe tener una mente muy clara, muy sencilla. La sencillez no es una mera idea. Ser sencillo, simple, exige muchísima inteligencia y sensibilidad.

La compasión, como el amor, es algo que no pertenece a la mente. La mente no tiene conciencia de que es compasiva, de que ama. Pero en el momento en que usted perdona conscientemente, la mente está haciendo que su propio centro se fortalezca en su herida psicológica. Por lo tanto, la mente que tiene conciencia de que perdona, jamás puede perdonar; no conoce el
perdón; perdona con el fin de que no la lastimen más.
Es, pues, muy importante descubrir por qué la mente recuerda, por qué acumula. Lo hace porque está todo el tiempo buscando engrandecerse, crecer en importancia, ser alguna cosa. Cuando la mente está dispuesta a no ser cosa alguna, a ser nada, completamente nada, entonces, en ese estado hay compasión; en él no existe el perdonar ni puede uno lastimar o ser lastimado.
¿Cómo se enfrenta usted al dolor?
Por favor, observe su propia mente, observe cómo justifica sus sufrimientos, cómo se absorbe en el trabajo, en las ideas, o se aferra a una creencia en Dios o en una vida futura. Y si ninguna explicación, ninguna creencia ha sido satisfactoria, escapa a través de la bebida, del sexo, o volviéndose cínico, duro, amargo, irritable [...].
Generación tras generación, ello ha sido transmitido por los padres a sus hijos, y la mente superficial jamás quita el vendaje de esa herida; de hecho, no conoce el dolor, no está realmente familiarizada con él. Tiene tan sólo una idea acerca del dolor. Tiene una imagen, un símbolo del dolor, pero jamás se enfrenta al dolor; sólo se enfrenta a la palabra dolor.




AGOSTO
La verdad.La realidad.El observador y lo observado.«Lo que es»
  
agosto
  
No hay sendero hacia la verdad, ella debe llegar a uno. La verdad puede llegar a nosotros sólo cuando la mente y el corazón son sencillos, claros, y en nuestro corazón hay amor; no si nuestro corazón está lleno con las cosas de la mente. Cuando en el corazón hay amor, no hablamos acerca de organizar la fraternidad; no hablamos de creencias, de división o de poderes que crean división, no necesitamos reconciliarnos. Entonces somos, cada uno de nosotros, simplemente un ser humano, sin rótulo alguno, sin una nacionalidad. Esto significa que usted debe despojarse de todas esas cosas y permitirle a la verdad que se manifieste; y la verdad puede manifestarse sólo cuando la mente está vacía, cuando cesa en sus creaciones. Entonces la verdad vendrá sin que la inviten. Llegará tan rápida y sorpresivamente como el viento. Llega en secreto, no cuando la aguardamos, cuando la deseamos. Está ahí, tan súbita como la luz del sol, tan pura como la noche. Pero para recibirla, el corazón debe estar lleno y la mente vacía. Ahora tiene usted la mente llena y su corazón está vacío.

La verdad es para conocerse sólo cuando comprendemos el proceso total de la mente, es decir, cuando no luchamos.
La verdad está en enfrentarse de un modo nuevo a la vida.

Comprender lo real: En realidad, esto no es complejo, aunque pueda resultar difícil. Vea, nosotros no comenzamos con lo real, con el hecho, con lo que estamos pensando, haciendo, deseando; partimos de suposiciones, o de ideales, que no son realidades, y así nos extraviamos. Para partir de hechos y no de suposiciones, necesitamos una profunda atención, y toda forma de pensar que no se origina en lo real es una distracción. Por eso es tan importante comprender qué está ocurriendo tanto dentro como alrededor de uno.
Si uno es cristiano, sus visiones siguen cierto patrón; si es hindú, budista, musulmán, siguen un patrón diferente. Uno ve a Cristo o a Krishna conforme a su condicionamiento; la educación que usted ha recibido, la cultura en que se ha desarrollado determinan sus visiones. ¿Cuál es la realidad, el hecho: la visión o la mente que se ha formado en cierto molde? Las visiones son la proyección de la tradición particular que ha venido a constituir el trasfondo de la mente. Este condicionamiento, no la visión que él proyecta, es la realidad, el hecho. Comprender el hecho es sencillo; pero se hace difícil debido a nuestros agrados y desagrados, a nuestra condena del hecho, a las opiniones o los juicios que tenemos acerca del hecho. Estar libres de estas diversas formas de evaluación es comprender lo real, lo que es.
Si usted y yo pudiéramos ver el hecho sin ofrecer una opinión, sin interpretarlo, sin asignarle un significado, entonces el hecho se volvería mucho más vital... no, no mas vital... el hecho está ahí, solo, nada más importa; entonces el hecho tiene su propia energía, y esa energía le impulsa a uno en la dirección correcta.

Usted quiere que le diga qué es la realidad. ¿Puede lo indescriptible ser expresado en palabras? ¿Puede usted medir algo inconmensurable? ¿Puede apresar el viento en su puño? Si puede, ¿es eso el viento? Si mide lo inconmensurable, ¿lo que usted mide es lo real? Si lo formula, ¿es lo real? Indudablemente no, porque en el momento en que describe algo que es indescriptible, ello cesa de ser lo real. Tan pronto traduce lo incognoscible a lo conocido, ello deja de ser lo incognoscible. Sin embargo, eso es lo que anhelamos. Todo el tiempo queremos conocer porque entonces pensamos que podríamos continuar, capturar la felicidad suprema, la permanencia.
Queremos conocer a causa de que no somos felices, de que luchamos mezquinamente, de que estamos agotados, degradados. Sin embargo, en vez de darnos cuenta de ese simple hecho: de que estamos degradados, embotados, hastiados, confusos, queremos alejarnos de lo que es conocido e ir hacia lo desconocido, lo cual otra vez se convierte en lo conocido; por consiguiente, jamás podemos encontrar lo real.

Usted es nada. Puede tener su nombre y su título, su propiedad y su cuenta bancaria, puede tener poder y ser famoso; pero a pesar de todas esas salvaguardas, usted es nada. Quizás esté por completo inconsciente de esta vacuidad, de esta nada, o quizá no quiera tomar conciencia de ella; pero ella está ahí, haga usted lo que hiciere para evitarlo. Puede intentar escapar de maneras tortuosas, mediante la violencia personal o colectiva, el culto personal o colectivo, el conocimiento, las diversiones; pero ya sea que esté dormido o despierto, esa nada está siempre ahí.
Cuando descubre y experimenta que esa nada es usted, entonces el miedo -que existe sólo cuando el pensador esta separado de sus pensamientos y trata de establecer una relación con ellos- desaparece completamente.

Veo que dentro de mí está siempre el observador observando, juzgando, censurando, aceptando, rechazando, disciplinando, controlando, moldeando. Ese observador, ese pensador es, obviamente, el resultado del pensamiento. Primero está el pensamiento; no el pensador, no el observador. Si no hubiera pensar en absoluto, no habría pensador ni observador; entonces habría tan sólo atención, completa, total atención.

El pensamiento es sensación verbalizada; el pensamiento es la respuesta de la memoria, de la palabra, la experiencia, la imagen. El pensamiento es transitorio, cambiante, impermanente, y está buscando permanencia. Así, el pensamiento crea al pensador, el cual se convierte, entonces, en lo permanente; asume el papel del censor, el guía, el controlador, el moldeador del pensamiento. Esta ilusoria entidad permanente es producto del pensamiento, de lo transitorio. Esta entidad es pensamiento; sin el pensamiento no existe. El pensador se compone de cualidades; sus cualidades no pueden ser separadas de él mismo. El controlador es lo controlado, está meramente jugando un juego engañoso consigo mismo. Hasta que lo falso sea visto como lo falso, la verdad no existe.
Si me permite decirlo, sea sensible, esté abierto y plenamente alerta a lo que es de instante en instante. No levante en torno de sí mismo un muro de inexpugnable pensamiento. La bienaventuranza de la verdad adviene cuando la mente no se halla ocupada con sus propias actividades y sus luchas.

El espacio es necesario. Significa ver que todas nuestras acciones, cada instante de la acción, es cosa del observador y lo observado, y que dentro de ese espacio hay placer, pesadumbre y sufrimiento, deseo de realizarse en lo personal, de ser famoso. Dentro de ese espacio no hay contacto con nada. El contacto, la relación, tiene un significado por completo diferente cuando el observador ya no se separa más de lo observado. Existe un espacio extraordinario, y hay libertad.

Si uno está en contacto con algo, con su esposa, con sus hijos, con el cielo, con las nubes, con cualquier hecho, ese contacto se pierde apenas interfiere el pensamiento. El pensamiento brota de la memoria. La memoria es la imagen, y desde allí mira uno; por lo tanto, hay una separación entre el observador y lo observado.
Usted tiene que comprender esto muy a fondo. Es esta separación del observador y lo observado la que hace que el observador desee más experiencias, más sensaciones, y así está siempre persiguiéndolas, buscándolas. Tiene que estar absolutamente entendido que, en tanto haya un observador, el «uno» que busca experiencias, el censor, la entidad que evalúa, juzga, condena, no hay contacto inmediato con lo que es. Cuando usted experimenta dolor, un dolor físico, hay percepción directa; no existe el observador que experimenta el dolor; sólo hay dolor. Debido a que no hay un observador, existe una acción inmediata. Cuando hay dolor, no existe la idea y después la acción, sino tan sólo la acción, porque el contacto físico es directo. El dolor es usted; hay dolor. Mientras esto no se comprende, realiza, explora y percibe completa y profundamente, mientras no se capta en su totalidad -no intelectualmente, no verbalmente- que el observador es lo observado, toda la vida se convierte en un conflicto, en una contradicción entre deseos opuestos, entre «lo que debería ser» y «lo que es». Usted puede captar esto sólo cuando se da cuenta al mirar una flor o una nube o cualquier cosa, si está mirando eso como un observador.

Sufro. Psicológicamente estoy terriblemente perturbado, y tengo una idea al respecto: qué debería hacer, qué no debería hacer, cómo debería cambiarse eso. Esa idea, esa fórmula, ese concepto me impide mirar el hecho de lo que es. La ideación y la fórmula son maneras de escapar de lo que es. Cuando existe un gran peligro, hay acción inmediata. Entonces no tengo una idea al respecto. No formulo una idea y después actúo conforme a esa idea.
La mente se ha vuelto perezosa, floja, a causa de una fórmula, la cual le ha proporcionado un medio para escapar de la acción con respecto a lo que es.
Hay acción con respecto a lo que es sólo cuando no existe una idea de lo que debería hacerse en relación con lo que afrontamos, o sea, en relación con lo que es.

¿Por qué somos ambiciosos? ¿Por qué ansiamos tener éxito, ser alguien? ¿Por qué nos empeñamos en ser superiores? ¿Por qué este esfuerzo por imponernos, ya sea mediante una ideología o el Estado? ¿Acaso este autoritarismo no es la causa principal de nuestro conflicto y nuestra confusión? Sin ambiciones, ¿sucumbiríamos? ¿No podemos sobrevivir físicamente sin ser ambiciosos? ¿Por qué somos listos y ambiciosos? ¿No es la ambición un impulso de eludir lo que es? Este afán de ser listos, ¿no es realmente estúpido? ¿Por qué tememos a lo que es? ¿De qué sirve escapar, si lo que fuere que seamos esta siempre ahí? Podemos tener éxito en escapar, pero lo que somos sigue ahí, engendrando conflicto y desdicha.
¿Por qué nos atemoriza tanto nuestra soledad, nuestra vacuidad? Cualquier actividad que nos aleje de lo que es debe originar por fuerza dolor y antagonismo. El conflicto consiste en negar lo que es o en escapar de lo que es, no hay otro conflicto que ése. Nuestro conflicto se vuelve más y más complejo e insoluble porque no afrontamos lo que es. La complejidad no está en lo que es, sino únicamente en los múltiples escapes que buscamos.
Nuestra mente jamás se satisface, jamás se contenta con examinar lo que es. Siempre desea transformar lo que es, transformarlo en otra cosa, lo cual constituye el proceso de censurar, justificar o comparar. Si usted observa su propia mente verá que, cuando ésta se enfrenta con lo que es, lo censura, lo compara con lo que eso «debería ser», o lo justifica, etc.; con eso, aleja lo que es, desecha eso que está causando la perturbación, la pena, la ansiedad.
   


SETIEMBRE
El intelecto.El pensamiento.El conocimiento.La mente
    
septiembre
  
Casi todos hemos desarrollado capacidades intelectuales -las llamadas capacidades intelectuales, que en realidad no son en absoluto capacidades intelectuales-, leemos muchísimos libros, nos hemos llenado con lo que han dicho otras personas con sus numerosas teorías e ideas. Creemos que somos muy intelectuales si podemos citar innumerables obras de innumerables autores, si hemos leído muchas variedades diferentes de libros y tenemos la capacidad de correlacionarlos y explicarlos. Pero ninguno de nosotros, o muy pocos, tenemos una concepción intelectual que sea original. Habiendo cultivado el así llamado intelecto, toda otra capacidad, todo otro sentimiento se han perdido, y tenemos el problema de cómo originar un equilibrio en nuestras vidas, a fin de tener no sólo la más alta capacidad intelectual y ser capaces de razonar objetivamente, de ver las cosas exactamente como son, de no estar ofreciendo interminablemente opiniones acerca de teorías y códigos, sino de pensar por nosotros mismos, de ver muy fielmente, por nosotros mismos, lo falso y lo verdadero. Y ésta es, a mí entender, una de nuestras dificultades: la incapacidad de ver, no sólo las cosas externas, sino también la clase de vida interna que uno tiene, si es que tiene siquiera alguna.

El adiestramiento del intelecto no resulta en inteligencia. Antes bien, la inteligencia nace cuando actuamos en perfecta armonía, tanto intelectual como emocionalmente. Hay una diferencia enorme entre intelecto e inteligencia.
El intelecto no es sino pensamiento funcionando independientemente de la emoción.
Hoy en día, la educación moderna está desarrollando el intelecto, ofreciendo más y más explicaciones acerca de la vida, más y más teorías, sin que en eso intervenga la calidad armoniosa del afecto. Así es como hemos desarrollado mentes con habilidad para escapar del conflicto; por esto nos satisfacemos con las explicaciones que nos ofrecen los científicos y los filósofos. La mente -el intelecto- se contenta con estas innumerables explicaciones, pero la inteligencia no, porque para comprender tiene que existir, en la acción, unidad completa del corazón y la mente.

Vea, está el intelecto, y está el sentimiento puro -el sentimiento puro de amar algo, de tener emociones intensas y generosas. El intelecto razona, calcula, sopesa, compara. Pregunta: «¿Vale la pena eso? ¿Me beneficiará en algo?» Por otra parte, está el sentimiento puro: el extraordinario sentimiento que uno experimenta por el cielo, por su prójimo, por su esposa, por su hijo, por el mundo, por la belleza de un árbol, etc. Cuando se unen el sentimiento puro y el intelecto hay muerte de instante en instante. ¿Comprende? Y cuando el sentimiento puro es corrompido por el intelecto, hay mediocridad; es lo que sucede con la mayoría de nosotros. Nuestras vidas son mediocres porque estamos siempre calculando, preguntándonos si eso vale la pena, qué beneficio podremos obtener, no sólo en el mundo del dinero, sino también en el mundo así llamado espiritual: «Si hago esto, ¿obtendré aquello?»

El intelecto no es el camino, no resolverá nuestros problemas. El intelecto puede razonar, discutir, analizar, partir de inferencias para llegar a una conclusión, etc., pero el intelecto es limitado, porque es el producto de nuestro condicionamiento. Pero la sensibilidad no lo es. La sensibilidad no está condicionada; lo saca a uno directamente fuera del campo de los temores y las ansiedades.

¿Por qué es uno irreflexivo? Por que reflexionar es penoso, crea perturbaciones, genera oposición, puede ocasionar que las acciones de uno vayan en contra del patrón establecido. Pensar y sentir de un modo amplio, tornarse lúcidamente consciente de las cosas, sin opción ni preferencia alguna, puede llevarnos a profundidades desconocidas, y la mente se rebela contra lo desconocido; por eso se mueve de lo conocido a lo conocido, de hábito en hábito, de patrón en patrón. Una mente así jamás abandona lo conocido para descubrir lo desconocido.
El pensador es el miedo; es la causa de la ignorancia, del dolor. El pensador puede dividirse en muchas categorías de pensamiento, pero el pensamiento sigue siendo el pensador. El pensador y sus esfuerzos por ser, por devenir, son las verdaderas causas de conflicto y confusión.

No sé si está claro para cada uno de nosotros, que vivimos en un estado de contradicción. Hablamos de paz, y nos preparamos para la guerra. Hablamos de no-violencia, y somos fundamentalmente violentos. Hablamos de ser buenos, y no lo somos. Hablamos de amor, y estamos llenos de ambición, espíritu competitivo, despiadada eficiencia. Hay, pues, contradicción. La acción que surge de esa contradicción no hace sino generar frustración y más contradicciones.
Debemos, pues, comprender muy claramente que nuestro pensar es la respuesta de la memoria, y la memoria es mecánica. El conocimiento es siempre incompleto, y todo pensar nacido del conocimiento es parcial, limitado, jamás es libre. No existe, pues, la libertad de pensamiento. Pero podemos empezar a descubrir una libertad que no es un proceso del pensamiento, y en la cual la mente está alerta a todos sus conflictos y a todas las influencias que hacen impacto en ella.

Eso es la percepción: ver la verdad de algo instantáneamente, sin análisis, sin razonamientos, sin todas las cosas que el intelecto crea con el fin de posponer la percepción. Ésta es por completo diferente de la intuición, palabra que usamos con mucha soltura y facilidad [...].
Para mí, sólo existe esta percepción directa, no el razonamiento, el cálculo, el análisis. Uno debe tener la capacidad de analizar; debe tener una mente buena y aguda para poder razonar. Pero una mente que se limita al razonamiento y al análisis es incapaz de percibir qué es la verdad [...].
Si usted se comunica consigo mismo, sabrá por qué «pertenece» a algo, por qué se ha comprometido; y si avanza más, verá la esclavitud, el cercenamiento de la libertad, la falta de dignidad humana que acarrea ese compromiso. Cuando percibe todo esto instantáneamente, está libre; no tiene que hacer un esfuerzo para liberarse. Por eso es esencial la percepción.

Hemos creado una separación entre el intelecto y el sentimiento, desarrollando el primero a expensas del segundo. Somos como un objeto de tres patas, con una pata mucho más larga que las otras; nos falta equilibrio.
Estamos adiestrados para ser intelectuales; nuestra educación cultiva el intelecto para que sea agudo, astuto, adquisitivo, y así es como juega el papel más importante en nuestra vida.
La inteligencia es mucho más grandiosa que el intelecto, porque en ella se integran la razón y el amor; pero sólo puede haber inteligencia cuando hay conocimiento propio, profunda comprensión del total proceso de uno mismo.

La mente, con su incesante tejer de patrones, es la hacedora del tiempo; y en el tiempo están el miedo, la esperanza y la muerte.

De hecho, sólo existe un estado, no dos estados tales como lo consciente y lo inconsciente; hay un solo estado del ser, que es la conciencia, aunque pueda dividírsela como lo consciente y lo inconsciente. Pero esa conciencia es siempre del pasado, jamás del presente; somos conscientes sólo de las cosas que han pasado. Usted es consciente, un segundo más tarde, de lo que intento comunicarle, ¿no es así? Lo entiende un instante después. Nunca es consciente o se da cuenta del ahora. Observe ahora su corazón y su mente, y verá que la conciencia está funcionando entre el pasado y el futuro, y que el presente es tan sólo un pasaje del pasado hacia el futuro.

¿Puede la mente estar sin un patrón, sin esta oscilación del deseo hacia atrás y adelante? Puede hacerlo, no hay duda. Tal acción implica vivir en el ahora.
Vivir en el ahora es vivir sin la esperanza, sin la preocupación por el mañana; no es desesperanza ni indiferencia. Pero nosotros no vivimos, estamos siempre persiguiendo la muerte -el pasado o el futuro-. Vivir es la mayor revolución. El vivir no tiene moldes, pero la muerte sí: el pasado o el futuro, lo que ha sido o la utopía.
Usted está viviendo para la utopía, y así invita a la muerte, no a la vida.



OCTUBRE
El tiempo.La percepción.El cerebro.La transformación
    
octubre
  
Tal como estamos constituidos, ¿podemos liberarnos del miedo y del tiempo psicológico? El tiempo físico tiene que existir; no
podemos evadirnos de ese tiempo. La cuestión es si el tiempo psicológico puede originar orden no sólo dentro del individuo, sino también orden social. Formamos parte de la sociedad, no estamos separados de ella. Donde hay orden en un ser humano, es inevitable que haya orden social externamente.
El pensamiento, que es usted, con todos sus recuerdos, sus condicionamientos, sus ideas, sus esperanzas, su desesperación, con la total soledad de la existencia, todo eso es tiempo [...]. Y para comprender el estado intemporal, cuando el tiempo se ha detenido, uno debe investigar si la mente puede estar por completo libre de toda experiencia, la cual pertenece al tiempo.
El miedo y el tiempo marchan juntos.
El tiempo implica moverse de lo que es a «lo que debería ser». Tengo miedo, pero un día estaré libre del miedo -al menos, eso es lo que uno piensa-. Cambiar desde lo que es a «lo que debería ser» involucra tiempo.
Ahora bien, el tiempo implica esfuerzo en ese intervalo entre lo que es y «lo que debería ser». No me agrada el miedo, y voy a hacer un esfuerzo para comprenderlo, para analizarlo, disecarlo, o voy a descubrir su causa, o voy a escapar totalmente de él. Todo esto implica esfuerzo, y al esfuerzo es a lo que estamos habituados. Vivimos siempre en conflicto entre lo que es y «lo que debería ser». «Lo que debería ser» es una idea, y la idea es ficticia, no es lo que soy, que es el hecho; y el hecho de lo que soy puede ser cambiado únicamente cuando comprendo el desorden que el tiempo crea.
Entonces, ¿es posible para mí liberarme del miedo totalmente, completamente, en el instante? Si permito que el miedo continúe, crearé desorden todo el tiempo; por lo tanto, uno ve que el tiempo es un elemento de desorden, no un medio para liberarme finalmente del miedo.

En su cuarto de baño usted tiene un frasco rotulado «veneno», y sabe que eso es veneno; se cuida mucho de ese frasco, aun en la oscuridad. Siempre está atento a él. No dice: «¿Cómo me mantendré alejado, cómo estaré atento a ese frasco?» Sabe que es veneno, de modo que está tremendamente atento a él. El tiempo es un veneno, crea desorden. Si esto es un hecho para usted, entonces puede proseguir con la comprensión de cómo liberarse del miedo instantáneamente. Pero si se sigue aferrando al tiempo como el medio de liberarse, no hay comunicación entre usted y yo.

La verdad o comprensión llega en un destello, y ese destello no tiene continuidad; no está dentro del campo del tiempo. Vea esto claramente por sí mismo. La comprensión es fresca, instantánea, no es la continuidad de algo que ha sido. Lo que ha sido no puede traerle comprensión. En tanto uno esté buscando continuidad, deseando permanencia en la relación, en el amor, anhelando encontrar una paz duradera y todo eso, está persiguiendo algo que se halla dentro del campo del tiempo; por lo tanto, no pertenece a lo intemporal.

En tanto estemos pensando desde el punto de vista del tiempo, tiene que haber miedo a la muerte. He aprendido, pero no he encontrado lo supremo, y antes de morir tengo que encontrarlo; o si no lo encuentro antes de morir, al menos espero encontrarlo en la próxima vida, etc. Todo nuestro pensar se basa en el tiempo. Nuestro pensar es lo conocido, es el resultado de lo conocido, y lo conocido es el proceso del tiempo; y con esa mente estamos tratando de descubrir qué es ser inmortal, qué es estar más allá del tiempo, lo cual es una búsqueda vana.

Usted tiene un problema, piensa sobre él, arguye con él, se preocupa; dentro de los límites de su pensar, ejercita todos los medios para comprenderlo. Finalmente, dice: «Nada más puedo hacer». No hay nadie, ni gurú, ni libro alguno, que le ayude a comprenderlo. Se ha quedado con el problema y no hay salida.
Habiendo indagado en el problema hasta el pleno alcance de su capacidad, lo deja tranquilo. Su mente ya no se preocupa más, no se tortura con el problema, no dice más: «Tengo que encontrar una respuesta»; por lo tanto, se queda quieta, ¿no es así? Y en esa quietud encuentra usted la respuesta. ¿No le ha sucedido a veces? No es nada extraordinario. Ocurre con los grandes matemáticos y científicos, y las personas lo experimentan ocasionalmente en su vida cotidiana. ¿Qué significa eso? La mente ha ejercitado en plenitud su capacidad de pensar y ha llegado al borde mismo de todo pensamiento sin haber encontrado una respuesta; entonces se queda quieta. No por agotamiento, no a causa de la fatiga, no por decir: «Me quedaré quieta y, de ese modo, hallaré la respuesta».
Habiendo hecho ya todo lo posible para encontrar la respuesta, la mente se aquieta de manera espontánea. Existe una respuesta que no surge de opción alguna, de exigencia alguna, una intensa atención exenta de toda ansiedad; y en ese estado de la mente hay percepción. Únicamente esta percepción resolverá todos nuestros problemas.

En el principio está el final. En el principio está la semilla de la terminación de eso que llamamos dolor. La terminación del dolor se realiza en el dolor mismo, no fuera del dolor. Alejarse del dolor es encontrar meramente una respuesta, una conclusión, un escape; pero el dolor continúa. Mientras que si usted concede su atención completa al dolor, esto es, si está atento a él con todo su ser, verá que hay una percepción instantánea en la que no interviene el tiempo, en la que no hay esfuerzo ni conflicto alguno; y esta percepción instantánea, sin opciones, pone fin al dolor.

La mente que de veras está quieta, es asombrosamente activa, fuerte, vital; lo es en sí, no con respecto a nada en particular. Sólo una mente así se halla libre de lo verbal, de la experiencia, del conocimiento. Una mente así puede percibir lo verdadero, una mente así tiene percepción directa, la cual está más allá del tiempo.
La mente puede estar en silencio sólo cuando ha comprendido el proceso del tiempo, y eso requiere vigilancia, ¿no es cierto? Una mente así, ¿no debe, acaso, ser libre? No estar libre de algo, sino ser libre. Sólo conocemos la libertad con respecto a algo. Una mente que está libre de algo no es una mente libre; esa libertad con respecto a alguna cosa es sólo una reacción, y eso no es libertad. Una mente que busca la libertad jamás es libre. Pero la mente es libre cuando comprende el hecho tal como es, sin interpretarlo, sin censurarlo; y, siendo libre, una mente así es inocente, aunque viva 100 días, 100 años y tenga todas las experiencias posibles. Es inocente porque es libre, no libre de algo, sino libre en sí misma. Sólo una mente semejante puede percibir lo verdadero, lo que está más allá del tiempo.

Tenemos un solo instrumento de percepción, que es la mente, y la mente es también el cerebro.  La mente es el instrumento de percepción y, para percibir con exactitud, la mente debe tornarse recta, liberarse de todo condicionamiento, de todo temor. La mente también debe estar libre del conocimiento, porque el conocimiento desvía a la mente y distorsiona las cosas.
¿Por qué envejece la mente?  Toda nuestra educación se limita al cultivo de la memoria; y tenemos esta comunicación masiva a través de los diarios, la radio, la televisión; están los profesores que leen sus clases y repiten la misma cosa una y otra vez hasta que el cerebro de uno se empapa de lo que ellos han repetido y lo vomita en un examen; y uno obtiene su título y continúa con el proceso: el empleo, la rutina, la incesante repetición. No sólo eso, sino también nuestra propia lucha interna de la ambición con sus frustraciones, con su competencia, no sólo por los empleos, sino por Dios, deseando estar cerca de Dios pidiendo la vía rápida para llegar a él [... ].
Lo que ocurre, pues, es que debido a la presión, al esfuerzo intenso, a las tensiones, nuestras mentes se hallan atestadas ahogadas por la influencia, por el dolor, seamos o no conscientes de ello [...]. Desgastamos la mente, no la usamos.

Sólo cuando el viejo cerebro, que es nuestro cerebro condicionado, animal, el cerebro cultivado a lo largo de los siglos, que busca perpetuamente su propia seguridad, su propio bienestar, sólo cuando ese viejo cerebro está quieto, verá usted que hay una clase de movimiento por completo diferente, y este movimiento es el que va a originar claridad. Este movimiento es en sí
mismo claridad. Para comprender, debemos comprender el viejo cerebro, darnos cuenta de él, conocer todos sus movimientos, sus actividades sus exigencias, sus búsquedas; por eso la meditación es muy importante.

Por meditación entiendo comprender las operaciones del viejo cerebro, vigilarlo, conocer sus reacciones, sus respuestas, sus tendencias, sus requerimientos, sus búsquedas agresivas; conocer todo eso, tanto la parte consciente como la inconsciente. Cuando usted conoce eso, cuando lo percibe, sin controlarlo ni dirigirlo, sin decir: «Esto es bueno, esto es malo; me quedaré con esto, no me quedaré con aquello»; cuando ve el movimiento total de la mente vieja, cuando lo ve por completo, la mente se aquieta por sí misma.
Una mente que no lleva consigo ni un vestigio de sufrimiento, aunque pueda pasar por el valle del dolor, permanece indemne.

Uno necesita una mente nueva, una mente libre del tiempo, una mente que ya no piense en función de la distancia o del espacio, que no tenga un horizonte; una mente sin ancla ni fondeadero. Uno necesita una mente así, no sólo para enfrentarse a lo eterno, sino también a los problemas inmediatos de la existencia.
¿Puede, cada uno de nosotros, tener una mente semejante? No de manera gradual, no cultivándola, porque el cultivo, el desarrollo, un proceso, implican tiempo. Ello debe ocurrir inmediatamente; tiene que haber una transformación ahora, en el sentido de una cualidad intemporal. La vida es muerte, y la muerte le está esperando; usted no puede argüir con la muerte, tal como no puede argüir con la vida.
¿Es, entonces, posible tener una mente así? No como un logro, no como una meta, no como algo a lo que debemos aspirar ni como algo a lo que hay que arribar, porque todo eso implica tiempo y espacio. Tenemos una teoría muy conveniente, muy fastuosa, de que hay tiempo para progresar, para llegar, para realizarnos, para acercarnos a la verdad. Esa es una idea engañosa, es completamente ilusoria; en ese sentido, el tiempo es una ilusión.
Tiene que cuestionar, pues, la verdadera validez de la experiencia, de su experiencia o de la experiencia ajena, no importa de quién sea. Así, mediante el cuestionar, investigar, interrogar, requerir, mirar, escuchar atentamente, el viejo cerebro se aquieta. Pero el cerebro no está dormido; se halla muy activo, aunque quieto. Ha llegado a esa quietud a través de la observación, de la investigación. Y para investigar, para observar, usted debe tener luz; la luz es su constante estado de alerta.

Para transformar el mundo debemos empezar con nosotros mismos; y lo importante al comenzar con nosotros mismos es la intención. La intención debe ser la de comprendernos, y no delegar en otros la tarea de transformarse o de originar un cambio por medio de una revolución, ya sea de izquierda o de derecha. Es indispensable comprender que ésta es nuestra responsabilidad, la suya y la mía, porque, por pequeño que pueda ser el mundo en que vivimos, si somos capaces de transformarnos a nosotros mismos, de originar un punto de vista radicalmente distinto en nuestra existencia diaria, entonces, quizás, afectaremos al mundo en general, las extensas relaciones de los demás.
 
NOVIEMBRE
El vivir.El morir.El renacimiento.El amor
     
noviembre
    
¿No es esencial que haya una constante renovación, un renacimiento? Si el presente está cargado con la experiencia de ayer, no puede haber renovación. La renovación no es la acción de nacimiento y muerte; está más allá de los opuestos; sólo la libertad respecto de los recuerdos acumulados trae renovación, y la comprensión no existe, salvo en el presente.
La mente puede comprender el presente sólo si no compara, si no juzga; el deseo de alterar o condenar el presente sin haberlo comprendido, da continuidad al pasado. Hay renovación únicamente cuando comprendemos, sin distorsión alguna, el pasado que se refleja en el espejo del presente.
Si usted ha vivido de manera plena, completa, una experiencia, ¿no ha hallado que ésta no deja rastros tras de sí? Sólo las experiencias incompletas dejan su huella y dan continuidad a la memoria que se autoidentifica.
Nosotros consideramos el presente como un medio hacia un fin; de ese modo, el presente pierde su inmensa significación. El presente es lo eterno.
A medida que surge cada experiencia, pase por ella tan plena y hondamente como sea posible; examínela a fondo, sondéela de manera amplia y profunda; dése cuenta del dolor y del placer, de sus propios juicios e identificaciones. Sólo cuando la experiencia es completada hay renovación. Debemos ser capaces de vivir las cuatro estaciones en un día; estar agudamente atentos a la experiencia, y así comprender las acumulaciones de cada día y liberarnos de ellas.

Uno quiere ser famoso como escritor, pacta, político, cantante o lo que fuere.
¿Por qué? Porque no ama de verdad lo que hace. Si uno amara cantar, o pintar, o escribir poemas -si de veras lo amara-, no le interesaría si es famoso o no. Querer ser famoso es algo vulgar, trivial, tonto, no tiene sentido; pero, debido a que no amamos lo que hacemos, deseamos enriquecernos con la fama. Nuestra educación actual es pésima porque nos enseña a amar el éxito y no lo que hacemos. El resultado se ha vuelto más importante que la acción.
Vea, es muy bueno esconder nuestro brillo, taparlo, ser anónimos, amar lo que hacemos y no sacar a relucirlo.
Es bueno ser afectuoso, amable, sin ser famoso. Eso no hace que uno tenga reputación, no hace que su fotografía aparezca en los diarios. Los políticos no vendrán a su puerta. Uno es simplemente un ser humano creativo que vive anónimamente; y en eso hay riqueza y una belleza inmensa.

Uno puede ser perfecto tocando el piano, y no ser creativo; usted puede tocar el piano con suma brillantez y no ser un músico desde el punto de vista creativo. Puede ser hábil para manejar el color, para aplicar muy ingeniosamente pintura en el lienzo, y no ser un pintor creativo.
Puede crear de la piedra un rostro, una imagen, porque ha aprendido la técnica, y no ser un artista creador. La creación viene primero, no la técnica, y por eso somos tan desdichados en nuestras vidas. Tenemos la técnica: cómo levantar una casa, construir un puente, ensamblar un motor, cómo educar a nuestros hijos conformó a un sistema; hemos aprendido todas estas técnicas, pero nuestros corazones están vacíos, nuestras mentes están vacías. Somos máquinas de primera clase, sabemos cómo funcionar muy bellamente, pero no amamos a una criatura viva.
La creatividad no se encuentra en la técnica. Si usted tiene algo que decir, crea su propio estilo, pero cuando no tiene nada que decir, aunque tenga un estilo hermoso, lo que escriba será tan sólo la rutina tradicional, una repetición, en palabras nuevas, de la misma cosa vieja [...].
Habiendo perdido la canción, perseguimos al cantor. Aprendemos del cantor la técnica del canto, pero no existe la canción; y yo digo que la canción es esencial, es esencial el júbilo de cantar. Cuando existe el júbilo, la técnica puede desarrollarse de la nada. Uno inventará su propia técnica, no tendrá que estudiar elocución o estilo.
Cuando hay júbilo creativo, uno ve, y el mismo ver la belleza es de sí un arte.

Cualquier revolución que no sea religiosa está dentro de la sociedad y, por lo tanto, no es revolución en absoluto, sino tan sólo
una continuación modificada del viejo patrón. Lo que ocurre En todo el mundo, creo, son rebeliones dentro de la sociedad, y estas rebeliones toman a menudo la forma de lo que llamamos crimen. Tiene que existir por fuerza esta clase de rebelión, en tanto nuestra educación se siga interesando tan sólo en preparar a los jóvenes para que encajen en la sociedad, es decir, para que consigan un empleo, ganen dinero, sean adquisitivos, ambicionen más, se amolden.
Eso es lo que nuestra así llamada educación está haciendo en todas partes: enseña a los jóvenes a amoldarse, religiosa, moral, económicamente; por eso, es natural que su rebelión no tenga sentido, fuera de que debe ser reprimida, reformada o controlada. Semejante rebelión sigue estando dentro de la estructura de la sociedad; por consiguiente, no es creativa en absoluto. Pero mediante la correcta educación podríamos quizá dar origen a una comprensión distinta, ayudando a la mente a liberarse de todo condicionamiento, esto es, alentando al joven a darse cuenta de las numerosas influencias que condicionan la mente y hacen que ésta se amolde.

«¿Cuál es el propósito de la vida?», porque espero que, en medio de esta confusión, encontraré una respuesta. ¿Cómo puedo encontrar una respuesta genuina cuando estoy confuso? ¿Comprende? Si estoy confuso, sólo puedo recibir una respuesta también confusa. Si mi mente esta confundida, perturbada, si mi mente carece de belleza, de quietud, cualquiera sea la respuesta que yo reciba, pasará por esta pantalla de confusión ansiedad y miedo; por lo tanto, la respuesta estará desnaturalizada. En consecuencia, lo que importa no es preguntar: «¿Cuál es el propósito de la vida, de la existencia?», sino esclarecer la confusión que hay dentro de usted. Es como un hombre ciego que pregunta: «¿Qué es la luz?» Si le digo qué es la luz, él escuchará conforme a su ceguera, conforme a su oscuridad; pero suponga que él es capaz de ver; entonces jamás preguntara: «¿Qué es la luz?» La luz está ahí.
De igual manera, si usted puede clarificar su confusión interna, descubrirá cuál es el propósito de la vida; no tendrá que preguntar, no tendrá que buscarlo; todo cuanto tiene que hacer es liberarse de las causas que generan la confusión.
  
Pienso que uno puede vivir en este mundo anónimamente, por completo desconocido, sin ser famoso, ambicioso, cruel.
Uno puede vivir dichosamente cuando no da importancia alguna al «yo»; y esto también forma parte de la correcta educación.
Todo el mundo está adorando el éxito. Uno escucha el relato de cómo el muchacho pobre estudiaba de noche y finalmente llegó a ser juez, o cómo empezó vendiendo periódicos y terminó siendo multimillonario. Lo alimentan a uno con la glorificación del éxito. Con el logro del gran éxito hay también un gran dolor; pero la mayoría de nosotros está atrapada en el deseo de lograr cosas, de alcanzar el éxito, y el éxito es para nosotros mucho más importante que la comprensión y disolución del dolor.

Si a usted le quedara tan sólo una hora de vida, ¿qué haría? ¿No arreglaría todo lo que fuera necesario exteriormente, sus negocios, su última voluntad y demás? ¿No reuniría a su familia y a sus amigos y les pediría perdón por el daño que pudiera haberles hecho, y los perdonaría por el que pudieran haberle hecho a usted? ¿No moriría por completo a las cosas de la mente, a los deseos y al mundo? Y si eso puede hacerse por una hora, también es posible hacerlo durante los días y años que pudieran quedar... Inténtelo y lo descubrirá.

Si estamos sanos, queremos descubrir qué significa la muerte. No es un deseo morboso, porque quizás al morir comprenderemos el vivir. El vivir, tal como es ahora, implica tortura, continuo desorden contradicción; por lo tanto, hay conflicto, confusión y desdicha. El diario acudir a la oficina, la repetición del placer, con sus penas y su ansiedad, el andar a tientas, la incertidumbre, eso es lo que llamamos el vivir. A ese tipo de vivir nos hemos acostumbrado. Lo aceptamos; envejecemos con él y morimos.
Para descubrir qué es el vivir, así como para descubrir qué es el morir, uno debe entrar en contacto con la muerte; esto es, uno debe terminar cada día con todo lo que ha conocido. Debe terminar con la imagen que ha elaborado respecto de sí mismo, de su familia, de sus relaciones, la imagen que ha formado a causa del placer, de su relación con la sociedad, con todo. Eso es lo que va a suceder cuando la muerte ocurra.

¿Por qué teme usted a la muerte? ¿Será, acaso, porque no sabe cómo vivir? Si supiera cómo vivir con plenitud, ¿tendría miedo de morir? Si amara los árboles, la puesta del sol, la hoja que cae, si amara a los pájaros; si estuviera atento a los hombres y mujeres que lloran, a los pobres, y si de veras sintiera amor en su corazón, ¿temería a la muerte? ¿Le temería? No se deje persuadir por mí; reflexionemos juntos sobre ello. Usted no vive con alegría, no es feliz, no es vitalmente sensible a las cosas; ¿por esa razón pregunta qué va a ocurrir cuando muera? La vida es para usted dolor y, por eso, está mucho más interesado en la muerte. Siente que tal vez habrá más felicidad después de la muerte. Pero ése es un problema tremendo, y yo no sé si usted desea investigarlo. Al fin y al cabo, en el fondo de todo esto está el miedo: miedo de vivir, miedo de morir, miedo de sufrir. Si usted no puede comprender qué es lo que da origen al miedo, y así se libera de ello, entonces no importa mucho si está vivo o muerto.

El «Yo» es tan sólo un proceso del pensamiento; y usted quiere saber si ese proceso del pensamiento, continuando aparte del cuerpo físico, nace nuevamente, se reencarna en una forma física. Ahora avancemos un poco más. Aquello que continúa, ¿puede, en modo alguno, descubrir lo real, lo que está más allá del tiempo y la medida? Ese «Yo», esa entidad que es un proceso del pensamiento, ¿puede alguna vez ser nuevo? Si no puede, entonces tiene que haber una terminación para el pensamiento. ¿Acaso no es inherentemente destructiva toda cosa que continúa? Aquello que tiene continuidad jamás puede renovarse. En tanto el pensamiento continúe a través de la memoria, del deseo, de la experiencia, jamás podrá renovarse; por
consiguiente, lo que es continuo no puede conocer lo real. Puede usted renacer mil veces, pero jamás podrá conocer la real, porque sólo aquello que muere, que llega a su fin, puede renovarse.

¿Sabe usted qué significa entrar en contacto con la muerte, morir sin argumento alguno? Porque la muerte, cuando llega, no argumenta con usted. Para enfrentarse a ella tiene usted que morir cada día para todas las cosas: para su angustia, para su soledad, para la relación a la que se apega; tiene que morir para su pensamiento, para su hábito, morir para su esposa, de modo que pueda mirarla de un modo nuevo; tiene que morir para su sociedad, a fin de que usted, como ser humano, sea nuevo, lozano, joven, y desde ese estado pueda considerarla. Pero usted no puede enfrentarse a la muerte si no muere cada día. Sólo cuando uno muere para lo conocido, hay amor. Una mente atemorizada no ama; tiene hábitos, simpatía, puede forzarse a ser amable y superficialmente considerada. Pero el miedo engendra dolor, y el dolor es tiempo como pensamiento.
En consecuencia, terminar con el dolor es entrar en contacto con la muerte mientras uno está vivo, muriendo para su nombre, para su casa, su propiedad, su causa -eso es lo que va a ocurrir cuando uno muera-, de modo que esté fresco, joven, claro y pueda ver las cosas como son, sin distorsión alguna.
Cuando uno ya no tiene miedo, porque hay un morir a cada instante y, por lo tanto, una renovación, entonces se halla abierto a lo desconocido. La realidad es lo desconocido. La muerte es también lo desconocido. Pero decir que la muerte es bella, maravillosa, porque continuaremos en el más allá y toda esa insensatez, carece de realidad.
Lo real es ver la muerte tal como es: un final, un final en el que hay renovación, renacimiento, no una continuidad. Porque aquello que continúa se deteriora, y lo que tiene el poder de renovarse a sí mismo es eterno.

El amor no puede cultivarse. El amor no puede dividirse en divino y físico; sólo es amor -no se trata de que usted ame a una sola persona o a muchas-. Es absurdo preguntar: «¿Ama usted a todos?» Vea, a una flor que tiene perfume no le preocupa quién viene a aspirarlo o quién la desdeña. Así es el amor. El amor no es un recuerdo. No es cosa de la mente o del intelecto. Adviene naturalmente como la compasión, cuando todo este problema de la existencia -miedo, codicia, envidia, desesperación, esperanza- ha sido comprendido y resuelto.
Un hombre ambicioso no puede amar. Un hombre apegado a su familia no ama. Tampoco los celos tienen algo que ver con el amor. Cuando usted dice: «Amo a mi esposa», en realidad no es eso lo que quiere decir, porque al instante siguiente está celoso de ella.
El amor implica gran libertad -que no es hacer lo que a uno le plazca-. Pero el amor llega tan sólo cuando la mente está muy quieta, no interesada ni centrada en sí misma. Éstos no son ideales. Si en usted no hay amor, haga lo que hiciere, ir tras todos los dioses de la Tierra, desarrollar todas las actividades sociales, tratar de reformar la pobreza, dedicarse a la política, escribir libros, poemas, etc., aunque haga todo eso, es un ser humano muerto. Sin amor, los problemas aumentarán, se multiplicarán interminablemente. Y con amor, haga usted lo que hiciere, no hay riesgo alguno, no hay conflicto. El amor es, entonces, la esencia de la virtud.
¿Qué es el amor sin motivo? ¿Puede haber amor sin ningún incentivo, sin que uno desee nada para sí mismo del amor? ¿Puede haber amor sin que uno se sienta lastimado cuando el amor no es retribuido? Si yo te ofrezco mi amistad y tú la rechazas, ¿no me siento lastimado? Ese sentirse lastimado, ¿es el resultado de la amistad, de la generosidad, de la simpatía? Ciertamente, en tanto me sienta lastimado, en tanto haya temor, en tanto te ayude esperando que tú puedas ayudarme -a lo cual llaman servicio-, no hay amor.
Si comprendes esto, la respuesta está ahí.

Por eso hay confusión en el mundo, porque la burocracia es cada vez más poderosa, porque más y más gobiernos se están volviendo totalitarios. Nos sometemos a todo esto como a algo inevitable, porque vivimos con nuestros cerebros y no con nuestros corazones; en consecuencia, el amor no existe. El amor es el elemento más peligroso e incierto que hay en la vida; y debido a que no queremos la incertidumbre, porque no queremos sentirnos en peligro, vivimos en el reino de la mente. Un hombre que ama está en peligro, y nosotros no deseamos vivir peligrosamente; deseamos vivir eficientemente, vivir tan sólo dentro del sistema de la organización, porque pensamos que las organizaciones van a producir orden y paz en el mundo. Las organizaciones jamás han producido orden y paz. Sólo el amor, la buena voluntad, la piedad, pueden traer finalmente -y, por lo tanto, ahora- orden y paz.

Cuando observas a esas pobres mujeres que llevan una pesada carga al mercado, o miras cómo los niños de la aldea juegan en el barro sin tener casi ninguna otra cosa con que jugar, esos niños que no recibirán la educación que ustedes reciben, que no tienen una casa digna donde vivir, ni limpieza, ni ropa suficiente, ni comida adecuada, cuando observas todo eso, ¿cuál es tu reacción? Es muy importante que descubras por ti mismo cuál es tu reacción.
Te diré cuál fue la mía.
Esos niños carecen de un lugar apropiado donde dormir; el padre y la madre están ocupados durante todo el día, sin tener nunca un periodo de vacaciones; los niños no conocen jamás lo que es ser amados, cuidados; los padres nunca se sientan con ellos y les cuentan historias acerca de la belleza de la Tierra y de los cielos. Y ¿qué clase de sociedad es la que han producido estas circunstancias? Una sociedad en la que hay personas inmensamente ricas que tienen todo lo que anhelan en la Tierra, y donde al mismo tiempo hay chicos y chicas que no tienen nada.
¿Qué clase de sociedad es ésta y cómo se ha originado? Ustedes podrán hacer revoluciones, romper el patrón de esta sociedad, pero en la ruptura misma de ese patrón ha nacido uno nuevo, que es otra vez la misma cosa en una forma distinta: los comisarios políticos con sus casas especiales en el campo, los privilegios, los uniformes, y así sucesivamente. Esto ha ocurrido después de todas las revoluciones, la francesa, la rusa, la china. Y ¿es posible crear una sociedad en la que no existan toda esta corrupción y esta desdicha? Podrá crearse sólo cuando tú y yo, como individuos, rompamos con lo colectivo, cuando estemos libres de ambición y sepamos qué significa amar. Ésa fue, en un destello, toda mi reacción.

  
DICIEMBRE
La soledad.La religión.Dios.La meditación
  
diciembre
  
No sé si alguna vez se ha sentido angustiosamente solo; cuando de pronto se da cuenta de que no tiene relación con nadie -no es un darse cuenta intelectual, sino factual-... se da cuenta de que está completamente aislado. Se hallan bloqueadas todas las formas del pensamiento y de la emoción; usted no puede dirigirse a ninguna parte, no hay nadie a quien acudir; los dioses, los ángeles, todos se han ido más allá de las nubes, y tal como las nubes se desvanecen, también ellos se han desvanecido; usted está absolutamente aislado, separado de todo -no usaré aquí la palabra solo.
Solo tiene un significado muy diferente, tiene belleza. Estar solo, en ese sentido, es algo por completo distinto.
Y uno debe estar solo. Cuando el hombre se libera de la estructura social de codicia, envidia, ambición, arrogancia, logro, posición cuando se libera de todo eso, está completamente solo. Esa soledad es muy diferente de la soledad del aislamiento. En ella hay una gran belleza, existe el sentimiento de una energía inmensa.

Aunque todos somos seres humanos, hemos levantado muros entre nosotros y nuestros semejantes, a causa del nacionalismo, de la raza, la casta y la clase social, lo cual, a su vez, engendra aislamiento.
La religión, a mi entender, no tiene nada que ver con ninguna creencia, con ningún sacerdote, con ninguna iglesia ni con los así llamados libros sagrados. El estado de la mente religiosa puede ser comprendido sólo cuando empezamos a comprender qué es la belleza; y la comprensión de la belleza debe ser abordada desde la total soledad. Cuando la mente está por completo sola, únicamente así y en ningún otro estado, puede saber qué es la belleza.
La soledad no es, obviamente, aislamiento, y no es singularidad. Ser singular, único, es meramente ser excepcional en algún sentido, mientras que estar completamente solo exige sensibilidad, inteligencia y comprensión extraordinarias. Estar completamente solo en lo interno, implica que la mente se halla libre de toda clase de influencias; por lo tanto, no está contaminada por la sociedad. Y debe hallarse en esa condición de soledad para comprender qué es la religión, la cual implica descubrir por uno mismo si existe algo inmortal, más allá del tiempo.

Pero la soledad no es separativa. Es algo que no pertenece a las masas, que no está influido por las masas, que no es el resultado de las masas, que no está constituido como lo está la mente; la mente es de las masas. La mente no es una entidad sola, creativa, puesto que ha sido ensamblada, fabricada en el curso de los siglos. La mente nunca puede estar sola. Jamás puede conocer la soledad. Pero, al percibir su aislamiento cuando atraviesa por él, surge a la existencia esa soledad. Únicamente entonces puede existir aquello que es inconmensurable. Desafortunadamente, la mayoría de nosotros busca la dependencia. Queremos depender de compañeros, amigos, queremos vivir en un estado de separación, en un estado que origina conflicto. Aquel que está solo jamás puede hallarse en un estado de conflicto. Pero la mente no puede percibir eso, no puede comprenderlo; ella sólo conoce la soledad de la exclusión, del aislamiento.

Lo que importa es tener este sentimiento de que uno está completamente incontaminado, solo porque únicamente una mente así puede conocer o percibir aquello que está más allá de la palabra, del nombre, más allá de todas las proyecciones de la imaginación.
Nosotros no estamos internamente solos. Somos el resultado de un millar de influencias, un millar de condicionamientos, de herencias psicológicas, propaganda, cultura. No estamos solos; por lo tanto, somos seres de segunda mano. Cuando uno está internamente solo, totalmente solo, cuando no pertenece a ninguna familia aunque pueda tener una familia, cuando no pertenece a ninguna nación, a ninguna cultura, a ningún compromiso en particular, existe el sentimiento de ser un extraño, extraño a toda forma de pensamiento, de acción, de familia, de nación. Y únicamente aquel que está absolutamente solo de este modo, es inocente. Esta inocencia es lo que libera del dolor a la mente.

Cuando la mente es capaz de desprenderse de todas las influencias e interferencias, y estar por completo sola, únicamente entonces hay creatividad.

La técnica se está desarrollando más y más en todo el mundo: la técnica de como influir sobre la gente por medio de la propaganda, de la compulsión, de la imitación [...]. Hay innumerables libros escritos acerca de cómo hacer una cosa, cómo pensar eficientemente, cómo construir una casa, cómo armar una maquinaria; así, gradualmente, estamos perdiendo iniciativa, iniciativa para desarrollar algo original por nosotros mismos. En nuestra educación, en nuestra relación con el gobierno, a través de diversos medios, ejercen influencia sobre nosotros para que nos amoldemos, para que imitemos. Y cuando permitimos que alguien influya en nosotros persuadiéndonos a adoptar una actitud determinada o a emprender cierta acción, nos resistimos naturalmente a otras influencias. En ese proceso mismo de resistirnos a la influencia de otro, ¿no sucumbimos a ella de un modo negativo?
¿No debería la mente hallarse siempre en estado de rebelión como para comprender las influencias que están haciendo siempre impacto sobre uno, interfiriendo, controlando, moldeando? ¿No es uno de los factores de la mente mediocre el hecho de que siempre tenga miedo y que, al hallarse en un estado de contusión, desee orden, coherencia, quiera una forma, un molde que la guíe y la controle? No obstante, estas formas, estas diversas influencias crean contradicciones y confusión en el individuo [...]. Cualquier opción entre influencias sigue siendo, por cierto, un estado de mediocridad.
... ¿No debe la mente tener la capacidad de profundizar en los hechos -no imitar, no ser moldeada- y estar libre de temor? ¿No debería una mente así permanecer sola y, por lo tanto, en un estado de creatividad? Esa creatividad no es «de uno», no es suya ni mía; es anónima.

Un hombre religioso no busca a Dios. El hombre religioso se interesa en la transformación de la sociedad, que es él mismo. El hombre religioso no es aquel que practica innumerables rituales, que sigue tradiciones, que vive en una cultura pasada, muerta, explicando perpetuamente el Gita o la Biblia, cantando sin cesar o practicando sannyasa; ése no es un hombre religioso, es alguien que escapa de los hechos. El hombre religioso se interesa total y completamente en la comprensión de la sociedad, que es él mismo. No está separado de la sociedad. Generar en sí mismo una mutación completa implica para él la terminación total de la codicia, de la envidia, de la ambición; debido a eso, no depende de las circunstancias, aunque sea el resultado de la circunstancia -la comida que come, los libros que lee, los cines a los que va, los dogmas religiosos, las creencias, los rituales y todo eso-. Es responsable.
Por lo tanto, el hombre religioso debe comprenderse a sí mismo, ya que es el producto de la sociedad que él mismo ha creado. En consecuencia, para encontrar la realidad debe comenzar aquí, no en un templo, no en una imagen, ya sea una imagen labrada por la mano o por la mente. De lo contrario, ¿cómo puede dar con algo nuevo, un estado nuevo?

Dijimos que la mente religiosa no es una mente ritualista, no pertenece a ninguna iglesia, a ningún grupo, a ningún patrón de pensamiento. La mente religiosa es la mente que ha penetrado en lo desconocido, y uno no puede dar con lo desconocido excepto de un salto; no puede entrar en lo desconocido mediante un cálculo cuidadoso. La mente religiosa es la verdaderamente revolucionaria, y la mente revolucionaría no es una reacción a lo que ha sido. La mente religiosa es, en realidad, explosiva, creadora –no creadora en el sentido de lo que esa palabra implica para la poesía, la decoración, la arquitectura, la música, etc.-; es una mente que se halla en estado de creación.

Cuando usted mismo está atento, ve que la codicia del poder es casi inagotable en una así llamada organización espiritual; esta codicia se halla disimulada bajo toda clase de palabras que suenan muy agradables, pero la llaga corrosiva de la avaricia, el orgullo y el antagonismo es alimentada y compartida por todos. De esto surgen el conflicto, la intolerancia, el sectarismo y otras lamentables manifestaciones.
¿No sería más sabio tener pequeños grupos informales de veinte o veinticinco personas, sin cuotas ni socios, que se reunieran donde fuera conveniente para discutir con delicadeza la aproximación a la realidad? A fin de evitar que cualquier grupo se vuelva exclusivo, cada miembro podría, de cuando en cuando, alentar y tal vez reunir otro pequeño grupo; de ese modo, ello sería extensivo, no estrecho y localista.
Para subir alto, uno debe empezar abajo. Desde este modesto comienzo puede ayudar a crear un mundo cuerdo y feliz.

La mente no se purifica hasta que comprende el contenido de la relación -su relación con la propiedad, con la gente-, hasta que ha establecido la correcta relación con todo.
Hasta que la mente no comprende el proceso total del conflicto en la relación, no puede ser libre. Sólo cuando está completamente silenciosa, por completo inactiva, sin proyecciones, cuando no busca y se halla absolutamente quieta, sólo entonces se manifiesta aquello que es eterno, intemporal.

Si uno puede llegar realmente a ese estado en que dice: «No sé», ello indica un sentido extraordinario de humildad; no existe la arrogancia del conocimiento, ni la respuesta presuntuosa para causar impresión. Cuando uno dice de verdad: «No sé», lo cual muy pocos son capaces de decir, entonces en ese estado cesa todo temor, porque ha llegado a su fin todo sentido de reconocimiento, de búsqueda dentro de la memoria; ya no hay más indagación en el campo de lo conocido. Entonces adviene eso que es extraordinario. Si usted ha seguido hasta aquí lo que he estado diciendo, no sólo si lo ha seguido verbalmente, sino que en realidad lo ha estado experimentando, encontrará que cuando puede decir: «No sé», se ha detenido todo el condicionamiento.

Sin meditación no hay conocimiento propio; sin conocimiento propio no hay meditación. Debe usted comenzar, pues, por conocer lo que usted es. No puede ir lejos sin comenzar cerca, sin comprender su proceso cotidiano de pensamiento, sentimiento y acción. En otras palabras, el pensamiento debe comprender sus propias modalidades operativas, y cuando usted se vea a sí mismo en acción, observará que el pensamiento se mueve de lo conocido a lo conocido.
La mente no puede pensar en aquello que es eterno, intemporal; por lo tanto, debe estar libre del tiempo; el proceso de tiempo de la mente debe disolverse. Sólo cuando la mente está por completo libre del ayer y, en consecuencia, no está usando el presente como un medio para el futuro, es capaz de recibir lo eterno [...]. Por lo tanto, nuestro interés en la meditación es el de conocernos a nosotros mismos, no sólo superficialmente, sino todo el contenido de la conciencia interna, oculta. Sin conocer todo eso y estar libre del condicionamiento que implica, usted no puede ir más allá de los límites de la mente. Por eso debe cesar el proceso del pensamiento, y para ello debe uno conocerse a sí mismo. Por lo tanto, la meditación es el principio de la sabiduría, la cual consiste en comprender nuestra propia mente y nuestro corazón.

No ser nada es el principio de la libertad. Por lo tanto, si usted es capaz de sentir esto, de investigarlo, descubrirá, a medida que avance en su percepción, que no está libre, que se halla atado a muchas cosas diferentes y que, al mismo tiempo, la mente abriga la esperanza de ser libre. Y podrá ver que ambas cosas se contradicen. En ese caso, la mente tiene que investigar por qué se aferra a esto o a aquello. Todo lo cual implica un duro trabajo, mucho más arduo que ir a una oficina, que cualquier labor física, que todas las ciencias juntas. Porque la mente humilde, inteligente, se interesa en sí misma sin ser autocentrada. Debido a eso, tiene que estar extraordinariamente alerta, atenta, y eso implica, de hecho, una dura tarea cotidiana, cada hora, cada minuto [...]. Exige insistencia en el trabajo, porque la libertad no adviene fácilmente. Todo la dificulta: la esposa, el marido, el hijo, el vecino, nuestros dioses, nuestras religiones, nuestra tradición. Son todos impedimentos, pero nosotros mismos los hemos creado porque ansiamos seguridad. Y la mente que busca seguridad jamás puede encontrarla. Si usted ha observado un poco lo que ocurre en el mundo, sabrá que no hay tal cosa como la seguridad. Muere la esposa, el marido, el hijo se escapa de la casa, algo ocurre. La vida no es estática, si bien nos gustaría hacer que lo fuera. Ninguna relación es estática, porque toda vida es movimiento. Eso es algo que debemos captar, es una verdad que debe ser vista, percibida, no es algo para argumentar al respecto. Entonces verá usted, a medida que comience a investigarlo, que ése es realmente un proceso de meditación.
Pero no se deje hipnotizar por esa palabra. Esté alerta a cada pensamiento para saber de qué fuente brota y cuál es su propósito; eso es la meditación. Y cuando se conoce todo el contenido de un pensamiento, ello revela el proceso total de la mente.

Una mente quieta no busca experiencias de ninguna clase. Y si no está buscando y, por lo tanto, se halla completamente inmóvil, sin movimiento alguno del pasado y, en consecuencia, libre de lo conocido, encontrará usted, si ha llegado hasta ahí, que existe un movimiento de lo desconocido que no es reconocible, que no puede traducirse, expresarse en palabras; descubrirá que existe un movimiento de lo inmenso. Ese movimiento es intemporal, en él no hay tiempo ni espacio; no hay nada que pueda experimentarse, nada que obtener ni alcanzar.
Una mente así conoce la creación, no la «creación» del pintor, del poeta, del verbalizador, sino esa creación sin motivo, sin expresión externa. Esa creación es amor y muerte.
Toda esta cosa, desde el principio hasta el fin, es el camino de la meditación. Un hombre que quiera meditar, debe conocerse a sí mismo. Sin conocerse a sí mismo, usted no puede ir lejos. Por mucho que intente llegar lejos, sólo puede llegar hasta donde se lo permite su propia proyección; y su propia proyección está muy cerca y no lo conduce a ninguna parte. La meditación es ese proceso de echar las bases instantáneamente, de inmediato, y dar origen naturalmente, sin esfuerzo alguno, al estado de quietud mental. Sólo entonces existe ahí una mente que se encuentra más allá del tiempo, de la experiencia, del conocimiento.

El florecimiento de la meditación es bondad, y un corazón generoso es el principio de la meditación.
Hemos hablado de muchas cosas que conciernen a la vida: autoridad, ambición, miedo, codicia, envidia, muerte, tiempo; hemos hablado de muchas cosas. Si usted observa, si lo ha investigado, si ha escuchado correctamente, todas esas cosas constituyen la base para una mente que es capaz de meditar. Usted no puede meditar si es ambicioso; podrá jugar con la idea de la meditación. Si su mente se halla dominada por la autoridad, si está atada a la tradición, si acepta, si sigue, usted jamás sabrá qué es meditar, jamás conocerá esta extraordinaria belleza [...].
La persecución de su propia realización en el tiempo, es lo que impide la generosidad de la mente. Y uno necesita tener una mente generosa; no sólo una mente amplia, llena de espacio, sino también un corazón que se entregue sin pensarlo, sin un motivo, y que no busque ninguna recompensa a cambio. Pero ese dar, por poco o mucho que uno tenga, esa condición de espontaneidad expansiva sin restricción alguna, sin retener nada, es indispensable. No puede haber meditación sin generosidad, sin bondad, lo cual implica estar libre de orgullo, no trepar jamás la escalera del éxito, no saber nunca qué es ser famoso. Es morir para todo lo que uno ha logrado, morir en cada minuto del día. Sólo en un suelo así de fértil puede crecer y florecer la bondad. Y la meditación es el florecimiento de la bondad.
        
El Libro de la Vida, Meditaciones diarias con Krishnamurti.

    

La historia de la humanidad se halla en ustedes; allí están la vasta experiencia, los miedos profundamente arraigados, las ansiedades, el dolor, el placer y todas las creencias que el hombre ha acumulado a lo largo de milenios. Ustedes son el libro”.

  
*Leer el libro completo - El Libro de la Vida, Meditaciones diarias con Krishnamurti

   

Comparte esta entrada

votar