Empatía del SER

Empatia
 
“Las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista”

Mahatma Gandhi




En películas, en series de televisión, en libros y canciones… Dentro de una de las múltiples ramificaciones que nos ofrece el amor, se halla la empatía: la capacidad cognitiva de percibir en un contexto común lo que otro individuo puede sentir. Hablando llanamente, empatizar con alguien significa ponerse en el lugar del otro, imaginar en tu mente lo que la otra persona está sintiendo, pero NO de la manera que tú lo sentirías si fueses ella —error en el que la mayoría caen—, sino intentando sentirlo como si de verdad estuvieses en la piel de la otra persona, es decir, sabiendo como ella siente o piensa las cosas.

Esta forma de inteligencia, junto a la la capacidad de manejar las relaciones interpersonales, es la que nos permite entender a los demás. Es mucho más importante en nuestra vida diaria que la brillantez académica, porque es la que determina la elección de la pareja, los amigos y, en gran medida, nuestro éxito en el trabajo o en el estudio.

La empatía es parte de lo que nos hace humanos, parte esencial a practicar y hacer entender a otros si queremos verdaderamente entendernos entre nosotros, comprender los sentimientos que nos motivan, que nos duelen, que mueven nuestras vidas.
En la sociedad actual pareciera que la empatía se practica y se comprende perfectamente. Topamos con ella cada día en nuestra vida cotidiana, al dejar el paso a un anciano que intenta acceder al autobús, compartimos sensaciones y sentimientos los unos con los otros. Esto —y me repito— pareciera ser así, pero no lo es.
No alcanzo a entender el cómo ni el cuándo, seguramente sucede de manera paulatina —sin prisa pero sin pausa—, de tal modo que prácticamente sin ser conscientes de ello, estamos perdiendo parte de nuestro SER, parte de nuestra esencia humana. Más bien diría que la empatía que creemos ejercer, es una  proximidad egoísta hacia los demás, una en la que en lugar de ponernos en el traje del semejante, miramos su circunstancia desde nuestro propio traje, queriendo que aquél, actúe como nosotros lo haríamos, en lugar de ver que eso no será así, pues cada cual es como es, cada SER tiene su propio sentir y su identidad única que lo diferencia de otro.
La gente no escucha. Sí oyen, pero no saben escuchar, que es muy diferente. En muchas conversaciones puedes verlo, tan solo hace falta que te fijes por un instante y comprobarás que tu interlocutor está esperando a que acabes de hablar para tomar él la palabra y decir la suya.
La empatía incluye la comprensión de las perspectivas, pensamientos, deseos y creencias ajenos.
Ser una persona altamente empática tiene algunas cosas buenas y otras malas. Una persona empática es muy consciente del complejo universo de información emocional  —a veces dolorosa o difícil de digerir— que otros no perciben.
Por otra parte, las personas que tienen empatía están mucho más adaptadas a las sutiles señales sociales que indican lo que otros necesitan o quieren. Esto los hace mejores personas. Mejores tanto en su círculo más íntimo, como entre sus amistades o en el trabajo. Esta habilidad de inferir los pensamientos y sentimientos de otros, genera sentimientos de simpatía, comprensión y ternura. ¡Todos amamos a los empáticos!
 
Uno de los elementos clave que forma la inteligencia emocional, es la empatía, la cual pertenece al dominio interpersonal. La empatía es el rasgo característico de las relaciones interpersonales exitosas.
Entonces, ¿por qué no la practicamos?

No es raro que se crea comprender al otro sólo en base a lo que notamos superficialmente. Pero lo peor puede venir al confrontar su posición con la nuestra y no “ver” más allá de nuestra propia perspectiva y de lo aparentemente “evidente”.
Debemos saber que nuestras relaciones se basan, no sólo en contenidos manifestados verbalmente, sino que existen muchísimos otros mecanismos llenos de significados, que siempre están ahí y de los que no siempre sabemos sacar partido. La postura, el tono o intensidad de voz, la mirada, un gesto e incluso el silencio mismo, todos son portadores de gran información, que siempre está a nuestra disposición, para ser descodificada y darle la interpretación apropiada. De hecho, no podemos leer las mentes, pero sí existen sutiles señales, a veces “invisibles” en apariencia, las cuales debemos aprender a “leer”.
El proceder con empatía no significa estar de acuerdo con el otro. No implica dejar de lado las propias convicciones y asumir como propias la del otro. Es más, se puede estar en completo desacuerdo con alguien, sin por ello dejar de ser empático y respetar su posición, aceptando como legítimas sus propias motivaciones.
A través de la lectura de las necesidades de los demás, podemos reajustar nuestro actuar y siempre que procedamos con sincero interés ello repercutirá en beneficio de nuestras relaciones personales.
 
Andre Arment
 
La empatía viene a ser algo así como nuestra conciencia social, pues a través de ella se pueden apreciar los sentimientos y necesidades de los demás, dando pie a la calidez emocional, el compromiso, el afecto y la sensibilidad.
La empatía no es otra cosa que “la habilidad de estar conscientes para reconocer, comprender y apreciar los sentimientos de los demás". En otras palabras, el ser empático es el ser capaz de “leer” emocionalmente a las personas.
Debemos hacernos conscientes de la vida, pues vamos a mil por hora y no nos damos cuenta de que la vida esta pasando ante nuestros ojos, y con ella viajan los capítulos de esa vida. Capítulos que se van tejiendo gracias a nuestra intervención en ellos.
Nos jugamos mucho en cada actuación, pues el papel que interpretamos en cada capítulo quedará grabado por la eternidad y nunca podremos regresar a ninguno de ellos para cambiar la película de nuestra existencia, y eso es algo de lo que no somos demasiado conscientes.

Por formar parte de nuestro Yo más interno  —aquel que expresamos cuando sentimos, cuando nos emocionamos, cuando expresamos nuestros sentimientos—, la empatía es difícil de ver y más aún de comprender. Aunque todos podemos notar o dar una mínima empatía hacia las circunstancias de los demás, sólo cuando conocemos en profundidad a una persona somos capaces realmente de sentir en toda su amplitud lo que esa persona padece o experimenta.

En nuestro entorno más querido se nos muestra y la mostramos a todas horas, de mil formas diferentes y en todas sus variantes. Es fantástico amar y ser amado, apreciar y ser apreciado, escuchar y ser escuchado, valorar y ser valorado… Pero para saber si realmente somos empáticos, hemos de valorar nuestra actitud en los momentos oscuros de nuestra vida y de la vida de nuestros seres más queridos. Es entonces cuando el examen sobre este tema se nos presenta inminente y debemos actuar según nuestros valores humanos.

Sin empatía viviríamos una experiencia triste y desintonizada con los sentimientos que necesitamos expresar. Al fin y al cabo la vida trata de eso, de sentimientos y sus mil formas de expresarlos hacia los demás o hacia nosotros mismos, todo para poder vivir en paz, poder vivir en plenitud y serenidad emocional. Sin ser comprendidos por los demás nos sentimos solos y rechazados por nuestro entorno, nuestra sociedad.

Vivimos en una sociedad que cada vez es más egoísta, una sociedad que únicamente piensa en sí misma. Nos estamos acostumbrando a pensar solo en “lo nuestro”, solo en nuestras preocupaciones, situaciones personales, en nuestra experiencia. El propio sistema alienta a ello; en TV, best sellers, cine, modas —recordemos que son los medios que frecuentamos a diario y por tanto aquellos que nos están influenciando— y hasta en la sopa nos animan a practicar el puro egoísmo.
Bienvenido a la sociedad de la opulencia, de los excesos y de los extremos. Una sociedad egoísta, que vive en la era de las prisas y desconoce la definición de 'altruismo'.
La sociedad bajo la influencia de la educación y del medio cultural se distancia emocionalmente ante el dolor de quienes sufren sus propios males.

Para saber apreciar como actuamos ante la vida, ante los sentimientos propios y ajenos, hemos de fijarnos en los niños, pues ellos somos nosotros en nuestro más tierno inicio de este juego vital.
Es por la vía de la educación y del ambiente que rodea al niño, que una transformación del egoísmo en altruismo pueden ser posibles. No hay que olvidar que la educación tiene premios de amor para ofrecer, es decir, recompensas pero, también, castigos. Esto posibilitaría una transposición de inclinaciones egoístas a inclinaciones sociales.
Debemos tener en cuenta que “el niño se ama primero a sí mismo y sólo después aprende a amar a otros, a sacrificar a otro algo de su yo”. Pero en la sociedad del EGO, donde vivimos, estamos pasando de educar a maleducar o malcriar a nuestros pequeños. Si observamos, vemos como muchos padres atienden a sus hijos como si de mascotas se tratara, sin ser conscientes del enorme error que más tarde —casi siempre en la adolescencia—, les pasará factura a los pobres aprendices de humanos, que al llegar a su edad adulta, no conocen otra actitud más que la del egoísmo.
 
Hoy no tenemos tiempo suficiente para dedicar a los peques y ello implica el querer compensarlos regalándolos “todo cuanto deseen”. Nos convertimos en sus genios de la lámpara maravillosa personales, donde todo cuanto el niño quiere se hace realidad ante sus ojos. Así, estos pobres infantes, lo único que adquieren y que guiará toda su vida, es la satisfacción inmediata, que implica impaciencia, adoración a lo material, indiferencia hacia lo que no les afecte a ellos… y un larguísimo etcétera, que los convertirá en seres incapaces de sentir la más mínima empatía por nadie ni nada.
 
Un sujeto que tiene una mirada alejada del otro, del sentir del otro, que sólo vive para él, es un claro integrante de una sociedad que ha perdido modelos, en la que no hay transmisión de valores sólidos sino que predominan los volubles, los que no perduran lo necesario como para arraigarse.
Además, en medio de tantas transformaciones y pérdidas, cabe destacar que se ha ido renunciado al pensamiento y a la memoria, dado que el olvido se presenta como condición del éxito. En nuestro tiempo, el afán por lograr el éxito de cualquier manera, sin importar de veras, lo que pueda acontecerle al otro, termina siendo una de las causas de los problemas sociales y, también, personales.
 
‘’El hombre reclama en la mayor parte de las circunstancias la ayuda de sus semejantes y en vano puede esperarla sólo de su benevolencia. La conseguirá con mayor seguridad interesando en su favor el egoísmo de los otros y haciéndoles ver que es ventajoso para ellos hacer lo que les pide (…) No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo: ni les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas’’.

LA BENEVOLENCIA DEL CARNICERO



Queda, así, constituida la sociedad de la competencia, que se basa, naturalmente, en el egoísmo. Cada cual persiguiendo su propia necesidad hará lo necesario para construir una sociedad en que la necesidad de todos quede satisfecha. Esto es, digámoslo claramente, un descomunal engaño. La sociedad de competencia exaspera las peores tendencias de la condición humana.
 
agosto
 
Nos creemos seres evolucionados, pero que hayamos adquirido grandes conocimientos y elevado al hombre hasta las estrellas, no significa que hayamos evolucionado al SER que llevamos en nuestro interior.
En tu forma de expresarte, de manifestarte, en tus gestos y tus maneras se encuentra la verdadera naturaleza de tu SER. Si además de mirar eres capaz de buscar en tu interior…


    
SEGUIRÉ ADELANTE

Voy a seguir creyendo, aún cuando la gente lamentablemente pierda la esperanza
Voy a seguir dando mucho Amor, aunque otras personas siembren odio
Voy a seguir construyendo alrededor mío, aún cuando otros destruyan
Voy a seguir hablando de Paz, aún en medio de una terrible guerra
Voy a seguir iluminando el camino, aún en medio de la oscuridad total
Y, seguiré sembrando, aunque otras personas pisen la cosecha
Y, seguiré gritando al viento y al mundo, aún cuanto otros callen
Y, dibujaré muchas sonrisas en algunos rostros con lágrimas
Y, transmitiré alivio cuando vea que las personas sienten dolor
Y, regalaré motivos de alegría donde vea y haya tristezas
Invitaré a caminar a cualquiera que decidió por su cuenta quedarse en un sitio, y levantaré los brazos a los que se han rendido, y no tienen ninguna esperanza
Porque en medio de la desolación y la amargura siempre habrá un niño vigilante que nos mirará esperanzado, y a la vez tratando de esperar algo de nosotros
y aún en medio de una gran tormenta, por algún lado saldrá brillante el sol matutino, y en medio del desierto árido crecerá una planta, llena de flores y de frutos
Siempre habrá un pájaro cantando alegremente alrededor nuestro, habrá también un niño que nos sonreirá alegremente y una mariposa que nos brinda su belleza silvestre
Pero...si algún día ves que no sigo a tu lado, que ya no sonrío o callo, sólo acércate, abrázame y dame un beso, un abrazo o simplemente regálame una sonrisa
Son esas cosas simples las que nunca se olvidan
Con eso será suficiente por ahora, seguramente ya habrá pasado la tormenta,
pues la vida me abofeteó horriblemente, y me sorprendió in fraganti por un segundo

Anónimo



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