Fragmentos de una enseñanza desconocida - P. D. Ouspensky

Fragmentos
     
"Cuando el saber predomina sobre el ser, el hombre sabe, pero no tiene el poder de hacer. Es un saber inútil. Inversamente, cuando el ser predomina sobre el saber, el hombre tiene el poder de hacer, pero no sabe que hacer".
    
Gurdjieff
  

P.D. Ouspensky fue un discípulo de George Gurdjieff (maestro místico, filósofo, escritor y compositor armenio). Gurdjieff fue un gran maestro espiritual y Ouspensky fue de alguna manera, su “relaciones públicas”.
    
Los relatos que descubrimos en los siguientes textos, se encuentran en uno de los libros de Ouspensky “Fragmentos de una enseñanza desconocida”, donde nos da unas pinceladas sobre su relación con Gurdjieff y sus grandes ideas.
Ouspensky relata su experiencia como alumno y colaborador de Gurdjieff entre los años 1914 y 1919. Ouspensky se dedica a transcribir de memoria, como hiciera Platón con su maestro Sócrates, las ricas conversaciones y explicaciones de Gurdjeff.

*En el libro, se refiere a Gurdjieff con la letra G. 

Piotr Krol
            
   

Un día, en Moscú, hablaba con G. acerca de Londres, adonde había estado algunos meses atrás por corto tiempo. Le hablaba de la terrible mecanización que invadía las grandes ciudades europeas y sin la cual era probablemente imposible vivir y trabajar en el torbellino de estos enormes "juguetes mecánicos".
  
La gente se está convirtiendo en máquinas, dije, y no me cabe duda que un día se convertirán en máquinas perfectas. ¿Pero son capaces todavía de pensar? No lo creo. Si trataran de pensar, no serían tan buenas máquinas.
  
Sí, contestó G., es cierto, pero sólo en parte. La verdadera pregunta es ésta: ¿de qué mente se sirven en su trabajo? Si usan la mente adecuada, podrán pensar aún mejor en su vida activa en medio de las máquinas. Pero una vez más, con la condición de que usen la mente adecuada."
     
No comprendí lo que G. quería decir por "mente adecuada" y sólo mucho más tarde llegué a comprenderlo.

En segundo lugar, continuó él, la mecanización de que usted habla no es peligrosa en absoluto. Un hombre puede ser un hombre —recalcó esta palabra— aun trabajando con máquinas. Hay otra clase de mecanización muchísimo más peligrosa: ser uno mismo una máquina. ¿Nunca ha pensado usted en el hecho de que todos los hombres son ellos mismos máquinas?
  
Sí, dije, desde un punto de vista estrictamente científico. todos los hombres son máquinas gobernadas por influencias exteriores. Pero la cuestión está en saber si se puede aceptar totalmente el punto de vista científico.
     
Científico o no científico, me da lo mismo, dijo G. Quiero que comprenda lo que digo. ¡Mire! Toda esa gente que usted ve —señaló la calle— son simplemente máquinas, nada más.
     
Creo comprender lo que usted quiere decir, dije. Y a menudo he pensado cuan pocos son en el mundo los que pueden resistir a esta forma de mecanización y elegir su propio camino.
    
¡Este es justamente su más grave error! dijo G. Usted cree que algo puede escoger su propio camino o resistir a la mecanización; usted cree que todo no es igualmente mecánico.
   
¡Pero por supuesto que no! exclamé yo. El arte, la poesía, el pensamiento, son fenómenos de un orden totalmente distinto.
  
Exactamente del mismo orden, dijo G. Estas actividades son exactamente tan mecánicas como todas las demás. Los hombres son máquinas, y de las máquinas no puede esperarse otra cosa que acciones mecánicas.
  
Muy bien, le dije, pero ¿no hay quienes no sean máquinas?
   
Puede que los haya, dijo G. Pero usted no los puede ver. Usted no los conoce. Esto es lo que quiero hacerle comprender.
   
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No dejó de extrañarme que insistiera tanto sobre este punto. Lo que decía me parecía evidente e incontestable. Sin embargo, nunca me habían gustado las metáforas tan breves que pretenden decirlo todo. Siempre omiten las diferencias. Por mi parte, siempre había sostenido que lo más importante son las diferencias y que, para comprender las cosas, era necesario ante todo considerar los puntos en que difieren. De modo que me pareció extraño que G. insistiera tanto sobre una verdad que me parecía innegable, siempre y cuando no se hiciera de ella algo absoluto y se le reconocieran algunas excepciones.
      
Las personas se asemejan muy poco entre sí, dije. Considero imposible meterlos a todos en el mismo saco. Hay salvajes, hay personas mecanizadas, hay intelectuales, hay genios.
  
Nada más exacto, dijo G. Las personas son muy diferentes, pero usted ni conoce, ni puede ver la diferencia real entre ellas. Usted habla de diferencias que sencillamente no existen. Esto debe ser comprendido. Todas las personas que usted ve, que usted conoce, que usted puede llegar a conocer, son máquinas, verdaderas máquinas que solamente trabajan bajo la presión
de influencias exteriores, como usted mismo lo ha dicho. Nacen máquinas y como máquinas mueren. ¿Qué tienen que ver con esto los salvajes y los intelectuales? Ahora mismo, en este preciso momento, mientras hablamos, varios millones de máquinas se esfuerzan en aniquilarse unas a otras. ¿En qué difieren, entonces? ¿Dónde están los salvajes, y dónde los intelectuales? Todos son iguales...
     
"Pero es posible dejar de ser máquina. Es en esto en lo que usted debería pensar y no en las distintas clases de máquinas. Por supuesto que las máquinas difieren; un automóvil es una máquina, un gramófono es una máquina y un fusil es una máquina. ¿Y esto qué cambia? Es lo mismo, siempre son máquinas."
¿Qué piensa usted de la psicología moderna? le pregunté un día a G., con la intención de llegar al tema del psicoanálisis, del cual yo había desconfiado desde el primer día. Pero G. no me permitió llegar tan lejos.
     
Antes de hablar de psicología, dijo él, debemos comprender claramente de qué trata esta ciencia y de qué no trata. El verdadero objeto de la psicología es la gente, los hombres, los seres humanos. ¿Qué psicología —recalcó la palabra— puede haber cuando no se trata sino de máquinas? Para el estudio de las máquinas lo que se necesita es la mecánica y no la psicología. Por eso comenzamos por el estudio de la mecánica. El camino que lleva a la psicología es aún muy largo.
             
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En su opinión, ¿cuál es la mejor preparación para estudiar su método? Por ejemplo, ¿es útil estudiar lo que se llama literatura «oculta» o «mística»?
   
Sí, dijo G. Se puede encontrar mucho por medio de la lectura. Por ejemplo, considere su caso: ya podría usted conocer bien las cosas, si supiese leer. Quiero decir: si usted hubiese comprendido todo lo que ha leído en su vida, ya tendría el conocimiento de lo que ahora busca. Si hubiese usted comprendido todo lo que está escrito en su propio libro, ¿cuál es su título?
chapurreó en una forma completamente imposible las palabras: "Tertium Organum"— yo vendría a inclinarme ante usted y a suplicarle que me enseñara. Pero usted no comprende, ni lo que lee, ni lo que escribe. Ni siquiera comprende lo que significa la palabra comprender. Sin embargo, la comprensión es lo esencial, y la lectura no puede ser útil sino a condición de comprender, lo que se lee. Pero desde luego que ningún libro puede dar una preparación verdadera. Por lo tanto es imposible decir cuáles libros son los mejores. Lo que un hombre conoce bien —acentuó la palabra "bien"— eso es una preparación para él. Si un hombre sabe bien cómo hacer café o cómo hacer bien un par de botas, entonces ya se puede hablar con él. El problema estriba en que nadie sabe nada bien. Todo se conoce no importa cómo, de una manera completamente superficial.
       
¿Puede uno dejar de ser máquina?, le pregunté.
  
¡Ah! Esa es justamente la cuestión, dijo G. Si me hubiese Ud. hecho este tipo de pregunta más a menudo podríamos haber llegado a alguna parte en nuestras conversaciones. Si; es posible dejar de ser una máquina, pero para eso es indispensable, ante todo, conocer la máquina. Una máquina, una verdadera máquina, no se conoce a sí misma, y mal puede conocerse. Cuando una máquina se conoce a sí misma ya deja de ser máquina; al menos, no es la misma máquina que era antes. Comienza a ser responsable de sus actos.
   
¿Quiere Ud. decir que el hombre no es responsable de sus actos?
  
Nuevamente habla usted de otra cosa. Usted habla de errores que provienen de las percepciones, pero no se trata de esto. Dentro de los límites de las percepciones dadas, se puede errar en mayor o menor grado. Como ya lo he dicho, la suprema ilusión del hombre es su convicción de que puede hacer. Toda la gente piensa que puede hacer, toda la gente quiere hacer, y su primera pregunta se refiere siempre a qué es lo que tiene que hacer. Pero a decir verdad, nadie hace nada y nadie puede hacer nada. Es lo primero que hay que comprender. Todo sucede. Todo lo que sobreviene en la vida de un hombre, todo lo que se haré a naves de él, todo lo que viene de él —todo esto sucede. Y sucede exactamente como la lluvia cae porque la temperatura se ha modificado en las regiones superiores de la atmósfera, sucede como la nieve se derrite bajo los rayos del sol, como el polvo se levanta con el viento.
   
Un hombre -énfasis en esta palabra- sí, es responsable. Una máquina no lo es.
   
El hombre es una máquina. Todos sus hechos, todas sus acciones, todas sus palabras, sus pensamientos, sentimientos, convicciones, opiniones y hábitos, todo es el resultado de influencias externas, de impresiones que le llegan de afuera. Por sí mismo, de sí mismo, un hombre no puede producir un solo pensamiento, una sola acción. Todo cuanto dice, hace, piensa, siente, todo eso sucede. El hombre no puede descubrir nada nuevo, no puede inventar nada. Todo sucede.
      
El hombre nace, vive, muere, construye casas, escribe libros, no como él quiere hacerlo, sino como buenamente sucede. Todo sucede. El hombre no ama, no odia, no desea. Todo esto sucede en el hombre sin que el hombre se dé cuenta de ello.
      
Pero nadie querrá creerle si Ud. dice que nadie puede hacer nada. Esto es lo más ofensivo y lo más desagradable que se le puede decir a una persona. Y es particularmente ofensivo y desagradable porque es la verdad. Nadie quiere saber la verdad.
    
Erwan Wahid
       
Verá Ud. que utilizamos un lenguaje muy especial, y que a fin de poder hablar con nosotros será necesario que aprenda Ud. a hablar este lenguaje. No vale la pena hablar en un lenguaje ordinario porque con él resulta imposible lograr un entendimiento mutuo. Por el momento, esto también le parecerá a Ud. extraño. Pero es la verdad. A fin de poder comprender, es necesario aprender otro lenguaje. El lenguaje en que habla la gente impide que los unos se entiendan a los otros. Más adelante verá Ud. por qué esto es así.
     
Debe uno, entonces, aprender a decir la verdad. Esto le parecerá extraño. Lo que ocurre es que Ud. no comprende que uno tiene que aprender a decir la verdad. La parece que únicamente basta desearlo o decidir hacerlo. Y yo le aseguro a Ud. que muy rara vez las gentes mienten deliberadamente. En la mayoría de los casos creen que dicen la verdad. Sin embargo, están mintiendo todo el tiempo, tanto cuando realmente quieren mentir como cuando quieren decir la verdad. Mienten siempre, tanto a los demás como a sí mismos. En consecuencia, nadie se entiende a sí mismo, ni puede entender a los demás. Piénselo un poco: ¿habría tanta discordia, tan profundos malentendidos, tal odio contra las opiniones ajenas si las gentes pudiesen entenderse los unos a los otros? No pueden entenderse porque no pueden evitar la mentira. Decir la verdad es lo más difícil que hay en el mundo; y uno debe estudiar muchísimo y durante mucho tiempo para poder decir la verdad. No basta con sólo desearlo. Para poder decir la verdad es necesario saber lo que es la verdad y lo que es la mentira, y saberlo, antes qué nada, en sí mismos. Y esto es algo que nadie quiere saber.
      
Ud. no se da cuenta de su propia situación. Ud. está preso. Todo cuanto puede Ud. desear, si es una persona sensata, es salir de esa cárcel. ¿Pero cómo va a hacerlo? Es preciso cavar un túnel. Un hombre no puede hacerlo por sí sólo. Pero, supongamos que haya unos diez o veinte hombres dispuestos a acometer esta empresa; trabajando por turnos, unos encubriendo a otros, pueden terminar el túnel y salir de la cárcel.
   
Lo que es más, nadie puede huir de esta cárcel si no obtiene la ayuda de quienes han huido antes que él.
           
Para que un preso tuviese posibilidades de poder fugarse, tenía que comenzar por darse cuenta de que estaba preso. Mientras no entienda esto, mientras no lo advierta, mientras no se dé cuenta de que está preso, mientras piense o crea que es libre, no tiene la menor posibilidad. Nadie puede ayudarlo, y por cierto que nadie podrá liberarlo a la fuerza, contra su propia voluntad, oponiéndose a sus deseos. Y si hay alguna posibilidad de fuga, ésta puede convertirse en realidad únicamente como resultado de mucho trabajo, de grandes esfuerzos; sobre todo de esfuerzos conscientes, dirigidos hacia un propósito definido y claro.
   
El “hombre-máquina”, para quien todo está sujeto a influencias externas, a quien las cosas únicamente le ocurren, aquel que ahora es una persona, mañana otra y pasado una tercera, no tiene ni puede tener futuro de ninguna especie; está enterrado y eso es todo. El barro al barro vuelve. A fin de poder hablar de cualquier clase de vida futura, tiene que haber cierta cristalización, cierta fusión de las cualidades internas del hombre, cierta independencia de las influencias exteriores. Si algo hay en un hombre que sea capaz de resistir las influencias externas entonces ese mismo algo podrá resistir la muerte del cuerpo físico. Pero, piénsenlo Uds. mismos: ¿qué puede sobrevivir a la muerte física de un hombre que pierde la cabeza o se desmaya cuando se corta un dedo?
   
Ilse Moore
           
Aquellos sistemas que Uds. conocen declaran que todos los hombres tienen un cuerpo astral. Esto es un profundo error. Aquello que puede llamarse “cuerpo astral” se logra únicamente por medio de la fusión, o sea por medio de un tremendo y duro trabajo interior y de un intenso esfuerzo y de una intensa lucha. El hombre no nace con un cuerpo astral. Sólo muy pocos consiguen hacerse de un “cuerpo astral”. Si el hombre consigue hacerse de un “cuerpo astral” puede continuar viviendo después de la muerte de su cuerpo físico, y aún hasta puede renacer en otro cuerpo físico. Esto es la reencarnación. Si es que no vuelve a nacer en cuerpo físico, entonces, a su debido tiempo, también muere. El “cuerpo astral” no es un cuerpo inmortal, pero puede vivir durante mucho tiempo después de que haya muerto el cuerpo físico.
    
La fusión, la unidad interior, se obtiene mediante la fricción, mediante la intensa lucha entre “sí” y “no” dentro de uno mismo. Si el hombre vive sin una lucha interior, si todo le “sucede”, sin que haya la menor oposición de su parte, si es que va donde quiera que le lleven o donde quiera que sople el viento, permanecerá siendo lo que es. Pero si comienza a luchar dentro de sí mismo, y si en esta lucha hay una dirección precisa, entonces comienzan a formarse, poco a poco, ciertos rasgos, comienza la “cristalización”. Pero esta cristalización puede ocurrir sobre bases buenas o malas. La “fricción”, la lucha interior entre “sí” y “no”, puede ocurrir sobre una base falsa como, por ejemplo, una creencia fanática en una u otra idea, o el “temor al pecado”; cualquier cosa por el estilo puede producir en el hombre una intensa lucha interior entre “si” y “no”. Y un hombre puede cristalizarse sobre semejante base. Pero ésta sería una mala cristalización, una cristalización falsa, incompleta. Un hombre así no tendría la menor posibilidad de un desarrollo ulterior. A fin de posibilitar un desarrollo ulterior, tiene que derretirse nuevamente, por así decirlo, y esto sólo lo puede lograr mediante un intenso y terrible sufrimiento.
   
Así consigue cristalizarse. Es en esta forma cómo mucha gente puede generar en sí misma una gran fuerza interior; puede soportar torturas, puede obtener lo que quiera. Esto significa que en estas personas ya hay algo sólido, algo permanente. Estas personas pueden llegar a ser inmortales.

¿Cómo puede uno provocar la lucha entre el «sí» y el »no»?
      
Es preciso hacer sacrificios. Si nada se sacrifica, nada se consigue. Y es preciso sacrificar algo que por el momento sea muy precioso, sacrificarlo por un tiempo muy largo y sacrificar bastante. Pero no hay que sacrificar para siempre. Es indispensable entender esto con toda claridad, porque a menudo no se entiende como es debido. El sacrificio es necesario sólo mientras está desarrollándose el período de la cristalización. Cuando se ha logrado la cristalización, todos los renunciamientos, todas las privaciones, todos los sacrificios dejan de ser necesarios. Entonces el hombre puede hacer lo que le dé la gana. Ya no hay más leyes para él, porque él es la ley en sí mismo.
         
Este aspecto de la cuestión es sumamente claro. La multitud ni quiere ni busca el conocimiento. Los dirigentes de las multitudes, movidos por sus propios intereses, tratan de aumentar los temores de las gentes y fomentan el repudio de todo cuanto sea nuevo o desconocido. La esclavitud, que es la condición de la actual vida del hombre, se basa en este temor. Es sumamente difícil aún imaginar todo el horror de semejante esclavitud. Nosotros no comprendemos lo que las gentes se pierden. Pero, a fin de comprender las causas de esta esclavitud, basta observar la forma en que las gentes mienten. Basta observar que es lo que constituye la finalidad de su existencia, el objeto de sus deseos, de sus pasiones, de sus aspiraciones; basta observar lo que piensan, lo que discuten, lo que sirven y lo que adoran.
        
El hombre no nace con estos cuerpos sutiles; ellos sólo pueden cultivarse artificialmente, siempre y cuando existan condiciones favorables, tanto en lo interno como en lo externo.
El “cuerpo astral” no es un implemento indispensable para el hombre. Es un lujo, un gran lujo que se lo pueden dar muy pocos. Un hombre puede vivir perfectamente bien sin un “cuerpo astral”. Su cuerpo físico posee todas las funciones necesarias para la vida. Un hombre sin “cuerpo astral” puede producir la impresión de ser muy intelectual y hasta espiritual, y puede engañar no sólo a otras personas, sino también a sí mismo.
   
Marc Adamus
         
Imaginemos una vasija o retorta llena de varios polvos metálicos. Estos polvos no tienen conexión entre ellos, y a cada cambio accidental de la postura de la retorta, también cambia la posición relativa de los diferentes polvos. Si se sacude la retorta, o si se la golpea con el dedo, entonces el polvo que originalmente estaba arriba, encima de los demás, puede aparecer en el medio o en el fondo, mientras que aquel que estaba en el medio o en el fondo, puede aparecer encima de todos. No hay permanencia alguna en la posición de los polvos, y en semejantes condiciones no puede haber nada permanente. Tal es un típico aspecto de nuestra vida psíquica. A cada instante hay nuevas influencias que cambian la posición de los polvos; en lugar del que está encima, se coloca otro que es su opuesto absoluto. La ciencia llama a esto un estado de mezcla mecánica. La característica esencial de la interrelación de los polvos en este estado de mezcla, es la inestabilidad de las interrelaciones mismas, y su variabilidad.
   
Es imposible estabilizar la interrelación de los polvos en un estado de mezcla mecánica. Pero los polvos pueden fundirse; la naturaleza misma de los polvos posibilita esta fusión. Para conseguirla, es preciso encender un fuego especial bajo la retorta; al calentar y derretir los polvos, este fuego logra finalmente fundirlos en uno solo. Fundidos en esta forma, los polvos quedarán en un estado de composición química. Y una vez así no se les podrá separar por el mismo expediente con que se les separaba antes y mediante cual expediente se les hacía cambiar de posición como era el caso cuando se hallaban en un estado de mezcla mecánica. El contenido de la retorta se ha convertido en algo “indivisible”, “individual”. Esto indica la forma como se construye el segundo cuerpo. El fuego que produce la fusión proviene de la “fricción” que, a su vez, se produce en el hombre mediante la lucha entre “si” y “no”.
Si un hombre cede a todos sus deseos, o si alcahuetea con ellos, nunca habrá en él lucha alguna, no habrá fricción, no habrá fuego. Pero, si habiéndose propuesto alcanzar una determinada finalidad el hombre lucha contra todos los deseos que le impiden su logro, entonces podrá crear en sí mismo un fuego que transformará gradualmente su mundo interior en una integridad única.

¿Se puede decir que el hombre posee la inmortalidad?
  
La inmortalidad, dijo G., es una de esas cualidades que el hombre se atribuye sin tener una comprensión suficiente de lo que quiere decir. Otras cualidades de este género son la «individualidad», en el sentido de una unidad interior, el «Yo permanente e inmutable», la «conciencia» y la «voluntad». Todas estas cualidades pueden pertenecer al hombre —puso acento sobre la palabra "pueden"— pero por cierto que esto no significa que le pertenecen ya efectivamente o que pueden pertenecer a cualquiera.
Para comprender qué es el hombre hoy en día, es decir al nivel actual de su desarrollo, es indispensable poder representarse hasta un cierto punto lo que puede ser, es decir lo que puede alcanzar. Porque es sólo en la medida en que un hombre llega a comprender la secuencia correcta de su posible desarrollo como puede dejar de atribuirse lo que todavía no posee, y que no podrá alcanzar, quizás, sino tras grandes esfuerzos y grandes labores. Según una antigua enseñanza, de la que subsisten trazas en numerosos sistemas de ayer y de hoy, cuando un hombre alcanza el desarrollo más completo que en general le es posible, se compone de cuatro cuerpos. Estos cuatro cuerpos están constituidos por substancias que se hacen cada vez más y más finas, interpenetrándose y formando cuatro organismos que tienen entre sí una relación bien definida sin dejar de ser independientes, y que son capaces de actuar independientemente.
  
Przemyslaw Chola
  
Lo que permite la existencia de cuatro cuerpos es que el organismo humano, es decir el cuerpo físico, tiene una organización tan compleja que, bajo ciertas condiciones, se puede desarrollar en él un organismo nuevo e independiente que ofrezca a la actividad de la conciencia un instrumento mucho más adecuado y más sensible que el cuerpo físico. La conciencia que se manifiesta en este nuevo cuerpo es capaz de gobernarlo, y tiene pleno poder y pleno control sobre el cuerpo físico. Bajo ciertas condiciones en este segundo cuerpo se puede formar un tercero que tiene también sus características propias. La conciencia manifestada en este tercer cuerpo tiene pleno poder y pleno control sobre los dos primeros; y el tercer cuerpo puede adquirir conocimientos inaccesibles tanto al segundo como al primero.
En el tercer cuerpo, bajo ciertas condiciones puede crecer un cuarto, que difiere tanto del tercero como éste del segundo, y el segundo del primero. La conciencia que se manifiesta en el cuarto cuerpo tiene completo control sobre su propio cuerpo y sobre los tres primeros.
 
Estos cuatro cuerpos son definidos por las diversas enseñanzas de diferentes maneras:

1º CUERPO - Cuerpo carnal - "Carruaje" - (cuerpo) - Cuerpo físico
2º CUERPO - Cuerpo natural - "Caballo" - (sentimientos. Deseos) - Cuerpo astral                  
3º CUERPO - Cuerpo espiritual - "Cochero" - (pensamiento) - Cuerpo mental                             
4º CUERPO - Cuerpo divino - "Amo" - (Yo, conciencia,voluntad) - Cuerpo causal
             
Y tan sólo el hombre que posea cuatro cuerpos total y completamente desarrollados puede llamarse un hombre en el más amplio sentido de la palabra. Este hombre tiene muchas propiedades que el hombre ordinario no posee. Una de éstas es la inmortalidad.
   
La inmortalidad no es una propiedad con la que nace el hombre. Pero el hombre puede hacerse inmortal.

       
El camino que conduce al desarrollo de las posibilidades ocultas en el hombre es un camino que va contra la naturaleza, contra Dios mismo.
Los caminos conducen, o deberían conducir, a la inmortalidad. La vida corriente, la vida de todos los días, aún en sus mejores aspectos, lleva al hombre a la muerte y no puede llevarlo a ninguna otra cosa. Las religiones occidentales han degenerado a tal extremo que no queda ya nada vivo en ellas.
     
Se encuentran paralelos o comparaciones de este género en la mayoría de los sistemas que reconocen algo más en el hombre que el cuerpo físico. Pero casi todos estos sistemas, aun cuando repiten bajo una forma más o menos familiar las definiciones y las divisiones de la antigua enseñanza, han olvidado u omitido su característica más importante, a saber que el hombre no nace con los cuerpos sutiles, y que éstos requieren ser cultivados artificialmente, lo que es posible sólo bajo ciertas condiciones favorables exteriores e interiores.
       
Igor Boskic
     
Esta situación sería verdaderamente desesperada si no existiese la posibilidad de un cuarto camino.
Este cuarto camino no tiene formas definidas como las tienen los caminos del fakir, del monje y del yogui. Y, por sobre todas las cosas, el hombre tiene que ser capaz de hallar el cuarto camino, tiene que encontrarlo. Esta es la primera prueba. No se la conoce tan bien como la de los otros tres caminos. Hay mucha gente que jamás ha oído hablar de un cuarto camino, y hay quienes hasta niegan su existencia o sus posibilidades.
       
Sin embargo, existen a la vez posibilidades de evolución, y pueden desarrollarse en individuos aislados con ayuda de conocimientos y métodos adecuados. Semejante desarrollo puede ocurrir solamente para beneficio del individuo, y va, por así decirlo, contra los intereses y beneficios del mundo planetario. Esto es lo que el hombre tiene que entender: su evolución no es necesaria sino para él mismo. Su evolución no le puede interesar a nadie más. Y nadie está obligado a ayudarle ni hay quién tenga la intención de ayudarle.
  
El hombre no tiene un YO individual. Pero, en cambio, tiene cientos y miles de pequeños “yo”, separados los unos de los otros; a menudo se desconocen los unos a los otros, no toman nunca contacto entre sí, o, por el contrario, son hostiles, exclusivistas e incomprensibles entre sí. Cada minuto, cada momento, el hombre dice o piensa en términos de “yo”. Y cada vez se trata de un “yo” diferente. Ahora es un pensamiento, luego es un deseo; ahora una sensación, en seguida un nuevo pensamiento. Así sigue la ronda eternamente. El hombre es una pluralidad. Y su nombre es Legión.
  
En el hombre no hay una verdadera individualidad. El hombre no tiene un Gran YO, un YO singular. El hombre está dividido en una multitud de pequeños “yo”.
Ni aún el más claro entendimiento de sus posibilidades llevará al hombre a su realización. A fin de poder realizar todo cuanto prometen estas posibilidades, el hombre tiene que sentir un poderoso deseo de liberación y estar dispuesto a sacrificarlo todo, a arriesgarlo todo, con tal de obtenerla.

El hombre moderno nace dormido, dormido vive, y dormido muere. Sobre el sueño, su significado y el papel que desempeña en la vida del hombre, hablaremos más adelante. Por ahora dedíquense a pensar una sola cosa: ¿qué conocimiento puede tener un hombre dormido? Si sobre esto se piensa, recordando a la vez que el sueño es nuestro principal rasgo, no tardará uno en advertir que si el hombre quiere obtener conocimiento, tiene, antes que nada, que pensar en cómo despertar, en cómo poder cambiar su ser.
      
G.I. Gurdjieff
    
Cameron Gray1
   
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