El mundo es un exilio

exilio
   
Un mundo donde lo bello ha sido sustituido por lo excitante, donde lo bueno ha sido reemplazado por lo necesario y donde lo justo se ha convertido en lo conveniente; un mundo en el que el ser humano es reducido a su papel de consumidor o de empleado, de superviviente en la mayoría de los casos, es un mundo de condenados
     
Ricardo García Nieto
 

    
Hoy os presentamos a un nuevo filósofo, poeta y buen escritor que en estos difíciles tiempos que nos toca vivir, nos guía con sus grandes palabras hacia la luz soñada y nos da alas para recuperar la esperanza perdida, la esperanza en un mañana, en un nuevo SOL.
En un mundo al borde del abismo de sí mismo, aún existen ALMAS que nos recuerdan que no estamos solos, que somos los últimos en la Tierra de la nada… que juntos somos más fuertes y que existe en nosotros un gran poder que nunca nos podrán arrebatar.
  
 

LA EMBOSCADURA
 
Es muy fácil perder la credibilidad en el mundo real. Si no haces tuyo el yugo de la neurosis colectiva o el soniquete perpetuo de los complejos de inferioridad, si no te nutres del miedo que alimenta a la masa, si no te adentras en la boca de ese lobo al que se ha convenido en llamar sistema, si eres distinto y consecuente con tu singularidad, serás la abominación de la que todos huyen y a la que todos arrojan la lanza del descrédito.
Cuando se ha llegado a este punto, el viaje se torna solitario. Te conviertes en un paria con el potencial del más idóneo chivo expiatorio.
Nadie, ni tus más íntimos, te cubrirán la espalda.
Esta es la emboscadura más hermosa y terrible del ser humano.
Ante ella se puede huir o se puede resistir.
Huir significaría tomar un atajo hacia el no ser. Puede manifestarse de varias maneras: una afición, una adicción (la que sea), un “se acabó” con tintes trágicos.
Resistir significaría permanecer. Meditar junto a tu propia sombra. Y seguir sin esperanza, pero con el convencimiento de que sólo se esfuerza el que se niega al esfuerzo por parecerse al rebaño.
Quienes lo saben han superado el más duro trecho del viaje. Y habrán aprendido a afrontar, serenos, el último tránsito.
Lo demás es mentira.
 
La libertad, en la boca del lobo de la necesidad, no existe. Si el sistema depredador es el que te deja un margen para elegir (la bolsa o la vida, tus derechos o la vida, tu dignidad o la vida) sería más que heroico optar por el no ser. Un heroico error.
Los emboscados lo saben. Por eso no ponen la bolsa, los derechos y la dignidad al alcance de nadie. Por eso intentan permanecer fuera del sistema en la medida de lo posible. La bestia somete, pero no es el abominable enemigo que creemos. La verdadera abominación son los francotiradores convencidos de la legitimidad del monstruo. Los emboscados intuyen que el disparo se puede producir desde el más inesperado lugar. Desde la tierna sonrisa. Desde el abrazo cordial. Desde el beso aparentemente sincero. Los sicarios de la bestia lo son aún más de su propio miedo.
Los vemos cada día. Fanáticos acomplejados, miedosos de lanza en ristre, iluminados que ambicionan ser la espada y la pared.
Cuando todo les falla, echan mano de la calumnia lo mismo que el leñador de un hacha. La imagen del emboscado cae. Pero no le importa. En la naturaleza de los seres humanos, la caída de la imagen es semejante al desprendimiento de un pétalo o al rodar de una piedra por la montaña. Y esto sólo puede satisfacer la insania de quienes se creen mejores por ello.
Los emboscados saben que habrán de morir algún día. Es su ventaja. Por eso no temen lo que haya de venir. Por eso no les quita el sueño cuantas argucias ideen los adeptos al monstruo.
El emboscado eligió al margen de las bagatelas del sistema, de las voluntades torturadas por el sistema, de las víctimas que se creen ser el sistema mismo.
Antes de echar a andar, el emboscado ya ha puesto un pie en el más allá.
Está más lejos de lo que mirada alguna pueda alcanzar.
 
Al ser humano, convertido en mascota o res que ha de ser llevada al matadero, no le queda otra opción que salirse del mapa y buscar su territorio inexplorado.
Agotado por la política, que lo embauca, por las administraciones, que lo controlan, o por los medios de comunicación, que lo narcotizan, el ser humano sólo puede aspirar a ser su propio guía, su propio maestro, su propio santo.
Somos coaccionados hasta el automatismo.
Es curioso ver a quienes se indignan por la coacción del Estado para coaccionar con el poder de su partido o sindicato. Ver a quienes se indignan por la coacción de los mercados para coaccionar a sus subalternos o empleados. Ver a quienes se indignan por la coacción de las armas para coaccionar a su familia en la vida privada.
Vivimos para el pánico. Y el pánico nos da la contraprestación de un salario.
Jamás el ser humano ha sido tan esclavo física, moral, espiritual y psicológicamente. La enfermedad arrecia tras las ventanas de nuestras almas.
Si queremos curarnos, habremos de perdonarnos: no por lo que hicimos, ni siquiera por lo que nos hicieron creer que hicimos. Sino por haber matado nuestra inocencia.
Si queremos recuperar nuestro poder, habremos de aprender a sonreír ante cualquier amenaza.
La persona singular escasea. Cuando la encuentro sé que me hallo ante una especie en vías de extinción.
A los plurales les gusta disfrazarse.
Al piojo le gusta la máscara del tigre. Se la coloca y coacciona. A la oruga que se niega a ser mariposa le fascina el disfraz de serpiente. Se lo pone y coacciona. Don “te voy a meter un paquete que te vas a enterar” se arrastra lo mismo que el gusano sobre el vómito de su propio miedo.
El ser humano que aspira a ser su propio juez hará de su territorio un bosque impenetrable, el sagrado lugar de su “sí mismo”.
Emboscado, inmune a la coacción, sano de todo miedo, vivirá en libertad por primera vez en su vida. Al otro lado de su mirada, los muertos seguirán enterrando a los muertos hasta el Final de los Tiempos.
 
1
  
¿LA FELICIDAD?
  
Hoy seré muy simple: para ser feliz no hay que pretenderlo. Felicidad es una palabra que debiera ser borrada de cualquier léxico. Ser es ser feliz. ¿Cómo podemos saber que somos? Hay un termómetro que nos lo dice. Se llama tiempo. Pasa y pesa cuando no somos. Se desvanece cuando nos trascendemos a nosotros mismos. ¿Cuándo pasaron las horas sin que te enteraras por última vez? ¿Con quién estabas, qué hacías, qué contemplabas? Lo demás es mentira y discordia.
¿De qué mota de polvo estelar surgió la ira? ¿De qué partícula divina el sufrimiento? De ninguna. El universo no tiene en su naturaleza el desconsuelo o la rabia. Son emociones generadas y ensayadas continuamente por los seres humanos. Hemos creado personajes que se nutren de emociones destructivas. Nos han enseñado a hacerlo porque es la manera sutil con la que inflamar o atemorizar a las masas. El odio las mueve. El miedo las frena en seco. Taquicardia y rechinar de dientes. Y un puñado de monedas con las que ir tirando en un sistema que agoniza.
El universo no envidia, se expande. Los seres humanos también cuando se permiten a sí mismos ser quienes son.
No hay objeto celeste que se sienta culpable por brillar, orbitar o chocar con otro.
No hay brizna de hierba que se maldiga por entrar en el ojo de un gato.
Sólo los seres humanos son capaces de devorarse a sí mismos por creerse responsables de un error, que, como la mayoría de los errores, es un acierto.
 
¿Cuántos kilos pesas?
 
¿Qué edad tienes? ¿Cuántos kilos pesas? ¿Cuál es el diámetro de tu cintura? ¿Y el de tu pecho? Respira… ¿Te han hecho alguna vez preguntas más estúpidas que estas?
Pues son de las que más dividendos producen en el primer mundo. Y más depresiones. No son preguntas; son dedos que te señalan como paria, como persona exiliada en tu propia calle, trabajo o terminal de aeropuerto.
¿Eres un ser humano honrado? ¿Eres capaz de ponerte en los zapatos de tu prójimo? ¿Cuánto hay de amor en ti? ¿Sueles resolver problemas? ¿O los haces más grandes? Estas preguntas no producen réditos, no sostienen una industria. Pero son las definitivas.
Eres servil cuando la apariencia dicta.
Eres libre cuando la inteligencia seduce.
He visto a modelos de pasarela, que se creían el centro del mundo, ahogándose en su propio ombligo.
He visto a enfermos terminales, dispuestos a volar hacia la eternidad, dándote la lección más importante de tu vida.
Nos estamos muriendo. No porque la vida nos empuje hacia el más allá, sino porque no nos dejan ser. Porque nos hipnotizan con lo perecedero, lo ridículo, lo inútil.
Hoy quiero envejecer más que nunca. Sumar mil años en una hora de silencio. Vaciar mi mente de voces fatuas. Seguro que el universo susurrará algo en mis oídos.
 
2
 
NOS QUIEREN DESAPARECIDOS
 
Prefiero morir a convertirme en hombre moneda, en hombre déficit, en hombre máquina.
Prefiero morir a convertirme en un desaparecido de mí mismo.
A los miserables morales se les ve venir de lejos. Llevan demasiado tiempo entre nosotros. Te mienten en tu propia cara, te insultan, saquean tus derechos y tienen el cuajo de decirte que lo hacen por tu propio bien. ¿Te suena?
Los profesionales de la política son lobos para el hombre.
Alain nos recordaba que el hombre justo no pretende gobernar a los otros, pues sólo pretenderse gobernarse a sí mismo. Y concluía: “siempre gobernarán los peores”.
¿Qué podemos hacer?
Podemos partir de una premisa: no has nacido para malgastar tu alma, no has nacido para someterte al ego autoritario de un cretino. Si los que te dirigen, gobiernan o mandan no son hombres justos, niégate a enfermar siguiéndoles. Has de comenzar una revolución silenciosa e individual, no tienes ni que proclamar tu libertad: haz uso de ella, responsablemente, en tu esfera de influencia, en tu trabajo, en tu comunidad. No malgastes tu tiempo advirtiendo que eres libre o que tienes determinados derechos. Obra en consecuencia, insisto: haz uso de tu libertad y tus derechos. Sé activo. No renuncies a ti. A tu alma. No has nacido para vendérsela a los mercados. Ni al ego autoritario de un cretino.
Ana Arendt nos recordaba que el mal absoluto consistía en hacer que los seres humanos fuesen superfluos, en asesinar lo que el hombre tiene de individual y espontáneo, convirtiéndolo en un “muerto vivo”.
¿No es acaso eso lo que están haciendo los gobiernos de Europa al transformarnos en máquinas que votan, consumen y trabajan?
El dictador Videla, declaraba sobre los desaparecidos argentinos durante su mandato en estos términos:
“El desaparecido, en tanto esté como tal, es una incógnita. Si el hombre apareciera, tendrá un tratamiento “X”, si la desaparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento, tiene un tratamiento “Z”, pero mientras sea un desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un “desaparecido”, no tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo…”
A diferencia de lo que hizo el criminal Videla con sus compatriotas, a nosotros no nos están arrojando sobre el mar desde un avión. Todo se andará… De momento nos necesitan como inconscientes pagadores de deuda. Como muertos vivientes. Desaparecidos de nosotros mismos.
   
 
EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN
 
En tu niñez, no había separación entre tu ser y la naturaleza. Te trascendías en tus juegos lo mismo que un místico en Dios. No había dualidad entre sujeto y objeto. Cuando acariciabas tu gato, eras tu gato. Cuando tomabas un limón o un juguete, eras ese limón o ese juguete. Eras tu imaginación. Eras el Universo.
Después te dijeron que no, que de ninguna manera, que tenías que identificarte con tu cuerpo. Tu cintura, tu peso, tus orejas, tu nariz… Y sentiste que eras mejor o peor por el yugo de unas formas condenadas a cambiar. Más tarde, te contaron que había que madurar, que tenías que ser competitivo e identificarte con tus logros, tus éxitos, tu curriculum… Te llevaron a ese punto en el que el ser humano se vuelve depredador y quiere triunfar a costa de lo que sea y de quien sea.
El sistema engorda con las energías que sus adeptos malgastan a cambio de un coche, una casa, una cuenta corriente, un viaje a no se dónde… Esta es la época de la gran crisis personal. El ser humano cae por primera vez en la cuenta de que la vida se le escapa, que le quedan unos años. ¿Cuántos? ¿Quince, veinte, treinta?
Como no puede saberlo, se sube a una montaña y ve el valle con su rebaño, su pastor y sus perros. Aquí es donde comienza la nueva etapa de su vida. El ser humano aprende a ponerse en los zapatos del otro. Y se identifica no con los mejores, aquellos a los que el sistema ponía como ejemplo a seguir, sino con los fracasados. Su corazón crece y golpea con sus latidos a las puertas del alma. En ese momento descubre quién es. Desmonta cuanto le habían hecho creer por educación y ve más allá de las narices de la usura, la extorsión y la esclavitud.
Es el momento de la gran reconstrucción personal. Lo que Carl Gustav Jung llamó “proceso de individuación”. Es el momento en el que cada uno se eleva más allá de los engaños, los espejismos, las apariencias que se empeñan en parecer el único horizonte posible. El momento en el alma nos revela su secreto.
Acabo de describir un tortuoso camino que suele coincidir con las distintas etapas de la vida. Muchos ni siquiera han pasado de la identificación con su cuerpo o sus logros. Pero otros ya estaban en la última etapa desde la adolescencia. O incluso antes.
Nunca será tarde, pero siempre imprescindible.
 
3
 
Si no estuvieses aquí, nada existiría. ¿Es que no te acuerdas? Viniste para probar el mundo que tú preparaste como si fuese una taza de té.
Lo hiciste a tu imagen y semejanza para superar las dificultades que tú elegiste. Lo hiciste para confundirte con él. Para olvidar quién eres.
Mientras no lo recuerdes, no tendrás el poder para cambiarlo. Mientras no lo recuerdes, serás criatura y no creador. Mientras no lo recuerdes, serás la víctima de tus propios fantasmas.
Eres todo lo que hay
    
Ricardo García Nieto:



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