La tormentosa búsqueda del Ser

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“¿Quieres ser borrado, abolido, anulado, cancelado y reducido a la nada?
¿Estás dispuesto a ser reducido a la nada?
¿a sumergirte en el olvido?
Si no: nunca podrás cambiar realmente.
El ave fénix renueva su juventud sólo cuando ha sido quemada, quemada viva,
consumida hasta una pálida y chamuscada ceniza.
Entonces, la palpitación de un nuevo ave en el nido,
con sus flotantes hebras de plumón ceniciento,
demuestra que está renovando su juventud
como el águila: Ave Inmortal”
 
D.H.Lawrence



La Espiritualidad puede ser la experiencia de una forma de vida maravillosa y excepcional, una nueva y preciosa forma de vivenciar nuestra existencia. Pero nuestro sistema vive en base a una realidad consensuada única e inmutable, ideada y evolucionada hacia el total y más absoluto adormecimiento de nuestro Ser. Hoy vivimos sumidos en un estilo de vida que nos atrapa desde antes de nacer en una red de necesidades, deseos y poderes absurdos, triviales e innecesarios, los cuales creemos que nos identifican como a seres humanos modernos y progresistas, cuando la verdad nos señala todo lo contrario. Hoy somos enfermos espirituales.
 
Vamos a investigar acerca de la emergencia espiritual, es decir, el despertar de nuestro Ser verdadero, a través de la lectura de algunos extractos del libro LA TORMENTOSA BÚSQUEDA DEL SER - CHRISTINA GROF & STANISLAV GROF.
 
Stanislav Grof es uno de los fundadores de la psicología transpersonal y pionero investigador en el uso de los estados alterados de conciencia con propósitos de sanación, crecimiento e introspección.
 Christina Grof es autora, profesora, artista, psicoterapeuta y fundadora de la Spiritual Emergence Network, así como cocreadora del Holotropic Breathwork. Durante casi treinta años ha participado activamente en el campo de la Psicología Transpersonal.
 
Juntos escribieron este preciso y estupendo material que puede resultar de gran ayuda a aquellos que decidan realizar su experiencia de vida en plenitud total, haciéndose consciente de su Ser interior.
 
Comencemos.

  
 
 
El desarrollo espiritual es una capacidad de evolución innata en todo ser humano. Es un movimiento hacia la unidad; el descubrimiento de nuestro verdadero potencial. Tan común y natural corno el nacimiento, el crecimiento
físico y la muerte, es una parte integral de nuestra existencia.
En un ambiente que brinde el apoyo necesario, y con una adecuada comprensión, estos difíciles estados de la mente pueden ser extremadamente benéficos, ya que suelen producir una curación a nivel físico y emocional, introspecciones profundas, actividades creativas y cambios positivos y permanentes de la personalidad.
Para algunas personas, sin embargo, el viaje de transformación en su desarrollo espiritual se convierte en una “emergencia espiritual”, en una crisis en la que los cambios internos son tan veloces y los estados interiores tan exigentes que, por un tiempo, a esta gente le es difícil manejarse bien en la realidad cotidiana. En nuestro tiempo, estos individuos rara vez son tratados como si estuvieran al borde del crecimiento interno: casi siempre son vistos a través de la lente de la enfermedad y tratados con tecnologías que oscurecen los beneficios potenciales que esas experiencias son capaces de ofrecer.

A través de la historia, las personas con intensas crisis espirituales fueron consideradas benditas: se creía que estaban en comunicación directa con las regiones sagradas y los seres divinos. Sus sociedades las apoyaron durante
estos períodos cruciales, ofreciéndoles refugio y suspendiendo sus exigencias habituales.
Miembros respetados de sus comunidades habían atravesado sus propias emergencias espirituales; podían reconocer y comprender procesos similares en otros y, por lo tanto, eran capaces de honrar la expresión del impulso místico y creativo. Las experiencias, a menudo dramáticas y vistosas, se nutrían en la confianza de que esos individuos eventualmente retornarían a la comunidad con una mayor sabiduría y un aumento en su capacidad para
manejarse en el mundo, tanto para su propio beneficio como para el de la sociedad.
Con el advenimiento de la ciencia moderna y la era industrial, esta actitud tolerante y hasta estimulante cambió drásticamente. La noción de una realidad aceptada se comprimió para incluir sólo aquellos aspectos de la existencia que son materiales, tangibles y mensurables. La espiritualidad, en cualquiera de sus formas, fue exiliada de la visión del mundo de la ciencia moderna. Las culturas occidentales adoptaron una interpretación restringida y rígida de lo que es “normal” en la experiencia y la conducta humanas y rara vez aceptaron a quienes quisieron ir más allá de esos límites.

Durante una emergencia espiritual –el despertar-, los estados internos cambian a tal velocidad que empiezan a temer qué es lo que vendrá después. Están siendo constantemente introducidos en reinos internos insondables, nuevas percepciones y posibilidades inimaginables.
Quizás hasta añoren su antigua y segura forma de ser, por su tranquilidad y menor exigencia, aunque hayan sido infelices.
Es factible que las relaciones con los demás pierdan importancia y que la persona se sienta desconectada de la sensación conocida de quién es.
Con mucho dolor, se dará cuenta de que no tiene control sobre la vida y la muerte, que está sujeto a fuerzas que están más allá de su control. Muchas personas se pasan años creyendo que su mundo está en orden y que tienen una completa autoridad sobre su vida. Algunos, al descubrir que no están enteramente a cargo de su trayectoria de vida, a veces sienten un enorme alivio; otros, en cambio, se asustan mucho si están muy identificados con estar a cargo de todo. Probablemente se pregunten: “Si yo no tengo el control, ¿quién lo tiene? Y ¿Es él o ella digno de confianza? ¿Puedo abandonarme a una fuerza desconocida y estar seguro de que se me cuidará?”.

Al enfrentarse con el miedo a perder el control, la mente y el ego se vuelven muy ingeniosos en sus esfuerzos por seguir a cargo de todo; la gente en una situación así tiende a crear un complicado sistema de negación, diciéndose que está muy bien como está y que no necesita un cambio, o que los cambios que siente son ilusorios.
 
Es factible que se intelectualicen los estados de conciencia y se creen elaboradas teorías para explicarlos de alguna manera. O quizás simplemente se traten de evitar. A veces la ansiedad misma se convierte en una defensa; quedarse pensando en el propio miedo puede evitarnos crecer muy rápido. Otra forma de perder el control, que es mucho menos gradual y más dramática, se da en una emergencia espiritual; por momentos se llega a perder completamente el control sobre el propio comportamiento causa de episodios desbordantes. Tal vez se tengan explosiones de rabia y de llanto, se sacuda uno violentamente o grite en una forma en que jamás lo hizo. Esta liberación emotiva no inhibida puede resultar inmensamente liberadora, pero antes provocar en uno un miedo tremendo y una gran resistencia a la fase de estos sentimientos. Después de este tipo de explosiones, es normal sentir miedo o vergüenza al darse cuenta de la fuerza de la exteriorización.

En el surgimiento de la espiritualidad la gente en tales crisis se ve bombardeada por experiencias internas que desafían sus viejas creencias y formas de vida, y su relación con la realidad puede cambiar con mucha rapidez.
De golpe se sienten incómodos en un mundo antes conocido y es probable que hasta les resulte difícil enfrentar las exigencias de la vida cotidiana.


Durante la apertura espiritual las personas pueden experimentar:

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La palabra moderna para designar la experiencia directa de las realidades espirituales es “transpersonal”, lo que significa que trasciende la forma usual de percibir e interpretar al mundo desde la posición de un individuo o cuerpo-ego separado de aquél. Existe una disciplina enteramente nueva, la psicología transpersonal, que se especializa en experiencias de este tipo y lo que estas implican.
Para las personas que lo han vivido, la existencia de lo inmanente y trascendente divino no es una cuestión de creencias infundadas sino un hecho basado en una experiencia directa, tal como nuestra actitud hacia la realidad material de nuestra vida cotidiana se basa en percepciones sensoriales de primera mano.
Asimismo, son capaces de reducir las tendencias agresivas, mejorar la autoimagen, incrementar la tolerancia hacia los demás y elevar la calidad de vida. Entre otros efectos posteriores positivos se halla una profunda sensación de conexión con la gente y la naturaleza. Estos cambios de actitud y comportamiento son consecuencias naturales de las experiencias transpersonales; el individuo los acepta y abraza voluntariamente, sin ser forzado por mandatos, preceptos, órdenes o amenazas de castigo externas.
En el modelo médico, las manifestaciones psicológicas y físicas de tales estados son vistas como síntomas de un proceso de enfermedad grave. Se las llama “psicosis”, lo que para el pensamiento psiquiátrico convencional implica “enfermedades de etiología desconocida”. La idea es que un proceso biológico, cuya naturaleza y su causa aún no han sido descubiertas, es responsable no sólo de la aparición de estas experiencias anormales, sino también de su contenido. Que el contenido de estos estados transformadores de la conciencia suela ser místico es considerado como una mayor evidencia aun de que se está ante una enfermedad. La visión del mundo creada por la ciencia occidental que domina nuestra cultura es, en su forma más rígida, incompatible con cualquier noción de espiritualidad. En un universo don de sólo lo tangible, material y mensurable es real, toda forma de fenómeno religioso o místico aparece como producto de la superstición y sugiere la falta de educación, la irracionalidad, y una tendencia hacia el pensamiento mágico primitivo. Cuando ocurren en personas inteligentes y con educación, se atribuyen a una inmadurez emocional y a conflictos infantiles con la autoridad paterna que no han sido resueltos.
Las experiencias personales de las realidades espirituales son entonces interpretadas como psicóticas, como manifestaciones de una enfermedad mental. A pesar de que existen muchas excepciones, la psiquiatría y la psicología en general no distinguen entre misticismo y psicopatología. No hay un reconocimiento oficial de que las grandes tradiciones religiosas han estado embarcadas durante siglos en un estudio sistemático de la conciencia ni de que puedan aportar algo a nuestra comprensión de la psique y la naturaleza humana.

Esta actitud hacia la espiritualidad en general, y hacia las emergencias espirituales en particular, tiene graves consecuencias prácticas: se considera a las personas que atraviesan crisis de transformación como enfermas mentales y se les da el tratamiento de rutina con medicación inhibidora. Sin embargo, creer que se trata de una enfermedad en el sentido médico no tiene fundamento, ya que hasta el momento no ha habido descubrimientos clínicos o de laboratorio que lo confirmen. Aun si se descubrieran cambios biológicos relevantes, éstos solamente explicarían por qué diversos elementos salen a la superficie en un momento dado desde el inconsciente, pero no explicarían los contenidos en sí mismos. Además, encontrar un factor desencadenante específico de es tos episodios no excluye necesariamente la posibilidad de que el proceso sea curativo.
 
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Aun cuando uno esté rodeado de amor y de apoyo, puede sentir una profunda y amarga soledad. Cuando una persona desciende al abismo de la alienación existencial, ninguna medida de calor humano podrá cambiar lo que siente. Los que enfrentan esta crisis existencial no sólo se sienten aislados, si no también insignificantes, como motas de polvo inútiles en la vastedad del cosmos. El universo mismo parece absurdo y sin sentido, y cualquier actividad humana resulta trivial.
Tal vez una persona, en medio de una emergencia espiritual, parezca ser “diferente” por un tiempo. En una cultura de normas establecidas y expectativas rígidas, quien comienza a cambiar interiormente parecerá fuera de lugar.
Quizás aparezca un día en el trabajo o a la hora de la cena con ganas de hablar sobre sus nuevas ideas y percepciones: lo que siente hacia la muerte, preguntas sobre su nacimiento, recuerdos familiares olvidados hace tiempo, perspectivas insólitas sobre los problemas del mundo o la naturaleza básica del universo. El planteo intenso de conceptos extraños puede provocar que colegas y familiares se alejen y que la sensación ya presente de soledad de la persona en crisis se magnifique.
Para algunas personas, esta excursión a las regiones de lo visionario será espontánea y creativa, aunque es más frecuente que, por implicar estados de conciencia que no se consideran normales, mucha gente de por sentado que se está volviendo loca. Cuando ocurre, la disolución de la racionalidad como parte del desarrollo espiritual en muchas ocasiones trae aparejada la muerte de viejas restricciones y prejuicios mentales, lo que a veces es inevitable para que una nueva y expandida comprensión y una mayor inspiración puedan abrirse paso. Lo que en realidad desaparece no es nuestra capacidad de razonar, aunque así parezca por un tiempo, sino las limitaciones cognitivas que a uno lo mantienen constreñido y sin posibilidad de cambio.

ENFRENTAR LA MUERTE SIMBÓLICA

Enfrentarse con la cuestión de la muerte es una parte pivotal del proceso de transformación y un componente que integra la mayoría de las emergencias espirituales.
Suele formar parte de un poderoso ciclo de muerte y renacimiento en el que lo que en realidad muere es la vieja forma de ser que inhibe el crecimiento de la persona.
La mayoría de nosotros tiene asociaciones negativas en torno de la muerte; creemos que es el fin de todo, la desposesión última, la retribución final. Se ve a la muerte como lo desconocido, lo temible, y cuando aparece como parte de las experiencias internas uno se llena de terror. El encuentro con la muerte puede manifestarse de diferentes maneras. Una de ellas es enfrentarse con la propia mortalidad.
Mucha gente retiene inconscientemente la idea infantil de que es inmortal y, al enfrentar las tragedias que nos presenta la vida, las ignora con la afirmación típica: “Eso les pasa a los otros. Nunca me pasará a mí”.
Harán lo imposible para evitar el tema, y quizás hasta traten de detener todo el proceso sobrecargándose de trabajo, charlando excesivamente, estableciendo relaciones cortas o tomando drogas depresivas o alcohol. Es probable que en las conversaciones procuren no hablar sobre la muerte, o se rían del tema y vuelvan en seguida a temas más seguros.
En cambio, otros tendrán una mayor conciencia del proceso de envejecimiento, tanto del propio como del de los seres queridos. Hay quienes llegan a inesperadas conclusiones, corno las de este maestro: “Había estado jugando con la idea de mi propia mortalidad por algún tiempo. Conocía algunas de las ideas cristianas y budistas sobre la impermanencia, pero nunca las había aceptado como algo que tuviera que ver conmigo. Entonces ocurrió lo del Challenger, el trasbordador espacial que explotó. Vi por la televisión a esos siete astronautas saludando alegremente mientras subían al vehículo que resultó ser una trampa mortal. No tenían forma de saber que ésos serian los últimos minutos de su vida. De lo único de lo que podían estar seguros era de ese momento de vitalidad, y pronto eso desaparecería. Al ver ese terrible drama, de gol pe ¡comprendí! Es verdad lo que los filósofos han estado describiendo: nuestras vidas son efímeras, y lo único que realmente poseemos es el momento presente. Sin pasado, sin futuro. Sólo el ahora”.

Esta comprensión súbita puede ser devastadora para la gente que no quiere o no puede enfrentar su miedo a la muerte; pero es liberadora para quienes están dispuestos a aceptar la verdad de su propia mortalidad, ya que la total aceptación de la muerte es capaz de hacernos libres de disfrutar cada momento corno viene. Otra experiencia común es la muerte de las formas restringidas de pensar o de ser.
Puede que sienta que todo lo que alguna vez le importó esté muriendo, y es más que probable que la embargue una enorme tristeza por la muerte del viejo ser. El estado de desapego con respecto a roles, relaciones, el mundo y uno mismo es otra forma de muerte simbólica.
Cuando una persona empieza su transformación, su relación con sus seres queridos, actividades y roles en la vida comienzan a cambiar.
En algunas personas el impulso hacia el desapego es tan fuerte que, literalmente, temen estar preparándose para la muerte física inminente.

El denominador común en todas las crisis de transformación es la manifestación de diversos aspectos de la psique que antes eran inconscientes.
Quienes han tenido este tipo de vivencia a menudo dicen que el lenguaje poético, aunque imperfecto, es el mejor vehículo para transmitir estos estados. Los versos inmortales de los grandes poetas trascendentales de Oriente, como Omar Khayyam, Rumi, Kabir, Mirabai, y Kahlil Gibrán, as  como Hildegard von Bingen, William Blake, Rainer Maria Rilke y otros de nuestra tradición así  lo atestiguan.
Si se permite que estas experiencias sigan su curso, es probable que ejerzan una influencia profunda y duradera en el bienestar general de la persona, su escala de valores y sus estrategias de vida. Suelen producir una mejora de la salud emocional y física, una mayor apreciación de la vida y una acritud más amorosa, tolerante y honesta hacia los demás seres humanos. Son capaces de reducir drásticamente la agresividad, la intolerancia, los impulsos irracionales y las ambiciones poco realistas. Hay ciertas situaciones en la vida que son especialmente capaces de producir una experiencia cumbre. En muchos casos, la disolución del ego se da cuando uno se ve sobrepasado por la percepción de algo exquisita mente bello. Esto suele ocurrir con la naturaleza: al bucear en jardines de coral, navegar en el océano o en una balsa por los rápidos de un río, acampar en el desierto, escalar montañas elevadas, andar en globo o practicar el aladeltismo. Varios astronautas han tenido experiencias de este tipo durante los vuelos a la luna y al orbitar la tierra.
  
La cultura occidental en realidad no tiene una comprensión cabal de los estados alterados de conciencia. Como consecuencia, somos incapaces de reconocer el valor de estas experiencias, de aceptarlas y de contener a quienes las viven. La actitud que predomina en la psiquiatría tradicional y en el público en general es que cualquier desviación de la percepción y la comprensión común de la realidad es patológica. En estas circunstancias, un occidental promedio que atraviesa un estado místico tiende a cuestionar su salud mental y a resistir lo que experimenta. Los parientes y amigos probablemente apoyarán tal actitud y sugerirán que se recurra a la ayuda psiquiátrica. Mucha gente en el medio de una experiencia cumbre ha sido enviada a un psiquiatra, que le diagnosticó una patología, interrumpió la experiencia con medicación supresiva y tranquilizantes y le adjudicó  el rol de paciente psiquiátrico de por vida.
En el pasado, los científicos occidentales ignoraban la llamada mitología funeraria , ya que consideraban que era también producto de la fantasía y la imaginación de los pueblos primitivos, incapaces de enfrentar y aceptar la realidad de su mortalidad. Esto empezó a cambiar dramáticamente después de que Elisabeth Kübler-Ross atrajo la atención profesional al  rea de la muerte y el morir, y Raymond Moody publicó su libro “La vida después de la vida”, de enorme éxito.
En esencia, confirmaba las descripciones que se encuentran en los libros de los muertos, tanto tibetano como egipcio, en el Ars Morendi europeo, y otras guías para morir similares de otros tiempos y culturas.
 
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La razón por la cual este tipo de vivencia frecuentemente produce una emergencia espiritual, es porque implica un cambio abrupto y un vuelco profundo en la experiencia de la realidad en personas que no están preparadas.
un aumento en la autoestima y la confianza en uno mismo, y un menor interés en el status, el poder y los bienes materiales. Se asocian a menudo una alta apreciación de la naturaleza y la vida, una gran preocupación por lo ecológico y un acrecentamiento del amor por el resto de los seres humanos. Sin embargo, la consecuencia más notoria es el surgimiento de una espiritualidad de cualidad universal, ya que trasciende los intereses separatistas del sectarismo religioso y se asemeja a lo mejor de las tradiciones místicas y las grandes filosofías espirituales de Oriente, en lo que hace a su cualidad abarcadora y a la trascendencia de las fronteras comunes. Las experiencias de este tipo les ocurren a un tercio de las personas que corren el peligro de perder la vida.

Dentro de una sociedad en la que la racionalidad es la operación que se acepta y la intuición es considerada como una debilidad o un defecto. Experimentan un enorme dolor y el rechazo constante al intentar introducirse en un mundo que está construido en torno de la lógica y la razón. Quizás también sientan un anhelo indefinido de retornar a su mundo interior, en donde antes hallaban consuelo, seguridad y la conexión con algo que los llevaba más allá de su sufrimiento individual.
El término rito de pasaje fue acuñado por Arnold Van Gennep, autor del primer tratado científico sobre el tema. Van Gennep reconoció  que en todas las culturas que había estudiado los rituales de este tipo seguían un patrón similar, con tres etapas diferenciables: la separación, la transición y la incorporación.
Los neófitos aprenden que el viaje, aunque parezca extraño y atemorizante, tiene una dimensión universal y atemporal; ha sido y será llevado a cabo por muchos otros: ancestros sagrados e iniciados anteriores y posteriores. Conocer este contexto más amplio reafirma a los novicios y los ayuda a enfrentar los aspectos difíciles del proceso. En el siguiente estadio  de la transición el iniciado pasa de un aprendizaje intelectual a la experimentación directa de estados extraordinarios de conciencia.
uno es capaz de sufrir el caos de la situación límite y morir, experimentar la aniquilación total y, aun así, emerger curado, renacido, rejuvenecido y más fuerte que antes. Tener conciencia de esto reduce en gran parte el miedo a la muerte y aumenta la capacidad de disfrutar de la vida.

Al disminuir la intensidad de las experiencias, la persona se da cuenta de que todo este argumento era una transformación psicológica que estaba limitada al mundo interior, y se encuentra lista para volver a entrar en la realidad cotidiana.
Al sentir fluir esta nueva fuerza, al disfrutar la paz mental, al descubrir que podíamos enfrentar la vida con éxito, al hacernos Conscientes de Su presencia, comenzamos a perder el miedo al hoy, al mañana, o a lo que venga después. Nacemos de nuevo.
En este rendirse absoluto y aterrorizante, no queda otro camino que el que conduce hacia arriba.
Durante la muerte del ego, ya sea que ocurra como un episodio espontáneo del despertar espiritual o al final de la carrera bebedora de una persona, todo lo que se es o se fue, todas las relaciones y los puntos de referencia, todos los razonamientos y las protecciones se derrumban, y la persona queda al desnudo, con nada más que el núcleo de su Ser.

 
Lee el libro completo aquí – La tormentosa búsqueda del Ser


Solo recuerda quien eres
Conéctate a tu Ser
Alma debe sentir
Siente que vives
Vive por amor
Ama eternamente
Infinito






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